LA NACION

El último, que apague la luz en la Casa Blanca: las renuncias aíslan cada vez más a Trump

La de Cohn es la última de una serie de desercione­s; al gobierno le está costando encontrar candidatos para llenar las vacantes

- Zeke Miller y Jonathan Lemire AGENCIA AP

WASHINGTON.– Alguna vez Donald Trump presidió un reality show en el que todas las semanas era expulsado uno de los participan­tes. Lo mismo que ahora parece estar pasando en la Casa Blanca.

En medio de una ola de desercione­s y despidos masivos en el gabinete, el Ala Oeste es un pandemóniu­m sin precedente, pero el presidente insiste en que “no es un lugar de caos, ¡sino de imparable energía!”. El último en anunciar su partida es Gary Cohn, jefe del Consejo Económico Nacional. Su salida no hace más que fogonear el temor interno a un éxodo aún mayor, y lo más preocupant­e es que se desencaden­e una “fuga de cerebros” que complique aún más las posibilida­des de Trump de llevar adelante su ya deslucida agenda.

Numerosos funcionari­os de la Casa Blanca han confirmado que el presidente viene presionand­o a sus inquietos colaborado­res para que no deserten de sus cargos. “Todo el mundo quiere trabajar en la Casa Blanca”, dijo Trump durante una conferenci­a de prensa anteayer. Pero la realidad dista mucho de ser esa.

Lo cierto es que hay vacantes de sobra, algunos puestos directamen­te nunca fueron cubiertos y en otros la rotación es constante. El cargo de director de comunicaci­ones de la Casa Blanca, por ejemplo, muy pronto quedará nuevamente vacante, cuando haga efectivo su alejamient­o el cuarto funcionari­o en ocupar ese puesto, Hope Hicks.

“Las vacantes se acumulan unas sobre otras”, dice Kathryn DunnTenpas, de la Brookings Institutio­n, que hace un seguimient­o de la rotación en los cargos jerárquico­s de gobierno. Según sus datos, en apenas un año de mandato, el índice de rotación de los funcionari­os de Trump alcanza el 40%.

“Ese grado de rotación genera muchas disrupcion­es”, señala la experta en referencia a la pérdida de conocimien­tos y contactos institucio­nales con otras dependenci­as y con el Congreso.

Los cambios en el gabinete tras un año de gobierno no son cosa nueva, pero en ese aspecto la administra­ción Trump es una picadora de carne. Un funcionari­o de la Casa Blanca dijo que existe la preocupaci­ón de una eventual “espiral de la muerte” en el Ala Oeste, en la que cada nueva deserción potencie la sensación de histeria colectiva y genere un efecto dominó.

Numerosos colaborado­res del gobierno admiten off the record su intención de renunciar, pero dicen no tener idea de cómo hará el gobierno para reemplazar­los.

“Hay algunos que incluso se ven obligados a ocupar más de un cargo”, dice Martha Joynt Kumar, directora del Proyecto Transición Casa Blanca. Kumar cita como ejemplo a Johnny DeStefano, que supervisa la oficina de personal de la Casa Blanca, la oficina de relaciones institucio­nales, de asuntos políticos y de asuntos interguber­namentales. “Son cuatro carteras que en la mayoría de los gobiernos están a cargo de cuatro personas distintas, ya sea por asistentes o subasisten­tes del presidente”, dice Kumar.

La cantidad de personas que están capacitada­s para trabajar en la Casa Blanca y además aspiran a un cargo en ella también se está achicando. Las volátiles prácticas de toma de decisiones de Trump, los temores a quedar embarrados por el Rusiagate y la parálisis de la agenda legislativ­a hacen que los mejores talentos no quieran ni pisar la Casa Blanca.

“Pero lo peor es la absoluta falta de lealtad que Trump ha demostrado hacia sus actuales y excolabora­dores, y todo el mundo lo sabe”, dice Michael Steel, exasesor de Jeb Bush y del expresiden­te de la Cámara de Representa­ntes John Boehner.

Desde sus días de campaña, Trump se ha quejado con frecuencia de las cualidades de su staff, y siempre está más dispuesto a marcarles públicamen­te cualquier desliz que a respaldarl­os.

El gobierno no logró completar la grilla de funcionari­os ya desde el arranque, en parte debido a la negativa del presidente a considerar siquiera a los más calificado­s republican­os que lo hubiesen criticado durante la campaña, según una fuente de la Casa Blanca.

El sábado por la noche, en un discurso improvisad­o durante una gala para periodista­s y funcionari­os, Trump se permitió una infrecuent­e ironía sobre sí mismo al comparar su paso por el Salón Oval con su carrera televisiva como conductor del reality show El aprendiz.

“En un trabajo tuve que lidiar con un elenco de personajes dispuestos a degollarse entre ellos, gente desesperad­a por estar en televisión, totalmente incapacita­da para su rol y su trabajo, que cada semana estaba aterrada de que la echaran, y en otro trabajo fui anfitrión de un enorme éxito televisivo”.

Varios de los colaborado­res de la Casa Blanca que estaban presentes se rieron. Pero el chiste, bien lo sabían, iba dirigido a ellos.

Traducción de Jaime Arrambide

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