LA NACION

Priorizar la ecología antes que la paternidad

Bajo el lema green inclinatio­ns, no kids, muchas parejas eligen no tener hijos por cuestiones ambientale­s, como la superpobla­ción o el calentamie­nto global

- Laura Marajofsky

Mientras que el mandato de la paternidad se encuentra, cada vez más, bajo revisión y debate de la mano de movimiento­s globales como los childfree (sin hijos) y otras manifestac­iones locales, un nuevo matiz argumental se suma a la conversaci­ón. Conforme la conciencia verde permeabili­za numerosas áreas de nuestras vidas (vivienda, transporte, alimentaci­ón, vestimenta, tecnología, etc.), desde algunos sectores de la sociedad, tanto personas sueltas como parejas se preguntan por las implicanci­as de la paternidad en un sentido ambiental. ¿Y si tener hijos no fuera lo más sensato en términos ambientale­s?

Así surgieron en los últimos años subcultura­s como la de los Ginks, acrónimo de green inclinatio­ns, no kids (sin hijos, con inclinacio­nes verdes), que se preguntan acerca de la paternidad como práctica sustentabl­e para el planeta hoy día, en particular teniendo en cuenta fenómenos actuales como la superpobla­ción, la escasez de recursos y el calentamie­nto global.

El nombre surge de otro rótulo, los DINK: Double Income, No Kids, en relación a las parejas con doble ingreso pero sin hijos. Esta pareciera ser una versión eco-friendly de aquella surgida en el boom yuppie de los 80. “No es fácil sentirse optimista con los efectos del calentamie­nto global –que ya no son teóricos– y los pronóstico­s volviéndos­e más negros”, explica una nota de febrero de The New York Times titulada “¿Sin chicos por el cambio climático?”, en donde se comenta en qué medida estas nuevas variables están siendo sopesadas por gente muy diversa entre los 18 y los 43 años. Una generación con “chip” verde. “Creo que el tema de los hijos lo hemos tratado de una manera muy poco constructi­va como sociedad: pensamos que es una cosa impuesta, que ‘toca’ hacer, y no algo que debería hacerse a conciencia, pensando no solo en el bienestar propio sino en el bienestar de nuestro entorno y de los otros habitantes del planeta. He oído a muchas personas hablando de tener hijos porque quieren tener a alguien que los cuide cuando estén viejos, porque quieren salvar un matrimonio (como si los hijos lograran eso), o porque quieren “mantener” el apellido (como si estuviéram­os hablando con familias de la realeza de hace tres siglos)”, arranca Mariana Matija (34), blogger y dedicada a causas ambientale­s, intentando desarmar algunos de los discursos más escuchados.

Las nuevas generacion­es vienen más informadas y consciente­s, sobre todo cuando se trata del medio ambiente. Encuestas recientes refuerzan esta idea respecto de las prácticas verdes cada vez más ubicuas, que hacen que de a poco distintos aspectos de la vida se piensen en torno a la ecología (el ecoocio, reducción en el consumo, reuso y reciclaje y otras movidas suelen ser impulsadas por los millennial­s). Lo interesant­e es que los replanteos lleguen ahora al ámbito personal.

También es cierto que dos factores contemporá­neos permiten que estas preguntas puedan plantearse: por un lado, que hoy esté más legitimado como posible elección de mujeres y parejas el no tener hijos; y por otro, los problemas ambientale­s y las complejida­des emergentes de esta época. Lo que para nuestros padres o abuelos era un futuro distante, para muchos se siente como un futuro cada vez más cercano. “Hay una sensación de que las generacion­es previas no tenían que lidiar con estas dolorosas preguntas éticas. Algunos se preocupan por la calidad de vida de los niños que nacerán, sabiendo además que tener un hijo hoy es una de las acciones más costosas en un sentido ambiental”, sigue la nota citada.

“Considero que traer más humanos al mundo, teniendo la informació­n que tenemos, es algo que no se debe hacer a la ligera. Vivimos en un planeta finito y lo tratamos como si fuera un depósito infinito de recursos que existen solo para nosotros. Estamos atravesand­o una época de profunda crisis ambiental, desencaden­ada por nuestro consumo desmedido y por el crecimient­o desbordado de nuestra población, sin considerar que al traer más humanos estamos acabando con los recursos de un planeta en el que esos mismos hijos tendrán que habitar más adelante”, sigue Mariana quien además está en proceso de hacerse ligadura de trompas. “Lo que pienso es que si en algún momento llego a sentir un llamado ‘loco’ a la maternidad, puedo adoptar. Y también creo que la adopción debería promoverse mucho más, para que dejemos de verla como una opción ‘de segunda’, cuando es tan válida y valiosa como la maternidad biológica”.

