LA NACION

“Tuve mucho miedo de que algún médico me denunciara”

- Edad: 28 | Método: en clínica privada

Mi nombre es Tatiana y aborté cuando tenía 21 años. Me enteré de que estaba embarazada un 8 de septiembre. No me venía y estaba preocupada; había vuelto a tener relaciones con mi exnovio y falló el método anticoncep­tivo. Estaba en el baño de mi casa sosteniend­o un Evatest que decía positivo. No sabía qué hacer. Una amiga de mi prima había quedado embarazada a los 15 años y me acuerdo de todas las cosas que se decían de ella. No quería que dijeran lo mismo de mí, no quería ni imaginarme lo que podrían decir mi mamá y mi papá: no había sido una adolescent­e fácil.

Llamé a un amigo y a una amiga y les dije de vernos, les conté –medio entre risas nerviosas– que estaba embarazada; creo que no entendía la gravedad de lo que pasaba.

Al otro día, fui a trabajar como siempre, de maestra jardinera auxiliar: me chocó mucho tener que enfrentarm­e a una sala llena de bebés, pero sabía que un hijo no era lo que yo quería, que no estaba preparada. Además, no pensaba que debía hacerme cargo solo por un error, ya que no creo que de eso se trate traer un hijo al mundo.

Pero abortar no era un tema fácil

de abordar. Nadie decía ni sabía nada, no había informació­n, era diez veces más secreto y clandestin­o de lo que es ahora; o por lo menos en el ambiente en el que yo me movía.

Esa misma noche se lo conté a mi mamá y a mi papá. Mi mamá lloró mucho; mi papá siempre fue más resolutivo. Me dijo que me iba a ayudar, pero también recuerdo que me decía que si yo quería tenerlo, lo tuviera.

No lo quería

A mí esa opción no se me pasó por la cabeza ni una vez, de verdad no lo quería, para mí significab­a un montonazo, como lo sigue significan­do al día de hoy.

Mi papá contactó a una amiga suya que es médica. Ella me dio una receta para el misoprosto­l; tenía que tener como tres copias. Ya se sabía que se usaba para abortar. Mi mamá lo fue a comprar aterroriza­da porque se dieran cuenta. Me acuerdo de que la esperé en su camioneta y sentí su miedo, como si estuviera robando un banco o cometiendo el peor de los crímenes.

A todo esto teníamos como contrapart­e de la situación a mi exnovio, Tomás. Porque las mujeres o personas gestantes no nos embarazamo­s solas. Esa noche llegué y antes de empezar el tratamient­o con pastillas decidí contarle para que supiera lo que estaba pasando.

Me respondió que yo era una hija de puta, que seguro se lo había hecho a propósito. No lo podía creer. Encima de todo, yo tenía la culpa. Él, claro, desapareci­ó.

Nunca más me contactó, ni siquiera supo si aborté o no. Podría tener un hijo suyo y él nada.

Las pastillas no hicieron efecto y terminamos yendo a un ginecólogo que tenía un consultori­o por el Alto Palermo. Cuando me dijo lo que me iba a salir la operación me puse a llorar: sabía que no podíamos pagarlo. Aun así, entre lágrimas, le pedí un descuento, y lo conseguí. Hablé con mi mamá y me dijeron que me iban a ayudar; me prestaron plata y yo les dije que se la iba a devolver. Eso nunca pasó, pero sí aborté, a pesar de mis muchos miedos, entre ellos que algún médico me denunciara.

Hace unos días decidí contar mi historia en las redes sociales, porque las que tenemos la suerte de poder pagarlo nunca lo contamos, nunca nadie se entera. Desde entonces, me dijeron de todo, me insultaron, me denigraron, me humillaron y me amenazaron. Me dijeron que debería haberlo tenido, como si fuera un castigo.

Abortar no es algo divertido ni mucho menos algo que se vaya a tomar como anticoncep­tivo, eso también se logra con educación sexual obligatori­a en el colegio.

No es un proceso que sea simple de atravesar. Pero sí es necesario que se legalice y que se den condicione­s seguras y saludables para poder hacerlo, para que no mueran más mujeres por abortos clandestin­os y para que podamos decidir sobre nuestros cuerpos.

Ningún método anticoncep­tivo es 100% seguro, pero no todo el mundo lo sabe, por eso la informació­n es clave.

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