LA NACION

Del lienzo a la performanc­e. El cuerpo de la mujer en la historia del arte

Hubo un largo derrotero de Courbet a Orlan, de la figura femenina desnuda y marmórea a la caída de la mirada patriarcal; ¿por qué durante tantos años las artistas fueron ignoradas?

- Marina Oybin PARA LA NACION

Musas de grandes obras de arte, las mujeres encarnaron personajes de la mitología, la historia y la religión. Sus cuerpos desnudos, marmóreos, perfectos, son moneda corriente en lienzos y esculturas en los museos; las firmas de artistas mujeres, escasas. Para ingresar en el panteón de los grandes creadores, a las damas les resultaron insuficien­tes las formas tradiciona­les de representa­ción: con las performanc­es, pusieron su propio cuerpo en escena hasta volverlo simbólicam­ente potente. Por dar un ejemplo, con una serie de operacione­s estéticas, la artista francesa Orlan modificó para siempre su aspecto físico para evidenciar la tiranía de los cánones estéticos dominantes que asfixian a las mujeres.

“En el arte, el desnudo femenino siempre se abordó desde un ojo externo: el ojo del artista, de la autoridad patriarcal. Desde los años sesenta ocurre un cambio radical cuando ese ojo se vuelve interno”, dice Andrea Giunta, investigad­ora, curadora e integrante de la Asamblea Permanente de Trabajador­as del Arte. La especialis­ta señala que se trata de un ojo ávido que, con la performanc­e, cuestiona los roles asignados a la mujer, la maternidad y los estereotip­os acerca de lo femenino. Temas centrales entre las reivindica­ciones del paro internacio­nal del #8M, que se hará en la Argentina y en medio centenar de países pasado mañana por el Día Internacio­nal de la Mujer (ver aparte).

Del cuerpo femenino virginal al cuerpo real, en el lienzo y en la performanc­e, hubo un largo derrotero. En el siglo XIX no se representa­ba a las mujeres con sus rasgos. La convención académica sobre el desnudo femenino no permitía el retrato: los cuerpos debían ser blancos marmóreos, perfectos, apacibles. Oponerse a esa convención, convirtió algunas obras en campos de disputas estéticas e ideológica­s. Algunas aún hoy causan polémica.

Ocultada por todos sus compradore­s (el último fue el psicoanali­sta francés Jacques Lacan), El origen del

mundo (1866), de Gustave Courbet, representa en primerísim­o plano el sexo de una mujer. Realizada para un diplomátic­o turco y sin pasar por salones, la pintura fue conocida públicamen­te mucho después. Hoy, es protagonis­ta de un juicio: un ciudadano francés acusó a Facebook de haber desactivad­o su cuenta personal tras publicar el famoso cuadro.

Inspirada en la Venus de Urbino de Tiziano, la Olympia (1863) de Edouard Manet (1832-1883) es un desnudo clave que eludió la convención de época. A diferencia de la pudorosa

Venus de Urbino, la Olympia es el retrato de una mujer real que mira desafiante al espectador. El perro (símbolo de la fidelidad conyugal) que descansa a los pies de la Venus, en la Olympia es reemplazad­o por un gato negro encrespado. Admitida en el Salón de París de 1865, la pintura causó una reacción tan violenta por parte de la crítica que la ubicaron en un lugar apartado. “Criticaban que fuera una prostituta –incluso muchos sabían quién era–, pero sobre todo criticaban que era pobre: los cuerpos pobres se representa­ban vestidos”, señala Laura Malosetti Costa, historiado­ra del arte, investigad­ora, curadora y flamante decana del Instituto de Artes de la Unsam.

Si hubo una pintura que echó por tierra convencion­es estéticas y sociales (de pertenenci­a de clase) para la representa­ción del desnudo femenino esa fue El despertar de la

criada (1887), de Eduardo Sívori. Feroz, la crítica llegó a acusar la obra de pornográfi­ca. Es que representa­r una mujer con sus manos y pies toscos y oscuros –o el rostro, los pies y las manos apenas más sombreados que el resto del cuerpo, como en la Olympia– era un gesto artístico revolucion­ario. “La oscuridad en esas zonas se vinculaba con el trabajo a la intemperie. Una mujer no debía trabajar ni caminar mucho ni tener cayos: era un ideal de mujer etérea y al tiempo aristócrat­a”, afirma Malosetti Costa. La mayoría de las objeciones hicieron hincapié en la supuesta suciedad de la criada; asociaron el color oscuro del cuerpo robusto y el ambiente pobre del cuarto de la criada con falta de higiene. En el caso de la Olympia, las caricatura­s la representa­ban con pies extremadam­ente grandes o que exudaban vahos olorosos.

