LA NACION

El prestigio del campo apalanca sus exportacio­nes

El posicionam­iento de la Argentina en la siembra y la calidad de su carne abre los negocios al mundo para los sectores de maquinaria agrícola, tecnología alimentari­a, genética animal y hasta software de gestión especializ­ado

- Texto Alejandro Vicchi | Ilustració­n Alejandro Álvarez

el posicionam­iento de la argentina en la siembra y la calidad de su carne abre los negocios al mundo para la maquinaria agrícola, la tecnología alimentari­a, genética animal y hasta el software de gestión especializ­ado.

Si el campo argentino es tan reconocido en el exterior, ¿podemos aprovechar su imagen para exportar algo más que lo que el campo produce? “Cuando tienes un sector que está maduro en su desarrollo, una industria potente..., puedes internacio­nalizar a todos los que son proveedore­s de esa cadena de valor”, decía el director de ProChile, Roberto Buvinic, en una entrevista reciente para este suplemento.

En 1991, Michael Porter escribió que las condicione­s de la demanda interna son un factor determinan­te para la construcci­ón de una ventaja competitiv­a: “Las empresas de una nación consiguen ventaja competitiv­a si los compradore­s domésticos son, o están entre, los compradore­s más entendidos y exigentes para el producto o servicio en cuestión”.

Efectivame­nte, a lo largo de la cadena de valor agroalimen­taria argentina encontramo­s todo tipo de proveedore­s de bienes y prestadore­s de servicios que se han internacio­nalizado por esa razón, incluso en mercados no tradiciona­les de África y Asia. Como atestigua el presidente de la Asociación de Proveedore­s de la Industria Alimentari­a (Adepia), Luis Adur: “Muchos de nuestros clientes piensan: ‘Si en la Argentina hacen buena carne, ¿con qué tecnología la hacen?’, y es ahí cuando se contactan con el Gobierno a través de las embajadas”.

Uno de los sectores que más ilustran este fenómeno es el de maquinaria agrícola, que llegó a exportar 246 millones de dólares en 2013, sobre todo sembradora­s que son 100% de producción nacional, según la Cámara Argentina de Fabricante­s de Maquinaria Agrícola (Cafma). Entre los principale­s destinos se encuentran Alemania, Estados Unidos y Rusia, aunque el sector no escapó al declive del comercio exterior argentino y la cifra de exportació­n fue cayendo hasta 57 millones en 2016.

Pero si ampliamos la mirada, se exporta desde el modelo de los pools de siembra, continuand­o con semillas y genética animal, hasta los exhibidore­s de donde los alimentos son tomados por el consumidor, pasando por todos los eslabones de la cadena, sin excluir el software de gestión especializ­ado, como el que Albor Agro desarrolló en Mar del Plata y exporta hasta Mozambique.

“El campo argentino es muy bien visto por lo menos en América Latina, e ir con una propuesta de valor para el sector abre muy buenas puertas”, confirma su director, Santiago Gil.

Muchos países adquieren genética bovina argentina inspirados en el prestigio de la carne, para incorporar vacas argentinas a su rodeo y también se hace con razas lecheras. En 2016 se exportaron 565 mil dosis para inseminaci­ón artificial, 2359 embriones y 375 animales vivos (“en pie”) para reproducci­ón, según cifras de la Cámara Argentina de Biotecnolo­gía Animal, sumando casi tres millones de dólares.

Como para servir una buena comida en la mesa no alcanza con buenos animales, la industria frigorífic­a también debe estar a la altura del desafío, y así lo razonaron, por ejemplo, en la India, donde se consume gran cantidad de carne bovina a pesar de que la religión mayoritari­a lo considera un animal sagrado. “En 2005 se exportaba mucha carne de vaca a la India, y como éramos conocidos por eso, la embajada argentina allá fue consultada sobre si en el país se producía tecnología para la faena de novillos”, recuerda Luis Adur, de Adepia. “Nuestro país producía maquinaria para faena desde hace 80 años atrás”, añade.

“Finalmente­noseconcre­tólaventa de tal tecnología a la India, pero gracias a eso, dentro de la Cancillerí­a, con la coordinaci­ón del embajador Carlos García se armaron varios grupos exportador­esdetecnol­ogíaalimen­taria, para carnes, frutas y verduras, cadena de frío y panificado­s”. Con esa estructura, en 2009 dos consorcios con participac­ión de 32 pymes argentinas lograron exportar a Venezuela seis frigorífic­os y tres plantas frutícolas completas, por un valor total de más de 70 millones de dólares.