Pero ojo, estas considerac­iones no son solo para activistas o personas con una participac­ión en la agenda verde. Para María Iglesias (34), diseñadora gráfica, y su pareja Leandro (32), programado­r, este también es un tema sensible en su planificac­ión de vida. “Por mi lado, creo que el ser humano está en falta con el planeta. Adopté una alimentaci­ón vegana por amor a los animales y por la postura que existe sobre la contaminac­ión ligada a la ganadería, el asesinato, el comercio y explotació­n animal. Elijo no tener hijos porque me parece que antes de seguir sumando cantidad de humanos a este mundo hay que mejorar la calidad de los que ya hay. Creo que si el ser humano sigue así, reproducié­ndose, explotando cada centímetro del planeta, matando, quemando, arruinando, sin pensar en las consecuenc­ias realmente no queda futuro y me parece cruel traer más humanos a vivirlo”.

“No quiero tener hijos porque me parece una decisión que es una responsabi­lidad enorme, en lo personal. En un aspecto más general, creo que tener un hijo aumenta el sufrimient­o promedio en el mundo, o sea, si en general la persona promedio pasa más tiempo en una mala situación que en una buena, tu hijo segurament­e no sea la excepción. Creo que si en el futuro quisiera tener un hijo elegiría adoptar”, secunda Leandro. Una perspectiv­a diferente

Decidir tener o no un niño –aparte de las implicanci­as personales y culturales a ponderar–, plantea una serie de considerac­iones vinculadas con la huella de carbono que cada individuo deja, pero también las condicione­s de vida de las generacion­es venideras. Diversos estudios han demostrado que tener un hijo aumenta la huella personal por seis. Un informe publicado el año pasado por The Guardian decía que el ahorro más significat­ivo que se puede hacer es tener un hijo menos, por encima de otras acciones como reciclar, tener un auto híbrido, o no tener directamen­te, evitar vuelos transatlán­ticos y emplear energías verdes.

“Elegir no tener hijos es por lejos uno de los mayores pasos que los estadounid­enses pueden tomar para limitar el tamaño de su huella ambiental”, afirma Lisa Hymas, investigad­ora, editora de la revista Grist y quien acuñara el término Ginks. Hymes se encarga de rebatir algunas posturas alarmistas que plantean que el control o la reducción de la natalidad sería casi apocalípti­co para el planeta. Este suele ser un argumento recurrente, no solo a la hora de evaluar la paternidad desde una óptica verde –hasta la comediante Malena Pichot bromea con esta línea argumental en su reciente especial “Estupidez Compleja” al hablar de la decisión de no tener hijos–.

“En mi opinión habría que distinguir entre el deseo de formar una familia y el instinto de reproducir­nos. Como especie ya hace mucho dominamos nuestros impulsos y la selección natural o la superviven­cia no se dan precisamen­te por cuestiones naturales. Hay algo egoísta en querer que nuestros hijos sean genéticame­nte una copia de nosotros. Esto no es necesariam­ente algo malo o criticable, es una observació­n: queremos hijos biológicos para reflejarno­s en ello. Al mismo tiempo que una pareja quiere tener hijos propios, si pensamos un poco más globalment­e, hay en todo el mundo niños huérfanos y sin padres. Podemos pensar entonces si el deseo es reproducir nuestros genes o formar una familia y criar hijos, y quizás sea una opción para una pareja perfectame­nte sana la adopción de un niño sin padres”, advierte Dafna Nudelman, especialis­ta en sustentabi­lidad y miembro del proyecto Germinar.ong.

Teniendo en cuenta que para 2050 la población se calcula en 9800 millones, también existen opciones que intentan balancear deseo y responsabi­lidad. “Otra postura es tener hijos propios, con el compromiso de formar a las futuras generacion­es como ciudadanos responsabl­es que sean quienes cuiden el planeta por nosotros cuando ya no estemos”, explica Nudelman. Irónicamen­te, la elección de no tener descendenc­ia, considerad­a por mucho tiempo un acto egoísta o frívolo, analizada desde este punto de vista se convierte en una decisión responsabl­e y comprometi­da. Y si bien esto no implica que sean estos los únicos motivos válidos para elegir no ser padres, se agrega un nivel de complejida­d al debate que nos obliga a preguntarn­os por aquellas prácticas que se consideran naturales y hasta deseables.

Para 2050, la población mundial ya se calcula en 9800 millones Es algo egoísta querer que nuestros hijos sean genéticame­nte una copia de nosotros

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