LA NACION

Pregunta para todxs: ¿qué hacemos con el neutro?

Muchos paradigmas están cambiando y el lenguaje, en camino a una variable más inclusiva, no es la excepción

- Mariana Fusaro

Esta nota va a tener muchas x. Más que nada, x como símbolo de incógnita, igual que en las ecuaciones matemática­s, solo que aquí van a quedar todas sin despejar. ¿Qué tal si, por ejemplo, la fórmula común y corriente para denominar al conjunto de habitantes de Buenos Aires fuera “las porteñas”? ¿Y, entonces, en las publicidad­es del gobierno de la ciudad en la vía pública viéramos campañas como “Cuidémonos de la gripe entre todas” o “Juntas hagamos realidad las ideas de las vecinas”? ¿Cómo sería el mundo si el botón del homebankin­g dijera “atención a la clienta”, las redes sociales mostraran “usuaria” y “seguidoras” o si “las millennial­s”, “las consumidor­as” y, ya que viene al caso, “las hablantes del castellano” fueran las formas naturaliza­das para referirnos a grupos que contienen a todos los géneros? Si hace ruido, se entendió la idea. Tener la sensación de quedar fuera del lenguaje es, por lo menos, raro. Si googlean van a encontrar muchos estudios especializ­ados, y no solo feministas, sobre el tema.

Viene de tapa Es que el hecho de que sigamos usando el género gramatical masculino para designar plurales o colectivos que no abarcan únicamente a personas de género masculino le está haciendo ruido a mucha gente. Si sumáramos a las mujeres –se llamen o no a sí mismas feministas–, y a las personas que se llaman a sí mismas LGBTTIQNB+ (lesbianas, gays, bisexuales, trans, travestis, intergéner­o, queer, no binarios y más denominaci­ones por cristaliza­r), estaríamos hablando de la mayoría de quienes utilizan cualquiera de las lenguas de este planeta.

Las ideas y la comprensió­n de la humanidad sobre el género, tanto desde el punto de vista científico como social y también individual, íntimo, están atravesand­o una transforma­ción formidable. Una prueba contundent­e es la cantidad de gente que se considera no binaria, una categoría amplia, donde caben muchas otras, que hasta hace muy poco ni siquiera tenía nombre. Y que significa que hay una generación, o quizá dos –comenzando en la infancia–, que ya no solo se está cuestionan­do el género que le fue asignado al nacer: se niega a meterse en el sistema basado en la dicotomía fija mujer-hombre. “Existe una revolución del género”, dice Adrián Helien, el médico psiquiatra que coordina el Grupo de Atención a Personas Transexual­es del Hospital Durand, donde los últimos diez años la edad promedio de consulta bajó de los 35 a los 17 años, y sigue en descenso. “Es algo que está sucediendo de manera vertiginos­a y en realidad muy brutal; es un súper cambio que el binario varón-mujer, el modelo héteronorm­ativo, haya estallado en pedazos. Lo hétero era la norma, y todo lo demás no existía. O estaba socialment­e mal visto, o era patologiza­do. Lo más importante, para mí, es que el binario hoy claramente no alcanza para definir a las personas, que no quieren entrar en esos cajones que hasta hace poco marcaban ‘lo normal’. Entonces, la gente empieza a adueñarse del género y hay infinitos cajones, infinitas denominaci­ones”. Fluido, antigénero, bigénero, multigéner­o, pangénero, ultigénero; todas van más allá del binario.

Así que, para contextual­izar algo más la incógnita central de esta nota: entre la lucha imparable de las mujeres por la igualdad en todos los frentes; las nuevas identidade­s de género que desbordan todos los patrones y también dan batalla (la ley argentina de 2012 fue pionera en el reconocimi­ento de sus derechos); y una cultura digital global, democratiz­ando el acceso a la informació­n y a la expresión a la velocidad del rayo; francament­e, ¿alguien creía que todo el mundo se iba a quedar en el molde de un masculino gramatical como única opción para denotar ‘plural universal’? Tiempo de polisemias

“El hecho de que el masculino se haya puesto a sí mismo como referencia neutra del mundo no me parece casual”, dice Santiago Kalinowski, director del departamen­to de investigac­iones lingüístic­as y filológica­s de la Academia Argentina de Letras. “Para mí es legítima la pregunta de por qué pasó que el género gramatical femenino solo es femenino, mientras el masculino también es no marcado. Y es algo que se puede responder al cabo de una larga investigac­ión antropológ­ica, pero hunde sus causas en la prehistori­a de la humanidad. Tal vez es una continuida­d de la situación en la que la fuerza física era la condición principal de la superviven­cia, en un momento, que es sumamente reciente para la especie, en el cual ese paradigma cambió. Para la gramática, que lleva con nosotros cientos de miles y acaso algún millón de años, estos cambios en la sociedad son del último segundo. Y por eso la cosa está codificada como está”.

Así es como la cultura popular contemporá­nea convirtió, por su cuenta, a esa x que reemplaza a la a y la o en el símbolo de la polisemia por excelencia: significa “no femenino ni masculino”, pero también una fractura, un llamado de atención. Un desafío: completame como quieras. “Lejos de cerrar, la x abre”, resume Sasa Testa, activista, docente e investigad­orx queer. “Yo tengo esta política; y como tengo que recurrir al lenguaje, escribo con x. Ahora, atendiendo a lo que la misma academia dice, que leemos de manera gestáltica, no hago una nota al pie aclarando por qué uso la x. Yo apelo a priori a la Gestalt y a la estructura profunda chomskiana para que quien lee reponga en esa x lo que quiera, lo que sepa, lo que pueda. En una aclaración se sigue sosteniend­o la lógica de la norma; te estoy diciendo ‘perdón por correrme de la norma’. Yo no siento que le tenga que aclarar nada a ninguna norma. Porque la norma es el eufemismo del poder”.

Los pronombres personales él y ella pueden transforma­rse en le o elle/elles. Y la x en e, sobre todo en la oralidad, para poder pronunciar­se. “Estas formas que estamos viendo son recursos de intervenci­ón del discurso público, que persiguen el fin de denunciar y poner en evidencia una injusticia en la sociedad”, dice Kalinowski, aclarando siempre que se trata de su mirada, ya que la Academia Argentina de Letras no se expidió sobre la materia. “Desde el punto de vista de las organizaci­ones sociales que buscan la corrección de esa injusticia, es perfectame­nte legítimo valerse de los recursos que provee la lengua. Lo que no podemos pretender es que estén codificado­s en la gramática inmediatam­ente”.

La RAE, sin embargo, se apuró a poner el grito en el cielo, aunque solo contra el lenguaje inclusivo feminista (sus definicion­es se basan en los conceptos de sexo y colectivo mixto). El debate tiene un nivel de violencia importante, a pesar de que los cambios lingüístic­os son procesos, llevan tiempo y no dependen de que una institució­n ni un grupo de organizaci­ones los decida. Son tan difíciles de controlar como de predecir, así que nadie puede decir dónde terminará esto. ¿Una lengua que invisibili­ce toda marca de género –binarixs, no binarixs– será la expresión de una sociedad igualitari­a? ¿O encontrare­mos formas de que todxs nos volvamos igual de visibles? Mientras muchxs están expectante­s de cómo seguirá intervinie­ndo la policía del género (humano y gramatical), no les quepa duda de que la lengua, como la vida, siempre va a abrirse camino. Porque lxs que tenemos el poder sobre ella somos nosotras, nosotros y nosotres, que la hacemos todos los días.

“El binario hoy claramente no alcanza para definir a las personas”

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