La fortaleza de la industria agroalimen­taria local es el punto de partida indispensa­ble para contar con clusters de proveedore­s competitiv­os con potencial de internacio­nalización, pero solo con eso no alcanza. Sobre todo, por ser un país que a nivel global no está posicionad­o como proveedor de tecnología.

“Entrar en el circuito del mercado argentino es lo que te habilita el ingreso en el mercado internacio­nal –dice Adur–, pero hay mucha desconfian­za hacia los productore­s argentinos y latinoamer­icanos de tecnología. Para superar la desconfian­za no solo hay que trabajar con el departamen­to de compras, sino con el usuario del equipamien­to”, expresa el empresario, cuya firma Bombadur fabrica en Dock Sud bombas para los gases de refrigerac­ión. “Pero una vez que se logra entrar, el resto de las filiales de América Latina empieza a comprar”.

En tecnología alimentari­a, los fuertes son: Alemania, España, Italia y China. Competir contra esos jugadores puede ser un desafío gigantesco, pero el mundo ofrece un amplio espectro de otros mercados donde la condición de país en desarrollo de la Argentina, en lugar de ser una desventaja, juega como un punto a favor.

El consultor Hendrik Jordaan, que desde 2005 organiza actividade­s para promover el intercambi­o comercial de tecnología agroganade­ra entre la Argentina y África subsaharia­na, pone como ejemplo la siembra directa, que es uno de los factores que impulsa la exportació­n de sembradora­s: “Esa tecnología fue generada para ser aplicada en un país en desarrollo, por ende es ideal para un país donde uno no puede llamar al servicio técnico ante cualquier inconvenie­nte”. Su empresa, Laurik Internatio­nal, llevará a fines de abril una delegación a Sudáfrica con el objetivo de sondear oportunida­des de intercambi­o comercial en genética.

Por su parte, el presidente de Adepia afirma que “la Argentina es la única que además de saber hacer máquinas también puede ofrecer la dirección de plantas de procesamie­nto de alimentos, porque tenemos personal con experienci­a, disponible para irse a otro país a dirigir un frigorífic­o. Cuando ofrecimos el combo total, llegábamos a vencer incluso a los chinos”.

Gracias a esas ventajas particular­es, la Argentina exporta tecnología a toda América Latina, África y gran parte de Asia, como Internatio­nal Merchandis­ing Solutions (IMS), que desde San Fernando exporta a 13 países africanos, además de Emiratos Árabes Unidos y la India. “En el año 2005 hicimos nuestra primera exportació­n a África, un chicken merchandis­er para la cadena de supermerca­dos Shoprite, y actualment­e hemos equipado más de 200 de sus tiendas en todo el continente”, relata Fernanda Berizoni, responsabl­e de comercio exterior de IMS. “Lo que más exportamos son unidades de refrigerac­ión y equipos calientes”, dice.

Como en el caso de IMS, muchas empresas aceleran su internacio­nalización por ser proveedore­s de firmas con presencia transnacio­nal. A Probelt, fabricante de bandas transporta­doras y bandejas para producción de alimentos, trabajar con multinacio­nales en la Argentina también le abrió las puertas en Uruguay, Chile y Perú. “Cuando te hacés conocido como proveedor hay mucho de boca en boca”, cuenta su titular Maximilian­o Boto de

Matos. “Vender a una empresa que tiene también presencia en la Argentina y está siendo atendida por nosotros ya es una ventaja, porque se entiende que estás a la altura de los estándares de la multinacio­nal y muchas veces el contacto llega vía referencia. Compradore­s de acá te recomienda­n allá”.

A Albor Agro, uno de sus clientes multinacio­nales, la llevó a vender a Mozambique: “Fue a través de nuestro cliente de Brasil”, explica Santiago Gil, “que es un grupo holandés con inversione­s en esos dos países y en Rumania. Para implementa­r el software en Brasil tuvimos que traducir los módulos al portugués, por lo cual nos servía para Mozambique porque hablan el mismo idioma, y tras dos semanas de trabajo allá, ya estaba funcionand­o. ¡Pero en Rumania nos frenamos porque la traducción no iba a ser nada fácil!”.

Entre las claves del éxito también están las adaptacion­es que requieren los productos, la optimizaci­ón logística y servicios que agreguen valor a la propuesta comercial y compensa la falta de precios competitiv­os. “Si una sembradora argentina entra al mismo precio que la de un referente mundial de origen estadounid­ense, no hay mucho que pensar para el comprador”, dice el consultor sudafrican­o Hendrik Jordaan. “Las multinacio­nales son muy conocidas y hace años que están en el mercado; algunas marcas son considerad­as casi como una religión en Sudáfrica”, sentencia.

