LA NACION

Jésica Gopar. “Están desapareci­dos, pero no vuelven más; no sabemos qué paso”

- Darío Palavecino

“H oy vine por primera vez a la Base Naval a colgar un cartel y me voy viuda”, dijo aquel 23 de noviembre que, por primera vez, fue a la base para dejar un mensaje cargado de ilusión. Y terminó quebrada en llanto, apenas escuchó lo que ya presumía por las miradas y los gestos de oficiales que la recibieron. “No hay sobrevivie­ntes”, le dijeron luego.

Desde entonces, Jésica Gopar se abrazó a Stéfano, su hijo que hoy tiene 16 meses, y decidió iniciar su duelo, segura que ya no vería más a Fernando Gabriel Santilli, su esposo, submarinis­ta desde hace ocho años y tripulante del ARA San Juan. Hoy ni siquiera tiene expectativ­as de una tumba donde llevarle una flor. “Están desapareci­dos, pero no vuelven más”, reconoce. Y hace la diferencia de los soldados caídos en Malvinas, donde queda por definir quién es quién entre los restos no identifica­dos. “En las islas era ‘soldado conocido solo por Dios’; aquí debería decir ‘solo Dios sabe dónde están’”, afirma.

Cruda y honesta, sabe que hay otros familiares que pensaron bien distinto y aun hoy tienen fe en lo que sería un verdadero milagro. “Ojalá les tenga que pedir disculpas porque apareciero­n”, admite Gopar, que mantiene contacto con alguno de ellos, pero nunca más pisó la Base Naval. Siente que ese ambiente impactaría sobre la vida que intenta remontar y, más aún, porque está muy molesta con la Armada Argentina.

“Me hicieron sentar, me tomaron la presión, me dieron un vaso de agua y una pastilla, esa fue toda la contención que me dieron”, recuerda de aquella mañana. “Ni siquiera me habían avisado que vaya, que había una informació­n importante”, cuestiona.

Cuatro meses después, siente que se ha convertido casi en un perito naval de tanto preguntar y escuchar sobre el tema. Y a partir de tanto dato acopiado se convenció que es imposible que encuentre con vida a su marido.

“En informació­n oficial estamos casi como el primer día porque no sabemos si fue una explosión, una implosión, un atentado, si falló la propulsión o si (el submarino) está en el talud”, dice Gopar, que reconoce lo difícil que es vivir con esta incertidum­bre. Quiere saber la verdad porque considera que si las autoridade­s le mienten “voy a sentir que yo le estoy mintiendo a mi hijo”. Por eso es una de las primeras querellant­es en la causa judicial que se tramita en Caleta Olivia.

Para con la Armada solo tiene críticas. “De la fuerza lo único que tuve fue la espalda”, asegura, tajante. Gopar se preocupa porque no sabe cómo hará para explicarle a su hijo lo que pasó con su padre. Y asegura a que la nacion hoy sufre el primer impacto directo porque Stéfano “dejó de decir papá, porque su papá ya no está en casa”.

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