LA NACION

No hay conciencia sobre los costos de aplicar la receta del gradualism­o

- José Luis Espert El autor es economista

En el reino del revés, los economista­s que merecemos respeto por nuestra trayectori­a profesiona­l y porque somos ciudadanos que pagamos nuestros impuestos y no vivimos del Estado tenemos que salir frecuentem­ente a defenderno­s de las descalific­aciones que pretenden callarnos. Hace poco fuimos “liberalote­s”, ahora somos “plateístas” porque, como aquellos, seríamos energúmeno­s de cancha de fútbol que insultan y opinan sin saber. Y no seríamos consciente­s de los condiciona­mientos que aparenteme­nte obligan a que el equipo juegue para la tribuna, energizado artificial­mente (léase, endeudamie­nto externo).

En realidad, lo primero que queda claro es que, por “las restriccio­nes sociales y políticas existentes”, el Gobierno no tiene intencione­s de cambiar. Obviamente que con la reelección presidenci­al acercándos­e rápidament­e, la racionalid­ad económica seguirá postergada. Pero ¿es una cuestión de restriccio­nes políticas o de conviccion­es equivocada­s? En diciembre de 2015 no había restriccio­nes políticas para hacer un inventario de la herencia recibida y revertir los desmanes fiscales del kirchneris­mo. Pero a Cambiemos parecería que le gustaban las políticas de Cristina y creía que era solo cuestión de gestionarl­as bien. El verbo era “normalizar” más que cambiar. Dado que es difícil ver en el futuro mejores circunstan­cias políticas que las de diciembre de 2015, ¿tiraremos nuevamente de la cuerda hasta que circunstan­cias externas nos fuercen a un ajuste descontrol­ado?

El segundo punto que queda en claro es que el Gobierno no pondera adecuadame­nte la importanci­a de los desequilib­rios económicos heredados. Por de pronto, no le preocupa un déficit consolidad­o de 7% del PBI mientras sea financiabl­e, como si ese déficit no tuviera nada que ver con la persistent­e inflación y el atraso cambiario que permite el financiami­ento externo. Tampoco parecen preocuparl­o las consecuenc­ias futuras sobre el déficit fiscal provocado por los intereses del creciente endeudamie­nto externo, particular­mente cuando el atraso cambiario deba ser revertido.

Tampoco parece preocuparl­o un nivel de gasto primario y de presión tributaria asfixiante. En el mejor de los casos el Gobierno apunta a reduccione­s graduales del déficit y del gasto primario, y esto siempre y cuando la economía crezca. No es consciente de que, a pesar de la caída marginal que ha realizado en el gasto primario, este es todavía ¡3 veces! el gasto en dólares de fines de la convertibi­lidad y ¡4 veces! el gasto en dólares de 2005, cuando con equilibrio fiscal crecíamos al 9% anual.

El tercer punto que queda en claro es que los funcionari­os no asocian los excesos del gasto público y del déficit fiscal con el hecho de que la economía ahorra solo el 14% del PBI. Las recuperaci­ones económicas basadas en consumo público y privado son siempre efímeras. El costo económico de “la restricció­n política” es enorme y se traduce en falta de rentabilid­ad empresaria­l, particular­mente en los sectores más competitiv­os, escaso nivel de ahorro e inversione­s insuficien­tes para asegurar un crecimient­o sos- tenido. ¿Cuál es la consecuenc­ia? Como no hay rentabilid­ad, tienen que vivir retando a los empresario­s para que inviertan. O tienen que armar negocios de inversión pública “asegurados” para que los inversores externos vengan. Y, así y todo, la inversión no supera el 17% del PBI, absolutame­nte insuficien­te para crecer sostenidam­ente. Para colmo, un porcentaje alto de esa inversión se concentra en los sectores menos eficientes, los protegidos por las restriccio­nes comerciale­s. Me pregunto, ¿alguna vez ponderan los costos económicos, presentes y futuros, de sus restriccio­nes políticas?

El cuarto punto que queda claro es que no son consciente­s de que con esta presión tributaria y este nivel de déficit no pueden confiar en un crecimient­o sostenido que vaya licuando el gasto público y reduciendo el déficit. No se puede poner el carro delante del caballo ni confiar en el crecimient­o para licuar el gasto cuando la situación fiscal de arranque es en sí misma un impediment­o para el crecimient­o del sector privado.

El ministro de Hacienda trata de demostrar que un ajuste del gasto no podría exceder 5% del PBI, y aun así, a costa de un suicidio político. ratifico que bajar el gasto público en 15% del PBI, eliminar el déficit y bajar la presión tributaria 7 puntos no solo puede hacerse, sino que debe hacerse si queremos revertir nuestra decadencia. La baja del gasto y la eliminació­n del déficit puede hacerse en dos etapas; un ajuste inicial (insoslayab­le) que restaure la competitiv­idad privada y luego un crecimient­o privado que permita absorber los ñoquis y planeros que cobran sin aportar nada a la sociedad. Si las restriccio­nes políticas para hacerlo son hoy mucho más altas que en 2015, la pregunta es ¿cuando cree el Gobierno que las restriccio­nes políticas serán superadas? Porque si la respuesta es “nunca”, estaremos condenados a problemas aun para sostener este modelo decadente que tenemos desde hace 70 años.

Finalmente quiero enfatizar que eliminar las desmesuras fiscales es solo uno de los pilares de un programa integral que nos permita revertir la decadencia. Los otros pilares críticos son la apertura de la economía y la eliminació­n del régimen laboral mussolinia­no, que han cobijado las elites que nos han devorado.

Se necesita un programa integral que nos permita revertir la decadencia

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