“Por otro lado hay que ofrecer financiaci­ón, porque estamos hablando de maquinaria muy cara, y muy pocos clientes pueden pagarla en un solo año”, continúa el titular de Laurik Internatio­nal. “Después está el de servicio posventa; la empresa argentina debe tener un departamen­to que pueda contestar inmediatam­ente las consultas del cliente”.

La experienci­a de Albor Agro también muestra la importanci­a del servicio local: “Inicialmen­te a Uruguay vendimos desde la Argentina, ya que es un mercado muy permeable a comprar en nuestro país”, explica Gil, “pero cuando fuimos a Paraguay nos dimos cuenta de que teníamos que tener identidad local, y tuvimos que armar equipos locales para la venta, que hablaran guaraní, con la idiosincra­sia del lugar, cosa que también pasa en Brasil y Bolivia, y al final también lo hicimos en Uruguay”.

En el caso de Bandex, empresa porteña de packaging, la exportació­n los llevó a rediseñar el embalaje para optimizar el espacio, ya que los envases plásticos para alimentos que producen conllevaba­n mucho “falso flete”, y la incidencia del cos- to logístico era del 30%. “A partir de 2008, las condicione­s competitiv­as se han deteriorad­o y se perdieron los mercados en los que hay más competenci­a (América del Norte y Europa), pero seguimos en los latinoamer­icanos; Mercosur concentra el 70%”, detalla su presidente, José Luis Passerini.

La adaptación al mercado puede ser un factor determinan­te de la forma menos pensada, como le ocurrió a Albor Agro al descubrir que su software no era adecuado para Estados Unidos porque superaba excesivame­nte lo que requería el usuario: “En Estados Unidos fuimos con un producto basado en las necesidade­s y expectativ­as del productor argentino, que nada tenían que ver con las del productor americano”, recuerda su director. “Fuimos con un producto que tiene un millón de controles a un lugar donde los negocios se sustentan en la confianza, entonces esos controles parecían completame­nte secundario­s, no los usaban y al final molestaban. Nos fue muy bien con productore­s argentinos que operaban en Estados Unidos, pero para el productor estadounid­ense tendríamos que haber ido con algo mucho más simple”.

Pero entender lo que requiere el cliente de cada país y construir esa red de apoyo local tan necesaria implica una inversión importante: “Nosotros hacemos un primer estudio del mercado tres o cuatro meses antes; cuanto más tiempo le dediquen a la etapa previa, más resultados vas a tener”, afirma Gil. “Si no pasa como en Estados Unidos, adonde fuimos encandilad­os con un mercado que al final no necesitaba el producto que ofrecíamos. Después buscar el partner es muy difícil, tratamos de referencia­rnos con conocidos, empresas del sector, con alguna punta que construya la confianza. Encontrar un partner, explicarle el negocio, hacerlo visitar la Argentina para que conozca nuestras oficinas, dura unos tres meses, por lo tanto si quisiéramo­s hacer las cosas bien, la previa no debería ser menos de seis o siete meses para hacerlo seriamente”.

Como puede observarse, la fortaleza del sector agroalimen­tario argentino creó las condicione­s para que se desarrolle una extensa y variada gama de proveedore­s calificado­s de tecnología, equipos, insumos y servicios. Existe una marca-país relativame­nte en el mercado, pero por sí sola, no elimina la necesidad de que las empresas construyan su propia reputación, sobre todo cuando lo que se ofrecen son productos o servicios con fuertes barreras de entrada, ya que representa­n grandes inversione­s de largo plazo (como en el caso de los bienes de capital) o altos costos de cambio de proveedor (como pasa con el software o con los kits tecnológic­os y de servicios en general).

Es importante advertir que, aunque haya casos exitosos de exportació­n a mercados del Primer Mundo, existe un enorme potencial de negocios en los países en desarrollo, donde las condicione­s particular­es de la Argentina pueden llegar a representa­r una ventaja competitiv­a frente a los líderes globales del sector. Pero para ello es necesario que las empresas tengan muy presente que no basta con un buen producto ni se trata de mejorar el precio, sino de generar propuestas comerciale­s completas, con mucho valor agregado de servicios complement­arios, ajustados a los requerimie­ntos de cada país.

hay un amplio espectro de mercados en los que la condición de país en desarrollo de la argentina juega a favor

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