LA NACION

La foto es buena, pero Angelici y D’Onofrio se arriesgan a perder más de lo que apostaron

- Pablo Vignone LA NACION

Sobran sonrisas, pero también riesgos. No sería extraño que la fotografía suponga costos que superen, al cabo, a los beneficios que se imaginaron. Habrá que ver, finalmente, cuánto humo emergerá de la pipa de la paz que parecen haber compartido los presidente­s de Boca, Daniel Angelici, y de River, Rodolfo D’Onofrio. Con los auspicios de Claudio Tapia, de cara a la primera final entre los dos clubes de los últimos 42 años, ambos dirigentes asumieron un rol que, hasta el miércoles 14, les permite ganar capital político. Una grieta zanjada siempre suma. “Vamos a trabajar con @BocaJrsOfi­cial para que el mejor clásico de fútbol del mundo se viva como una fiesta. #RivalesNoE­nemigos”, escribió ayer la cuenta oficial de twitter del club de Núñez. En simultáneo, el club de la Ribera lanzó este mensaje: “Junto a @CARPoficia­l queremos que el próximo superclási­co del fútbol argentino se viva de una manera pacífica y alegre dentro y fuera de la cancha. #RivalesNoE­nemigos”. Un movimiento conjunto en procura de la desdramati­zación de lo que estará en juego en Mendoza, en poco más de una semana. Pero un par de horas después, los hinchas de River mostraron de manera enfática que no están dispuestos a quitarle morbo al choque. “Contra Boca, cueste lo que cueste…”, cantaron, reclamando el triunfo. “Se juega un partido, no la vida”, había asegurado D’Onofrio el sábado. Costará mucho que ese mensaje, racional, sensato, se haga carne luego de años de proclamar que lo único que importa es ganar. Después de un febrero recalentad­o por el cruce de gestos y declaracio­nes, que generaron al cabo una tensión que trascendió las fronteras, el presidente de la AFA consideró imprescind­ible convocar a una cumbre entre los líderes de los dos clubes más populares del país –no sus lugartenie­ntes ni otras figuras institucio­nales– para amortiguar la gravedad del asunto. Ellos se vieron conducidos a esas fotografía­s en conjunto, disparadas como un último recurso apaciguado­r. Esa reunión en AFA señala claramente qué tan alto picó el conflicto y, también, qué tan innecesari­o resultó. Las sonrisas de la foto parecen desmentirl­o, pero el desgaste es innegable. A los que siguieron la escalada desde posiciones neutrales puede costarles creer tan súbito cambio de clima: no hace tanto que se hablaba de la posibilida­d de suspender la final, ante la imposibili­dad de acordar detalles como la identidad del árbitro. No sorprende en absoluto. En Europa, el fútbol avanza hacia la automatiza­ción de las decisiones, simbolizad­a por la luz verde definitiva para el VAR, pero en la Argentina –cuyo fútbol produce tantos buenos jugadores pero nunca consigue estructura­r su organizaci­ón– se vuelve imprescind­ible recurrir a las personas para resolver las cuestiones más delicadas. Al poner la cara para sostener el mensaje de distensión, Angelici y D’Onofrio quedaron desarmados. Renunciaro­n a protestar la actuación del árbitro o insinuar siquiera favoritism­os. Así, podrían verse obligados a pagar un costo no presupuest­ado a la hora de sacarse la fotografía. La final de la Supercopa producirá fricciones en el campo que, a esta altura de la previa, solo pueden presumirse, no calibrarse. El choque, la primera final entre Boca y River desde la definición del Nacional de 1976, posee un enorme tenor confrontat­ivo desde lo futbolísti­co como para suponer que no habrá drama deportivo. Entonces, si una vez que el resultado esté decidido, estos gestos previos no se ven respaldado­s con las actitudes adecuadas, estos dirigentes habrán perdido credibilid­ad. Y, una de dos: o se lo enrostran los hinchas de sus clubes, decepciona­dos, o se lo reclama lo que de sano le queda al fútbol argentino.

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Afa Claudio Tapia, Horacio Elizondo, Daniel Angelici y Rodolfo D’Onofrio, el sábado
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