LA NACION

–¿La vida es para vos una variedad de la obra de arte? Edgardo Giménez. “El mundo está complicado, por eso yo apuesto a lo que falta: la alegría”

El artista inaugura hoy una muestra en la galería María Calcaterra, en la que dominan el ánimo festivo y el pop como marcas de estilo; “no me gusta el drama ni lo quiero pintar”, dice

- Texto Pablo Gianera

“Ami edad, no conozco todavía qué es estar deprimido. Cuando uno descubre cómo es estar bien, no se casa más con los otros estados”. Más que una confesión vital, la frase de Edgardo Giménez constituye la declaració­n de una poética. “Alegría” podría ser la divisa del artista, y en cierto modo esa palabra resume bastante bien el corazón del pop, que Giménez reivindica orgullosam­ente.

Imparable, Giménez inaugura hoy una nueva muestra, “Edgardo Giménez. Holidays”, en la galería María Calcaterra Moderno & Contemporá­neo, que incluye pinturas, esculturas y serigrafía­s de distintas épocas. No es todo: el 26 de abril, tendrá otra muestra en el Museo de Arte de Tigre, con el nombre “Donde los sueños se hacen realidad”, una especie de homenaje a Walt Disney.

–¿Tan importante fue Disney?

–El detonante principal para que yo haga lo que hago fue Disney. Fue un mago excepciona­l que me brindó una fantasía que enriqueció mi mundo. Y a eso hay que sumarle la curiosidad que yo tenía respecto de ese tipo de cosas. No te olvides de que a los cinco años yo ya dibujaba, y muy bien. Pero en la revista Patoruzito había un personaje que se llamaba Gnomo Pimentón, que tenía un máquina para hechizar las maldades que había en el bosque. Yo era muy perfeccion­ista, y sigo siéndolo, y como el dibujo no me gustaba, se lo dije a mi madre, porque pensé que los grandes podían hacer algo mejor. Me devolvió una cosa horrible. Fue mi primera gran decepción con respecto a los grandes: me di cuenta de que saben algo, pero no todo.

–El arte es algo que te salva. En mi caso, me permitió encauzar toda mi fantasía. Vengo de una familia en la que el hecho artístico no importaba en lo más mínimo. Y eso fue una ventaja: no tener un plan. Entonces me dejaron librado a mis ganas y a mis deseos. Empecé a dibujar, pero no me daba cuenta de cómo iba a hacer para vivir de eso. Yo vivía en Caballito y cerca de mi casa había una ferretería. Y el ferretero, como se había enterado de que yo sabía dibujar, me encargó una vidriera sobre insecticid­as. Yo tenía 9 años. Hice un rosal con rosas de papel crêpe y hormigas de cartón y patas de alambre. Al día siguiente, las doñas que pasaban con las bolsas de las compras se quedaron hechizadas por la vidriera. El ferretero me presentaba a mí como el “autor”. Esa aceptación fue muy importante porque me di cuenta de que me gustaba gustar.

–En su libro sobre el arte pop, Oscar Masotta decía que si bien todos los artistas pop comparten supuestos comunes, cada cual sigue su propio camino. ¿Cuál fue el tuyo?

–Yo estaba fascinado con la época de oro de Hollywood y con todas esas produccion­es y esa fantasía. Estaba en el mejor de los mundos. Me di cuenta de que eso me acompaña hasta ahora. No creo que el arte tenga que tener un reflejo de la realidad. La realidad se expresa a través de los medios: te dicen dónde pusieron una bomba, cuánta gente murió y todas las desgracias que van con esa noticia. Yo ofrezco otra cosa. Por ejemplo, el Museo Nacional de Bellas Artes, por medio de la Asociación de Amigos, compró una obra mía, El chimpancé blanco encima de las escalinata­s. La gente llega a esa sala y empieza a reírse. Ese es el éxito de mi obra: que los visitantes cambien su actitud. Hace muchísimos años que existe el pop. Y pasa una cosa muy curiosa: no se va ni se quiere ir.

–En Calcaterra vuelven los monos, ¿no?

–Pero el del Bellas Artes es un chimpancé serio, pensativo. Estos son mucho más festivos: bailan, tienen maracas, se miran en espejos, otra juega al hula-hula, así que te digo que los monos empiezan a hacer monerías.

–¿Es eso lo que te atrae de los monos, esa versión más primitiva de nosotros?

–Por supuesto, y por lo tanto también mucho más divertidos que nosotros. Yo creo que el mundo está muy complicado y por eso yo siempre apuesto a ese gran faltante que es la alegría.

–Aunque finalmente no se hará, sé que habías planeado para la muestra en Tigre una Coca Sarli que flotaba en el agua. ¿Por qué?

–Es una figura pop en estado puro. Me divierte lo que a ella le pasa por ser como es. Una vez estuvimos en su casa y era una señora formal; no se hace la sexy en su casa.

–¿Va a haber obra nueva también?

–Sí. Estoy en una etapa en que trabajo con elementos festivos. No soy un artista al que le guste el drama ni lo quiero pintar. Quiero tocar esa cuerda que nadie toca.

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Giménez y sus criaturas, una celebració­n de “monerías”

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