LA NACION

La británica Collateral retrata a su país tras el Brexit, mientras que la local Edha es ambiciosa pero inconsiste­nte

- Paula Vázquez Prieto

La primera serie argentina para Netflix, creada y dirigida por Daniel Burman, tiene algunas de las constantes de su cine perdidas en una narrativa dispersa que parece querer contenerlo todo y termina perdiendo mucho. En ese sentido, los primeros episodios de Edha delinean un producto de lo más extraño: una ficción que conjuga la ambición de relato clásico, de obsesiones y venganzas (afectada por actuacione­s muy dispares), con la inserción de tópicos de agenda pública que nunca pasan de ser un mero elemento de color local.

Filmada en una Buenos Aires abstracta, construida en vistas aéreas como postales en movimiento, Edha propone dos espacios diferencia­dos: el mundo de la moda y la alta costura y el territorio lindante al trabajo precario y los talleres clandestin­os. De allí se desprenden sus protagonis­tas: la diseñadora excéntrica y algo caprichosa que interpreta Juana Viale, su sino familiar, su padre ambicioso, un negocio que combina el glamour y los manejos dudosos y el buscavidas al que da vida Andrés Velencoso, vendedor itinerante, atado a deudas y amores culpables, obsesionad­o con una venganza personal.

Como suele ocurrir en los mundos de Burman, los personajes se definen por recurrenci­as, por acciones que se tornan casi reflejos y que definen los aspectos claves de su carácter. Pero aquí todo se revela impostado y superficia­l: la obsesión de Edha con el suicidio de su madre (que encuentra en las escenas con la Odette de Inés Estévez sus mejores momentos), la de su padre con su propia impunidad casi grotesca, incluso la de Teo y esa herida de clase y orgullo que lo lleva al encuentro con Edha. La voz en off, que podía ser útil en el primer episodio de presentaci­ón, se torna inoperante y tediosa, incapaz de ofrecer matices o contradicc­iones sobre esos universos en conflicto.

A diferencia del factor judío, recurrente en la obra de Burman y que aquí apenas se gesta como una anécdota en la disciplina y el rezo de las costureras, el territorio que tiene cierto relieve es en el que se mueven los adolescent­es. La joven Elena, a la que Delfina Chaves le brinda una calidez no exenta de ambigüedad, se interna en el mundo de los adultos entre la inesperada aparición de su padre y un amor secreto y prohibido. El territorio de la ley, el submundo del crimen y la banalizaci­ón del arte performati­vo no dejan de ser accidentes de los que se vale la historia, atada a los lugares comunes de ese conservadu­rismo genérico que Burman ha sabido aprovechar otras veces (sobre todo en sus comedias) y que aquí lo aprisionan hasta la asfixia.

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Netflix Andrés Velencoso y Juana Viale, enfrentado­s

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