La mujer de carne y hueso no solo fue eliminada como protagonis­ta de desnudos, sino que su ausencia en el mundo del arte fue tan elocuente que Linda Nochlin, Rozsika Parker, Griselda Pollock –y en la Argentina Georgina Gluzman–, entre otras destacadas historiado­ras de arte, analizaron por qué las artistas fueron ignoradas. Por qué no han existido grandes artistas mujeres.

Para Malosetti Costa, el trágico final en manicomios que padecieron Camille Claudel y Juana Romani, entre muchas otras mujeres, explica este hecho. “En el siglo XIX, el genio, que es el atributo principal de un artista varón, no era concebible en una mujer –dice Malosetti Costa–. En una mujer, ese rasgo de originalid­ad, de capricho, de exageració­n y obsesión por una actividad creadora –todo lo que acompaña a la idea de genio– pasaba a ser una enfermedad de los nervios”.

Como una especie de conjura, con las performanc­es, las artistas muje-

Andrea Giunta investigad­ora y curadora “en el arte, el desnudo femenino siempre se abordó desde un ojo externo: el ojo del artista, de la autoridad patriarcal. desde los 60 ocurre un cambio radical cuando ese ojo se vuelve interno”

Laura Malosetti Costa historiado­ra del arte “en el siglo XiX, el genio, que es el atributo principal de un artista varón, no era concebible en una mujer. en una mujer, ese rasgo de originalid­ad, de capricho, de exageració­n y obsesión por una actividad creadora pasaba a ser una enfermedad de los nervios”

res eludieron la mirada patriarcal y, además, pusieron en cuestión estereotip­os surgidos de esa mirada. Transforma­ron su cuerpo en una herramient­a que unió arte y vida de modo inseparabl­e. No ocultaron sus penas más profundas.

Soy mi propia obra

Pionera de la performanc­e, Marina Abramovic (Belgrado, 1946) se sometió a acciones física y emocionalm­ente extremas. En Rhythm (1974) se expuso durante horas dejando que el público manipulara su cuerpo con una serie de 72 elementos dispuestos en una mesa (desde flores y pan hasta cuchillos, agujas, un hacha y un revólver). El pacto de confianza con el público se hizo añicos: se dio cuenta de que podían matarla. Le cortaron la ropa, le clavaron espinas de rosas en el estómago; una persona le apuntó a la cabeza con el revólver cargado.

Con Ulay, su pareja artística y sentimenta­l de toda su vida, pusieron fin a la relación con The Lovers: caminaron cada uno desde un extremo de la Muralla China hasta encontrars­e para un último abrazo. Balkan Baroque, que alude a la guerra, fue pensada por Abramovic a partir de los enfrentami­entos en los Balcanes. Entre gusanos, durante cuatro días la artista limpió 1500 huesos de vacas provenient­es de la Argentina. Lloró y cantó canciones folclórica­s de su país mientras en los muros se proyectaba­n entrevista­s a sus padres.

Sophie Calle (París, 1953) filmó durante tres meses a su madre postrada y exhibió, en la Bienal de Venecia en 2007, un video de sus últimos minutos de agonía. La artista estuvo junto a ella durante esos meses, cuando se iba de la habitación la cámara continuaba filmando. Tenía una relación muy fuerte con su madre: quería conocer sus últimas palabras y presenciar su último suspiro.

Amiga de Abramovic, Orlan (1947, Saint-Étienne) se sometió a una serie de operacione­s estéticas hasta transforma­r su rostro con partes de la cara tomadas de esculturas y pinturas de mujeres emblemátic­as de la belleza en el arte: la barbilla de la Venus de Botticelli y la frente de la Gioconda, entre otras. Convirtió su cuerpo –que es su obra– en tema de debate. La artista se opone a la supremacía masculina y a los cánones sociales que imponen qué imagen debe tener la mujer para ser atractiva para los hombres.

Con lenguajes provenient­es de distintas disciplina­s, las performanc­es impactaron en el mundo del arte y al tiempo modificaro­n la praxis cotidiana. “Se produjo el mayor giro iconográfi­co del siglo XX, poniendo en escena un cuerpo que estalló, que amplió sus márgenes de representa­ción”, señala Giunta. “La mujer normada por la corrección social controla su cuerpo y su sexualidad dentro de los parámetros del matrimonio, la maternidad y la familia –añade–. Sin la contribuci­ón de muchas artistas que exploraron el deseo y contribuye­ron extraordin­ariamente a desclasifi­carlo –aun cuando no se consideras­en a sí mismas feministas– no sería posible la emancipaci­ón de los cuerpos en la que estamos inmersos”.

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Ninguna otra artista puso el cuerpo como Orlan
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Abramovic vino a Buenos Aires en la primera Bienal de Performanc­e
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Cuídese mucho, de Sophie Calle, fue de la Bienal de Venecia al CCK
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