LA NACION

En las elecciones italianas, la ira triunfó sobre la razón

crisis. Con los partidos tradiciona­les derrotados, se abre el camino a una polarizaci­ón de consecuenc­ias desconocid­as

- Ensayista y profesor de Historia en la Universida­d de Bolonia, Italia Loris Zanatta —PARA LA NACION—

IBOLONIA talia es tierra de terremotos y esta vez el terremoto fue político. Dejó muchas ruinas y algunas víctimas. Entre las ruinas, algunos sonríen: dicen que son los salvadores de la patria. Pero las reconstruc­ciones en Italia rara vez tienen éxito. A veces nunca terminan.

Tratar de explicar las elecciones italianas es como meterse en un laberinto. Vamos a intentarlo. Para algunos, la elección fue la habitual: los italianos tuvieron que decidir si quedarse un poco más a la derecha o un poco más a la izquierda. Pero ¿quién era la derecha?, ¿quién la izquierda? En la derecha, Forza Italia y la Liga Norte son los dos pilares de la coalición. Pero la primera tiene un electorado moderado y proeuropeo; la segunda, electores euroescépt­icos, hostiles a la sociedad abierta, a veces xenófobos e indiferent­es a los principios de la democracia liberal. Luego está la izquierda, dominada por el Partido Demócrata, de Renzi. Pero Renzi es una figura que divide el país: una parte lo odia y le imputa a su partido mal gobierno y corrupción; aquellos que lo votan creen, en cambio, que el partido expresa una clase dirigente preparada que ha gobernado bien, sacando al país de la crisis más grave desde hace un siglo. El primer ministro, Paolo Gentiloni, encarna esta imagen tranquiliz­adora y competente. Ahora: el punto es que para muchos italianos esto hace que el Partido Demócrata se haya vuelto extraño a la izquierda. Precisamen­te por eso sufrió una dolorosa ruptura en su interior. Finalmente está el Movimiento 5 Estrellas: ahora es por lejos el partido más fuerte. ¿Es de derecha? ¿De izquierda? Ni una cosa ni la otra, dicen sus líderes. Y tienen razón: como todos los movimiento­s populistas, aspira a ser el todo, no la parte; se considera el partido de los honestos, de la superiorid­ad moral, el único capaz de salvar a Italia de la corrupción, la decadencia y el pecado.

Si la imagen resulta confusa, intentemos verla de otra manera. En lugar de la clásica abscisa derecha-izquierda, usemos otra. ¿Cuál? Alguien diría: democracia, no democracia. Pero no sería justo: todos respetan la democracia, no podemos juzgar las intencione­s. Otros proponen: a favor o en contra de Europa. Mejor. Que el Partido Demócrata en la izquierda y Forza Italia en la derecha son europeísta­s, a diferencia de la Liga y 5 Estrellas, está claro. Vamos a dar un paso más: ¿cuál es el álbum familiar de los diferentes partidos? ¿En qué espejo se miran? La respuesta es simple: Forza Italia y el Partido Demócrata se insertan en el álveo tradiciona­l del Occidente democrátic­o liberal, cada uno a su manera. La Liga y 5 Estrellas, no: juegan el juego de la democracia liberal, pero sueñan con llevarlo quién sabe adónde. La primera admira la Rusia autocrátic­a de Putin, el gobierno nacionalis­ta húngaro; los segundos alaban los populismos latinoamer­icanos, el pauperismo franciscan­o, cultivan los instintos antilibera­les que abundan en el vientre del país.

¿Y ahora? Eugenio Scalfari, el anciano fundador de un conocido diario progresist­a, observó hace poco tiempo que la victoria del Movimiento 5 Estrellas habría sido mucho más peligrosa para Italia que la de Berlusconi. La cosa causó escándalo y volaron insultos. Sin embargo, eran palabras sensatas: Berlusconi es un personaje indigeribl­e; que siga siendo el líder de la derecha moderada es un síntoma de sus límites políticos y culturales, de su incapacida­d para renovarse. Pero si algo podemos con razón endilgarle­s a sus años de gobierno es la ineptitud, no la amenaza al sistema republican­o. El discurso para el Partido Demócrata es diferente, pero similar. Renzi pudo transforma­r su partido en el centro de gravedad del sistema político italiano, pero fracasó: padeció una terrible coyuntura económica, dividió cuando tenía que sumar, pagó el costo de la dificultad histórica de barquear a la izquierda italiana de la orilla redentora y a la orilla reformista; desafío abrumador en una etapa histórica en la que el viento sopla en favor de los redentores, de quien marca faroles, de los que más gritan y prometen.

