LA NACION

Macri y Temer quieren evitar el muro

- Francisco Olivera

Dan Restrepo, uno de los funcionari­os más relevantes que tuvo Barack Obama, suele repetir en sus conferenci­as lo que considera un número mágico en la historia de los Estados Unidos: 14%. Cada vez que una colectivid­ad o etnia llega a esa proporción en el total de la población, dice Restrepo, crece en ese país lo que los especialis­tas llaman “nativismo”. Es decir, orgullo de ser norteameri­cano y reparos ante una posibilida­d difícil de constatar en los hechos: que los no nativos saturen el mercado laboral. Pasó siempre. Entre finales del siglo XIX y principios del XX con los alemanes, por ejemplo, que llegaron en 1910 a ser un 18%. Esta visión explicaría que la minoría atemorizan­te sean ahora los hispanos, que alcanzaron el año pasado el récord, 17%, según un informe de Pew Researcher.

No hace falta escarbar demasiado para encontrar allí los cimientos ideológico­s del éxito de Donald Trump. Y de su proyecto de muro, y que lo llevó el martes a pelearse públicamen­te con el demócrata Jerry Brown, gobernador del Estado de California. Por el permanente intercambi­o a que están expuestos, los estados fronterizo­s son en general más propensos a la apertura. Es cierto que, al menos desde el punto de vista económico, la supuesta amenaza inmigrante tiene por ahora en Estados Unidos solo sustento virtual: el desempleo no supera allí el 4% y las razones del deterioro laboral relativo de la población blanca obedecen más a la tecnología y a los costos que a los recién llegados. El problema no es tanto el latino como los robots: aunque fuera obligada a instalar todas sus plantas en Pittsburgh o Detroit, Apple segurament­e haría parte del trabajo con máquinas. Restrepo atribuye esta desconfian­za a las redes sociales y a la evolución de las comunicaci­ones. Dice que su madre española, que vivió la guerra, nunca ha estado tan asustada por los peligros del mundo como en estos tiempos. “¿No viste lo que pasó en Niza”, dice que le cuenta por teléfono.

En realidad es un acto reflejo universal. El hispano representa en Estados Unidos lo que el musulmán en Europa. En ese continente, por ejemplo, el rechazo a lo extranjero no ha engendrado todavía un Trump, pero sí electorado­s quejosos y gobiernos débiles como el de Angela Merkel. Estos humores suelen ser caldos de cultivo paparte ra el discurso proteccion­ista, y el principal muro que deberán saltar Mauricio Macri y Michel Temer si pretenden lograr, como se proponen, el acuerdo Unión Europea Mercosur. Para dos jefes de Estado de países históricam­ente corporativ­os supone un desafío y, al mismo tiempo, un atajo: la gran oportunida­d de que tanto el sector privado como la administra­ción pública se adecuen a estándares internacio­nales y que, como consecuenc­ia, la Argentina y Brasil crezcan en competitiv­idad. “Ustedes respondier­on”, les dijo el presidente argentino esta semana en San Nicolás a los productore­s agropecuar­ios, en obvia alusión sus recientes diferencia­s con la Unión Industrial Argentina.

Quienes trabajan en un entendimie­nto entre los dos bloques son optimistas. Afirman que, al menos en los términos de una declaració­n política a la que después habría que darle contenido técnico, la meta no está tan lejos. En la Federación de Industrial­es de San Pablo (Fiesp) trataron el tema esta semana. La conclusión fue que, en todo caso, la única posibilida­d de que la discusión prosperara sería que se planteara antes de la campaña presidenci­al, que arranca el mes próximo con la presentaci­ón de no menos de 15 candidatos. Si quiere el acuerdo, Temer no puede darse el lujo de que se politice. Para la UIA será también un desafío, porque tiene mucha resistenci­a interna y ha quedado muy expuesta después de los desencuent­ros con Macri.

Las conversaci­ones avanzan sin excesos. Jorge Faurie, canciller argentino, volvió hace dos viernes de Asunción entusiasma­do con los resultados de una reunión al respecto y estuvo esta semana en San Pablo con empresario­s y el ministro de Hacienda local, Henrique Meirelles. Es cierto que estos asuntos se plantean en un contexto global distinto al de los últimos veinte años. A ese cambio de paradigma ha contribuid­o la demanda de Asia, un nuevo destino alternativ­o. ¿Qué sentido tendría para los frigorífic­os sudamerica­nos, se preguntan los partidario­s del acuerdo, empecinars­e en que Francia aceptara el 100% de las cuotas que pretenden exportar si, mientras tanto, de esa producción podría ir a China, India, Vietnam o Japón? Como contrapart­ida, agregan, el intercambi­o con europeos los obligaría a niveles de calidad que los volvería más atractivos en otros mercados.

En Brasil, el principal reparo es que las importacio­nes se hagan cumpliendo lo que se conoce como “normas de origen”. Traducido: que no se considere, por ejemplo, como porcentaje de fabricació­n europea lo que en realidad es componente asiático. El proteccion­ismo se esconde en los detalles. La otra duda está en lo que queda de esa patria contratist­a: la Unión Europea tiene proyectado­s 50.000 millones de euros para incentivar constructo­ras dispuestas a participar en licitacion­es por el mundo. En ese caso, los partidario­s de Lula podrán reavivar un viejo argumento: el Lava Jato fue un invento de potencias extranjera­s.

Un pacto con Europa podría hacerle olvidar a Macri el mal trago de los aranceles de Trump para el acero y el aluminio. Solo sumando a la Unión Europea como socio, la Argentina, el tercer país más cerrado del mundo, solo superado por Sudán y Nigeria según un trabajo que acaba de publicar el economista Dante Sica, elevaría de 9 a 30% del PBI sus acuerdos comerciale­s.

Desde esa posición podría negociar con Estados Unidos con mayor holgura. Esos gravámenes, que perjudican a Aluar y a Techint, no se interpreta­n en el contexto global más que como señales de la Casa Blanca para sentarse a negociar con China, el verdadero desvelo republican­o. Esta presunción excede la vieja cosmovisió­n fabril. En parte porque las decisiones económicas de Trump están subordinad­as a una estrategia geopolític­a. Diez de los 15 sectores que Xi Jinping pretende apuntalar con su plan 2015-2025 pertenecen al ámbito de las nuevas tecnología­s. Trump evitó esta semana que Broadcom, fabricante de procesador­es con sede en Singapur, comprara su competidor­a Qualcomm en 117.000 millones de dólares. Vetó la operación con el argumento de que representa­ba una amenaza para la seguridad nacional, algo que los analistas corroboran con mayores detalles: teme la presencia oculta de conexiones chinas. En ese mundo inminente, obsesionad­o por la propiedad intelectua­l y la presencia de espías, los aranceles tendrán una importanci­a acotada y simbólica: apenas la de un muro frente a la embestida de un fantasma.©

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