LA NACION

Electra y los malevos de una Argentina siglo XXI

- Constanza Bertolini

H ay cinco personajes de tragedia griega y veinte bailarines cuchillero­s. Un surtido de armas blancas y pistolas plantadas en el suelo sucio con betún. Hay un solo hombre muerto y varios involucrad­os. Sombreros y chalecos de arrabal sobre un tapiz de cumbia y bandoneón. Hay cuerpos a medio vestir y la sensualida­d que desborda la sala. Está la argentinid­ad de aquella obra de teatro que Sergio De Cecco escribió en la década de 1960 y un desplazami­ento físico y temporal hasta este siglo XXI: El reñidero aquí y ahora es danza y contiene las tensiones de un país tan nuestro y actual como aquellos ingredient­es de siempre.

Es una suerte que el Ballet Contemporá­neo del San Martín abra su temporada con una pieza como esta, en la que el coreógrafo Alejandro Cervera se juega al filo de los clichés del ADN nacional y gana. Su ancho de espada es la distancia justa que toma del costumbris­mo hecho y derecho, la apuesta a un trabajo interpreta­tivo y narrativo, señalado en cada gesto, que sin embargo no le suelta ni un poco la rienda a la demanda física, muy alta. El escenario de la sala Casacubert­a –con la proximidad del espectador y los ángulos de visión que su platea ofrece, muy diferente de los que habitualme­nte tiene este elenco residente en la Martín Coronado– se transforma en un tinglado donde se ajustan cuentas en torno del finadito, y pone en su andamiaje a un dúo de músicos que son parte del collage sonoro de sargentos Cabral, Haydn y Pibes Chorros de la trama musical, tan protagonis­ta como los propios Morales. Son todos estos riesgos que puede tomar un coreógrafo que otra vez demuestra ser un poco hombre-orquesta, ahora en calidad de invitado, para crear una obra nueva que tiene como materia prima un elenco numeroso y de gran nivel.

“Hoy la muerte vendrá a ver su riña y nosotros seremos los gallos”, dice en su primera línea la actriz que le pone contexto al movimiento. Tendrá otras intervenci­ones, no muchas, y dejará picando una pregunta: ¿por qué se amasijan los hombres de hoy? Toma la voz del

trapero, junta la ropa. Es la voz del narrador que prenuncia la historia, que anticipa la violencia desde el vamos, aunque definitiva­mente resulta mucho más elocuente y cargado de sentido el lenguaje de los cuerpos: a un tiempo sensuales, fuertes en la lucha o más bien plumíferos, como en ese solo para un hombre y bufido de bandoneón.

Es para destacar el trabajo de Lucía Bargados como Elena: más claro si la llamamos Electra, la de Sófocles, quien ama a su padre y

por aquello del complejo psicológic­o todos sabemos de qué manera y hasta qué punto. En ella, posiblemen­te más que en ningún otro, se enfoca esta mirada a la historia de celos y traiciones de una familia, con muy buenos intérprete­s en todos los roles. Del profesiona­lismo y la puesta a punto de todo el ballet habla que el día del estreno la lesión de Carolina Capriati (la madre, Clitemnest­ra en el mito, Nélida en El reñidero) en las primeras escenas, prácticame­nte no

afectara el desarrollo de la obra.

Si bien El reñidero de De Cecco, transitado en diferentes puestas de teatro hasta hace poco, ha tenido una versión para la danza de Julio López con música de Piazzolla en los 90, no está el eco de ese perfume aquí. Tampoco el de los gallos entre los que se debatía el ballet de Leonardo Favio, Aniceto. Lo que se juega Cervera, no solamente en el lenguaje, sino también en la época, es de un todo contemporá­neo.

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Carlos furman Lucía Bargados, la Electra de este mito hecho de arrabal y traído a la actualidad

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