Si se lo mira así, es más fácil decir quién ganó y quién perdió: ganaron 5 Estrellas en el sur y la Liga en el norte, perdió Forza Italia y el Partido Demócrata naufragó. No ganó la derecha ni la izquierda: la Italia redentora le ganó a la reformista; las tripas, al cerebro; la ira, a la razón; la pulsión de encerrarse y soñar a la de razonar y abrirse. Es inútil protestar: estaba en el aire y quien perdió tendrá que revisar muchas cosas. En todo esto, sin embargo, destaca una ironía: los partidos de gobierno pagan la cuenta salada de la dramática crisis de la última década y de las interminab­les laceracion­es sobre la inmigració­n, justo cuando el país había casi abandonado el túnel.

Peor que peor, los ganadores no han barrido la cancha, de manera que nadie tiene los votos para formar un gobierno. Tendrán que aliarse. ¿Encontrará la derecha los pocos votos que le faltan? El primero en moverse será el Movimiento 5 Estrellas. ¿Permanecer­á solo? ¿Se aliará? ¿Con quién? De las dos, una: o se espeja en su pureza y rechaza alianzas, esperando poder un día gobernar solo; o se alía y entonces tendrá que caer en algún lugar. Pero ¿dónde? Nunca con Berlusconi o con Renzi: el odiado establishm­ent, según dice. Lo único que queda es la Liga: la hipótesis de una coalición soberanist­a y euroescépt­ica entre 5 Estrellas y la Liga parecería imposible, pero no debe descartars­e. Europa tiembla; yo, también. En el lado opuesto, por otra parte, no hay números para una “gran coalición” a la italiana entre los partidos proeuropeo­s, moderados y liberales: las elecciones los han demolido. Reina el caos.

Dejando hablar a las tripas y descansar al cerebro, es fuerte la tentación de decir: ¡que gobiernen! Después de años de escuchar clases moralistas y propuestas demagógica­s, el deseo es fuerte: veamos cómo saben lidiar con la inmigració­n, la deuda pública, el terrorismo islámico, el crimen organizado; veamos si para gobernar será suficiente gritar “honestidad, honestidad” y reducir los salarios de los parlamenta­rios, o si habrá que decir sí o no, agradar a algunos y desagradar a otros, promover inversione­s y garantizar ahorros. Pero luego pienso en el futuro y miro hacia atrás: cuando Italia se convierte en un laboratori­o político, tiemblo. Mejor la normalidad que la excepciona­lidad. Temo, como tantos, el amateurism­o de 5 Estrellas y la xenofobia de la Liga, el daño que pueden causar a un país frágil y vulnerable. Con el tiempo, el Movimiento 5 Estrellas se ha vuelto cada vez más meridional; y al hacerlo se ha españoliza­do, se parece cada vez más a los populismos latinoamer­icanos que suele invocar. Igual que ellos, su pretensión de ser el dueño de la ética, de encarnar el bien, de poseer el monopolio de la virtud me temo que sea el preludio de una polarizaci­ón infinita, de una guerra sin cesar entre dos Italias incapaces de vivir juntas. Italia no es Venezuela, pero el riesgo es el de erosionar el tejido institucio­nal que hizo posible transforma­r un país pobre, fascista y derrotado en un lugar próspero, libre y civilizado. Si pudiera elegir, evitaría el experiment­o.

Ganaron 5 Estrellas y la Liga; perdió Forza Italia y el Partido Demócrata naufragó

La Liga admira la Rusia autocrátic­a de Putin; 5 Estrellas alaba el pauperismo franciscan­o

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