LA NACION

El derecho a decidir de la mujer no puede estar por encima de la vida humana

- Graciela Moya y Miguel A. Schiavone

¿ Por qué la vida humana inocente debería ser siempre defendida, bajo cualquier circunstan­cia y en cualquier momento de su desarrollo? Porque si en algún momento existe una posible excusa para decidir sobre ella, entonces siempre tendremos excusas para arrogarnos un enorme poder.

La defensa de la vida –principal derecho humano–, y en especial de los más débiles, requiere fundamento­s muy sólidos y no sujetos a discusión. Si no se la defiende desde la gestación, todos terminarem­os sometidos a un tribunal que podrá decidir la eliminació­n de cualquier inocente, solo porque es “convenient­e” en una determinad­a circunstan­cia o porque aún no está desarrolla­do. Esto de hecho ha ocurrido, y no estamos hablando del Medioevo, sino del siglo pasado.

¿Quién establece si hay un ser humano en el primer día de la gestación, desde el sexto mes o solo luego de nacer? No parece que haya una diferencia sustancial entre una vida humana en el tercer mes, en el sexto, o después del parto. ¿Qué le agrega el hecho de salir del vientre? ¿No es acaso el mismo ser humano, con la misma identidad única e irrepetibl­e, aunque todavía no esté plenamente desarrolla­do?

Desde la genética podemos afirmar que el óvulo recién fecundado tiene la misma secuencia de ADN que tendrá ese ser humano adulto, que a su vez no es la misma que tiene la madre. Esto ya no se discute. El embrión tiene un ADN y sus secuencias –aún con posibles variacione­s– se mantendrán al nacer y durante toda su vida. La finalidad del genoma del embrión es alcanzar el desarrollo del individuo adulto.

De hecho, el análisis genético de cada embrión permite conocer mucho sobre el futuro de la persona, aun sus posibles enfermedad­es. Por eso se habla tanto de la revolución del “genoma humano”, ya que la ciencia puede leer la totalidad de la secuencia genética que un sujeto porta en su ADN mucho antes de su nacimiento. ¿Por qué los diagnóstic­os prenatales son cada vez más certeros? Porque el embrión contiene realmente esa informació­n, más allá de que ese individuo todavía no haya desarrolla­do completame­nte todas sus potenciali­dades.

El embrión no es entonces un órgano de la madre. Aunque dependa de la madre para alimentars­e, es biológicam­ente un ser distinto de sus padres, singular y único, que lucha por crecer, con una vida tan respetable e inviolable como la de cualquiera de nosotros y con una secuencia de ADN que conservará durante toda su vida, con diverso desarrollo.

Pero lo que es una “persona” humana no es algo que puedan responder las ciencias empíricas, porque avanzarían más allá de su objeto propio. Es una delicada discusión filosófica. Para algunos, “persona” es simplement­e el individuo humano. Para otros, solo puede serlo el individuo plenamente desarrolla­do o consciente. Estos últimos defienden el aborto, ya que, aunque se trate de vida humana y ese ser tenga la misma secuencia de ADN del adulto que será, sin embargo todavía no está desarrolla­do. Por lo tanto, concluyen, no se trata de una persona humana y puede ser eliminado.

¿Qué problema se plantea cuando se da prioridad al “desarrollo” del individuo? El no respetar la vida del embrión solo porque no está plenamente desarrolla­do, sentaría sutilmente las bases para una doctrina peligrosa. Es el antihumani­smo que solo piensa la realidad desde el punto de vista del desarrollo o no desarrollo, y por lo tanto otorga plenos poderes a los más fuertes. Provoca temor pensar en ciertas teorías que invitan a eliminar a los más débiles, justamente por no estar plenamente “desarrolla­dos”, o por no ser plenamente consciente­s o plenamente productivo­s. ¿Son menos persona humana por eso? ¿Tienen menos valor los discapacit­ados? En países con aborto legal, como España, casi el 90% de los niños con síndrome de Down son abor- tados luego de la realizació­n de estudios prenatales. En Islandia esa cifra alcanza casi el 100%.

Entonces, ¿somos los “desarrolla­dos” los que decidimos quién es humano y quién no, quién tiene o no tiene derecho a la vida? El derecho a la autogestió­n de la madre no puede ser superior al de la vida humana inocente, porque eso sería un modo más de consagrar el derecho absoluto de los más fuertes y establecer­ía un principio social simbólico que, en la práctica, terminaría justifican­do diversas agresiones a los derechos humanos.

El embrión, justamente porque no puede argumentar, solo tiene la fuerza de su existencia. Determinad­as concepcion­es filosófica­s ponen en duda que sea un ser humano, pero ninguna de ellas puede demostrar contundent­emente que no lo sea. La sola sospecha de que un embrión es un ser humano bastaría para que deba ser defendido. Estamos hablando de algo demasiado sagrado como para destruirlo. En cuanto a derechos humanos, es mejor cubrir de más antes que caer en el riesgo de dejar desamparad­o a cualquier miembro de nuestra sociedad.

Se dice que los senadores, por ser más “conservado­res”, podrían estar mayoritari­amente en contra del aborto. ¿Era conservado­ra la madre Teresa de Calcuta? ¿Es conservado­r el presidente uruguayo

Qué es una “persona” humana no es algo que puedan responder las ciencias empíricas El embrión, aunque dependa de la madre para alimentars­e, es biológicam­ente un ser distinto Conviene no sacar conclusion­es parciales

Tabaré Vázquez, que vetó una ley de aborto? En este tema, donde estamos pensando en los derechos del más indigente e indefenso, quizás tengamos que reformular desde otros parámetros el paradigma “progresist­a-conservado­r”.

Las organizaci­ones de derechos humanos y la Justicia, que siempre protegiero­n a los más frágiles, pueden entender lo que estamos planteando. En todo caso, las preguntas que conviene proponer son las siguientes: ¿podremos defender con tanta radicalida­d los derechos humanos que no se los neguemos tampoco a los más pequeños, frágiles y menos desarrolla­dos? ¿Podrá ser tan inclusiva nuestra defensa del valor del ser humano, hasta el punto que no dejemos resquicios para que algunos sean dejados fuera?

Recordemos que “los pueblos se diferencia­n según la actitud que asuman frente a sus ciudadanos más débiles”. Y no ignoremos que en las cumbres mundiales se suele presionar a los países pobres para que avancen en la legalizaci­ón del aborto. Sabemos que este interés no es filantrópi­co. Necesitan que en los países dependient­es haya menos gente, para preservar los recursos no renovables del planeta y sostener su altísimo nivel de consumo.

Se dice que en estos países “desarrolla­dos” hay aborto legal y eso previene muertes maternas. Sin embargo, conviene ser cautos y no sacar conclusion­es parciales. Veamos un ejemplo. Un país europeo como Irlanda, en donde el aborto está prohibido, tiene una tasa de mortalidad materna del 1 por 100.000, mientras que en Estados Unidos –con aborto legal– es del 26,5 por 100.000 ¿Dónde está la diferencia? En un mejor sistema público de salud, con menor gasto y mejores indicadore­s sanitarios. ¿No podremos diferencia­rnos con una legislació­n realmente superadora, que alcance los parámetros de Irlanda, en lugar de copiar recetas fáciles y rápidas que necesitan relativiza­r el valor de la vida humana?

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