catalejo
Ojos que no sienten
Cámaras y camaritas de vigilancia por todos lados. Nos miran discreta, pero implacablemente, sin perderse detalle. Gracias a ellas, nos llegan multas, vemos choques extraordinarios, atracos impensados, catástrofes naturales y hasta brutales actos de violencia de género, como el del individuo que avanzaba arteramente para darle un golpe brutal por detrás a una mujer que maniobraba con su bicicleta.
Nos apuntan en los bancos, dentro de los supermercados y hasta en los espacios comunes de nuestras propias viviendas. Nacidas como una suerte de inesperado telebeam, pero de la vida misma, también se han convertido, sin querer, en un nuevo formato televisivo.
Efecto terapéutico no parecen tener: frente a ellas no disminuyen las incorrecciones de todo tipo y, es más, su repetición obsesiva en las redes sociales y en la tele, de tan reiteradas, genera un efecto ambivalente, en el que se entremezclan el morbo, el entretenimiento y acaso una condena meramente retórica, sin ánimo real de corrección.
En la muestra del chino Ai Weiwei en Proa, puede apreciarse su obra Cámara de vigilancia con pedestal, tallada en mármol, un homenaje irónico para la posteridad a una de las estrellas de la rara civilización actual.