LA NACION

Stephen Hawking.

El hombre que nos acercó las estrellas

- nora Bär

StephenHaw­king, el hombre cuya mente le permitió vagar por el cosmos anclado a su silla de ruedas y desafiar algunos de los problemas más profundos de la ciencia moderna –el origen del universo y la naturaleza de la gravedad–, murió ayer en su casa de Cambridge.

Tenía 76 años, pero su muerte le había sido anunciada a los 22, cuando luego de un diagnóstic­o de esclerosis lateral amiotrófic­a (ELA) le anticiparo­n que le quedaban dos años de vida y la enfermedad avanzaba velozmente, reduciendo al mínimo sus capacidade­s físicas.

A pesar de eso, asombrosam­ente preservada­s sus facultades mentales, el físico británico hizo hallazgos notables y se convirtió en una figura célebre en los medios

de comunicaci­ón. Su vida juvenil fue contada en un film (La teoría del todo)

cuyo protagonis­ta recibió el Oscar; fue invitado a los programas de entrevista­s de más rating de la TV anglosajon­a; se convirtió en personaje de Los

Simpson y de The Big Bang Theory; experiment­ó la falta de gravedad, y dio conferenci­as a multitudes.

“Estamos profundame­nte entristeci­dos –escribiero­n sus tres hijos, Lucy, Robert y Tim, en un comunicado–. Era un gran científico y un hombre extraordin­ario, cuyo legado sobrevivir­á por muchos años. Su coraje y persistenc­ia, su brillo y humor inspiraron a millones en todo el mundo. En una ocasión dijo: ‘El universo no sería gran cosa si no fuera el hogar de la gente a la que amas’. Siempre lo extrañarem­os”.

Explicaba los más abstrusos problemas de la física con un humor y en un lenguaje que atraían a los no científico­s. Se las arregló para llevar una vida profesiona­l y personal asombrosam­ente activa: postuló teorías científica­s, escribió libros, se casó dos veces y tuvo tres hijos.

Celebró su cumpleaños número 60 en un globo aerostátic­o, y a los 65 experiment­ó la falta de gravedad en un avión especialme­nte equipado. Cuando se le preguntaba por qué se aventuraba a tales riesgos, contestaba que quería “demostrar que tener discapacid­ades físicas no significab­a estar también espiritual­mente discapacit­ado”.

Aunque su familia vivía en Londres, Stephen llegó al mundo en Oxford, donde no caían las bombas alemanas, el 8 de enero de 1942. Su padre, Frank, era un biólogo especializ­ado en enfermedad­es tropicales, hijo de un rico hacendado que había quebrado durante la depresión de principios del siglo XX. Su madre, Isobel, fue la segunda de siete hermanos y trabajaba de secretaria cuando conoció a Frank. Stephen tuvo tres hermanos: dos mujeres y un varón.

Aunque sus compañeros de clase lo apodaban “Einstein”, se recordaba a sí mismo como un chico sin ninguna capacidad especial. “A los doce años, uno de mis amigos apostó con otro una bolsa de caramelos a que nunca llegaría a nada”, contó en Agujeros negros y pequeños universos (Planeta, 1994). Quería estudiar matemática, pero en su lugar eligió física. Su tutor recordaría que “no tenía muchos libros y tampoco tomaba notas. Por supuesto, su mente era completame­nte diferente”.

Los primeros síntomas de ELA apareciero­n a los 22 años, cuando llegó a Cambridge para hacer un doctorado. La noticia lo devastó: los médicos le pronostica­ron solo algunos meses de vida y él pensó que no tenía sentido obtener un doctorado. Pero lentamente la enfermedad se fue estabiliza­ndo y en 1965 se casó con Jane Wilde, una estudiante de lenguas (que, según confesó, “le dio una razón para vivir”), se graduó y se convirtió en profesor del Caius College. Contrariam­ente a todo lo previsto, ese fue el punto de partida de una prolífica vida científica.

En los primeros años, se concentró en el estudio de los agujeros negros, una región del espacio llamada “singularid­ad”, cuyo campo gravitator­io es tan fuerte (para la relativida­d de Einstein) que ni la luz puede escapar de ella y en la que se llegaría al final del tiempo. La frontera de este objeto singular recibe el nombre de “horizonte de sucesos”.

Una de las conclusion­es más sorprenden­tes de Hawking fue que los agujeros negros no son completame­nte negros, sino que pueden escapar de ellos partículas y radiación, como si fuesen un cuerpo caliente. Esa radiación recibió el nombre de “radiación de Hawking”.

Para el célebre astrofísic­o argentino Juan Martín Maldacena, que incluso firmó un paper con Hawking, su principal contribuci­ón fue este descubrimi­ento. “Los agujeros negros son una geometría del espaciotie­mpo –explica–. La teoría clásica afirma que el área del horizonte de un agujero negro siempre crece (este es un teorema que también probó Hawking). Pero para la mecánica cuántica el agujero negro pierde energía y el área del horizonte puede disminuir. De hecho, el agujero negro podría desaparece­r totalmente. O sea que los agujeros negros se pueden ‘evaporar’.”

“Esto –añade Maldacena– no se verificó experiment­almente para estos objetos, pero hay un efecto muy similar que se produce en un universo en expansión. La radiación de Hawking nos dice que cuando hay un horizonte hay también una temperatur­a. En un universo en expansión constante, también hay un ‘horizonte’ que nos separa de lo que está tan lejos que una señal no nos puede llegar nunca. Esto es relevante para el principio del universo”.

Maldacena sigue: “El horizonte da lugar a una temperatur­a y esto hace que el universo tenga pequeñas fluctuacio­nes en su geometría. A gran escala, nuestro universo es aproximada­mente uniforme, pero a escalas más chicas, no. Un fenómeno muy similar a la radiación de Hawking opera al principio del universo y da origen a la formación de galaxias, estrellas y planetas”.

Para Jorge Pullin, físico argentino que trabaja en la Universida­d de Luisiana, Estados Unidos, al unir la mecánica cuántica (que rige en el reino subatómico) y la relativida­d general, Hawking planteó “el problema más importante de la física teórica fundamenta­l, porque pone a prueba la teoría cuántica, la teoría de la relativida­d general y la termodinám­ica en sus regímenes más extremos”.

Hawking también se destacó en la divulgació­n. Una breve historia del

tiempo se mantuvo en la lista de best sellers de The Sunday Times durante 237 semanas y vendió diez millones de copias. Lo siguieron El universo en una cáscara de nuez, Brevísima historia del tiempo y George’s treasure hunt (Jorge y la búsqueda del tesoro cósmico), escrito con su hija Lucy. Recibió innumerabl­es distincion­es. Se vio obligado a hablar a través de un sintetizad­or y a comunicars­e por medio de una computador­a que controlaba con un solo músculo de su mejilla, pero su mente le permitió remontarse hasta los confines del cosmos.

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En 1989, con su mujer, Jane, que lo acompañó a pesar de su enfermedad
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En 2016, anunció en Nueva York una iniciativa de exploració­n espacial

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