LA NACION

El país mejora en el ranking mundial

- Nicolás Durrieu —PARA LA NACIoN— Magíster en Derecho Internacio­nal Penal por la Universida­d de Georgetown y exconsulto­r de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito

Amnistía Internacio­nal recienteme­nte difundió su índice de percepción de la corrupción (IPC) de 2017, en donde se aprecia que la Argentina no solo mejoró su puntuación en comparació­n con la de 2016, sino que también es la mejor marca obtenida desde al menos 2012, fecha en que se modificó la metodologí­a. Algo más para destacar es que el país superó a Brasil por primera vez desde 1996.

obtuvimos una puntuación de 39 sobre 100, lo que ubicó a nuestro país en el puesto 85 entre los 180 analizados (siendo el 1 el menos corrupto). El IPC es la medición más prestigios­a y conocida en el mundo relativa a la corrupción del sector público y se basa en diversas fuentes y estudios de especialis­tas de cada país.

Aunque el puntaje obtenido sigue siendo preocupan te mente alto, y eso se evidencia en que estamos por debajo de la puntuación media mundial (43), puede apreciarse que vamos por el buen camino si tomamos los datos históricos obtenidos por ese índice. Cabe destacar que en los últimos dos años –casualment­e con el actual gobierno– se revirtió la tendencia negativa de la última década.

En comparació­n con América Latina, en 2017 estuvimos mejor que nuestros pares, siendo superados ampliament­e solo por nuestros vecinos de Uruguay y Chile y, en menor medida, por Costa Rica, Cuba, Trinidad y Tobago y Jamaica.

La mejora en el índice obtenida en los dos últimos años no es fortuita, ya que el actual gobierno ha tomado medidas en concreto para atacar este flagelo, con excepción de algún caso en particular que se le pueda reprochar. Es importante tener en cuenta que la corrupción que padece la Argentina es estructura­l y se encuentra arraigada en la gente, por lo que los resultados significat­ivos solo se darán en el largo plazo, siempre y cuando sea constante el esfuerzo.

En concreto, en línea con los estándares internacio­nales en la materia –Convención Interameri­cana y de la oNU contra la Corrupción de 1996 y 2003, respectiva­mente, así como la Convención para Combatir el Cohecho de Servidores Públicos Extranjero­s de la oCDE de 1997–, a fines del año pasado se sancionó la ley de responsabi­lidad penal de la persona jurídica por hechos de corrupción (27.401).

También se sancionaro­n diversas normas en la materia, como los lineamient­os de buen gobierno corporativ­o para empresas estatales (85/2018), la reglamenta­ción del artículo 18 de la ley de ética pública (1179/2016) –que regula los regalos a los funcionari­os públicos–, la ley del arrepentid­o por hechos de corrupción (27.304) y la ley sobre herramient­as de investigac­ión contra el crimen organizado (27.319), entre otras provenient­es de los organismos de control (CNV, BCRA, etc.).

Asimismo, al cabo de dos años de gestión se redujeron la burocracia y la discreción de la administra­ción pública –ámbito propicio de corrupción– y se revitaliza­ron los roles de organismos centrales en la lucha contra este flagelo, tales como la función de la Unidad de Informació­n Financiera y la oficina Anticorrup­ción. En el orden de la provincia de Buenos Aires, se limitó la reelección indefinida de los intendente­s y se creó una oficina anticorrup­ción.

Se espera que en 2018 se siga con esta tendencia positiva, ya que en la actualidad el PEN está impulsando diversos proyectos de ley en la materia, como la que regula el lobby, una reforma integral de la oficina Anticorrup­ción que le provee mayor independen­cia y la modificaci­ón de la ley de ética pública que equipara al sindicalis­ta a su condición de funcionari­o público, ya que administra fondos públicos a través de las obras sociales, con la consecuent­e obligación de realizar la declaració­n jurada pública .

Más allá de las motivacion­es éticas que pueda tener una persona o gobierno, desde un punto de vista utilitaris­ta se encuentra demostrado que la corrupción hace ineficient­e al Estado y ahuyenta a los grandes capitales internacio­nales que quieren invertir y generar trabajo en el país.

La Argentina se encuentra en un proceso de apertura al mundo, por lo que debe adoptar los estándares internacio­nales en materia económica, pero también en calidad institucio­nal. Las dos van de la mano y así lo entiende el gobierno actual, lo que se ve reflejado en la mejora en la puntuación del índice de Transparen­cia Internacio­nal.

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