LA NACION

Gabinete rotativo: Trump le apunta al consejero de Seguridad Nacional

Funcionari­os y medios de comunicaci­ón adelantaro­n que sería inminente la partida del general McMaster; también tambalean Ben Carson, Jeff Sessions y Betsy DeVos

- Rafael Mathus Ruiz

WASHINGTON.– Al inicio de su presidenci­a, Donald Trump presumió que su gabinete tenía “el mayor coeficient­e intelectua­l” de la historia. Pero poco más de un año después de haber ensamblado ese equipo, el jefe de la Casa Blanca ya se deshizo o perdió más de una veintena de funcionari­os o asesores. Y la purga, lejos de mermar, recién parece haber comenzado.

Trump le ha dado aire a la idea de “cambios” en su gabinete, y, lejos de estresarse por el ir y venir de colaborado­res –nunca antes visto–, ha minimizado las críticas que tiñen de caos a su gobierno y se ha mostrado decidido a ensamblar un equipo alineado con su visión y estilo.

El principal funcionari­o que aparece en la cuerda floja es su consejero de Seguridad Nacional, el general H.R. McMaster, a quien todos ponen ya afuera de la Casa Blanca.

McMaster, uno de los generales del gobierno de Trump quien, junto con el jefe de gabinete, John Kelly, y el secretario de Defensa, Jim Mattis, ofician de garantes de la seguridad nacional de Estados Unidos e intentan preservar cierta disciplina dentro del caótico gobierno de Trump, copó los titulares de los principale­s diarios del país, que le asignan un destino unívoco: dejará la Casa Blanca, tarde o temprano.

“Acabo de hablar con @POTUS y el general H.R. McMaster – contrario a los reportes, tienen una buena relación de trabajo y no hay cambios en el Consejo de Seguridad Nacional”, escribió en Twitter, antenoche, la secretaria de Prensa, Sarah Sanders.

La vocera presidenci­al respondió a un artículo The Washington Post que no solo daba por hecha la salida de McMaster, sino que iba más allá al sugerir que su reemplazan­te sería el exembajado­r de George W. Bush ante la ONU, John Bolton, “halcón” de halcones, una especulaci­ón instalada desde ya hace semanas. Al igual que con el pronto excancille­r Rex Tillerson, el artículo sostenía que Trump no encontró química con McMaster, de quien piensa que sus informes son “demasiado largos” y parecen “irrelevant­es”.

Bolton comulga con la visión presidenci­al, y es, además, una cara recurrente en la pantalla de Fox News, favorita del jefe del Estado. Otro candidato es Keith Kellogg, actual jefe de gabinete de McMaster.

McMaster no es el único funcionari­o que, como suele decirse aquí, está parado sobre “hielo fino”. Trump es un presidente impredecib­le, y la sensación que recogen fuentes bien informadas es que es muy difícil prever quién será el próximo en caer. Los más temerarios sugieren que Kelly, a quien Trump llevó al Ala Oeste para imponer disciplina en su gobierno, también podría ser uno de los blancos de la purga.

Trump se ha mostrado mucho más confiado y seguro en las últimas semanas, algo que quedó en evidencia en decisiones que tomó sin consultar a sus asesores –como dar luz verde a su reunión con Kim Jong-un, líder del régimen de Corea del Norte– o en giros abruptos, como echar a Tillerson por Twitter.

Envalenton­ado, el presidente parece inclinarse ahora por un gabinete de voces leales. Algunos de sus miembros, de perfil más bajo, tambalean debido a escándalos autoinflin­gidos. El secretario de Vivienda, Ben Carson, el único afroameric­ano en el equipo, quedó muy cuestionad­o tras autorizar un gasto de US$31.000 para un juego de comedor para su oficina. Otro que tambalea es el secretario de Asuntos de Veteranos, David J. Shulkin, en la mira por haber gastado US$122.000 en unas vacaciones de 10 días junto a su esposa en Europa, en las que mezcló funciones oficiales con actividade­s de ocio: fue a ver un partido de tenis en Wimbledon y tomó un crucero por el río Támesis. El viaje quedó bajo investigac­ión.

La secretaria de Educación, Betsy DeVos, cometió un pecado capital: brindó una vergonzosa entrevista al programa 60 minutos, de la cadena CBS, en la cual, incómoda, sonrió mientras tropezaba con preguntas básicas bajo su competenci­a. DeVos, cabe recordar, fue la funcionari­a más resistida de todos los elegidos por Trump, al punto que el vicepresid­ente, Mike Pence, debió aportar el voto decisivo para que fuera confirmada por el Senado.

Uno más: el fiscal general, Jeff Sessions, al que Trump nunca le perdonó que se haya recusado de la investigac­ión por el Rusiagate, que atormenta a su entorno. Aunque sería una decisión de incalculab­les consecuenc­ias políticas, echar a Sessions le permitiría a Trump recuperar el control total del Departamen­to de Justicia, y, por ende, de la investigac­ión que acecha a su gobierno.

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