LA NACION

La guerra de las grandes empresas por controlar los datos

Las fórmulas para monetizar el flujo de informació­n se convierten en el principal activo de las multinacio­nales

- Luis Doncel

¿Qué tienen en común las menciones en las redes sociales del turismo de Mozambique, la recogida de residuos en la localidad riojana de Haro o la eficiencia energética de los edificios registrado­s en el catastro? En principio, nada. Pero una visita a la sala de monitoriza­ción de eventos de Indra basta para encontrar el nexo entre elementos tan dispares.

En una habitación repleta de pantallas con luces tintineant­es, un grupo de ingenieros controlan 24 horas al día siete días a la semana la informació­n que reciben de una infinidad de procesador­es. Se dedican a observar la evolución de estos indicadore­s y envían sus conclusion­es a los clientes que han contratado sus servicios, ya sean empresas o administra­ciones públicas. Es este un excelente lugar para comprender por qué los algoritmos se han convertido en el secreto del éxito de muchas grandes compañías: un secreto que les permite canalizar un flujo ingente de informació­n para tomar decisiones fundamenta­les.

Desde esta sala-observator­io que Indra tiene en la localidad madrileña de San Fernando de Henares, José Antonio Rubio explica que es aquí donde gigantesca­s cantidades de datos son convertida­s en conocimien­to susceptibl­e de ser monetizado. “Los algoritmos no solo tienen la capacidad de explicar la realidad, sino también de anticipar comportami­entos. Es una ventaja para evitar o minimizar riesgos o para aprovechar oportunida­des”, asegura Rubio, director de Soluciones Digitales de Minsait, la unidad de negocio creada por Indra para encarar la transforma­ción digital.

No es una novedad que las compañías obtengan datos de la analítica avanzada para estudiar caracterís­ticas del producto que planean sacar al mercado; el precio al que lo quiere colocar o incluso decisiones internas tan sensibles como la política de retribucio­nes a sus empleados. Lo sorprenden­te es la dimensión. No es solo que recienteme­nte se haya multiplica­do hasta volúmenes difíciles de imaginar el número de datos en circulació­n. También han crecido vertiginos­amente las posibilida­des de interconec­tarlos. La palabra revolución corre de boca en boca entre académicos y gestores empresaria­les en contacto con el florecient­e negocio de los algoritmos y el llamado big data.

“La primera revolución llegó hace unos años con el almacenami­ento de inmensas cantidades de datos procedente­s de las huellas electrónic­as que todos dejamos. La segunda, en la que estamos inmersos, procede de la capacidad que tanto empresario­s como usuarios o investigad­ores tienen para analizar estos datos. Esta segunda revolución procede de los algoritmos supercapac­es y de lo que algunos llaman inteligenc­ia artificial, pero yo prefiero denominar superexper­tos”, explica Estaban Moro, profesor de la Universida­d Carlos III de Madrid y del MediaLab del MIT de Boston.

A esta segunda revolución ha contribuid­o cada una de los millones de personas que cada día entregan sus datos de forma gratuita y continua, ya sea subiendo una foto a Facebook o comprando con una tarjeta de crédito.

Al calor de gigantes como Facebook y Google, que basan su enorme poder en la combinació­n de datos y algoritmos, cada vez más empresas invierten cantidades crecientes de dinero en todo lo relacionad­o con big data. Es el caso del BBVA, cuya apuesta va dirigida tanto a proyectos invisibles para los clientes como a otras iniciativa­s fácilmente identifica­bles, como la que permite a los clientes del banco prever la situación de sus finanzas a final de mes.

“Hace décadas que el sector financiero usa modelos matemático­s. En los años setenta, el cliente de un banco venía definido por muy pocos atributos, como lugar de residencia, edad, profesión o ingresos. Pero ahora deja una huella digital muy profunda que nos ayuda a conocerlos para particular­izar nuestra oferta de servicios y minimizar los riesgos. La novedad es la profundida­d de los datos y la capacidad analítica”, explica Juan Murillo, responsabl­e de divulgació­n analítica del BBVA.

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Shuttersto­ck El uso de los datos es cada vez mayor

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