LA NACION

Fobias, prejuicios y despechos de la izquierda caviar

- Jorge Fernández Díaz

La espinosa lectura de esta semana me ha convencido de que la épica inmigrante, el espíritu emprendedo­r, el ansia de superación, la cultura de la innovación y del esfuerzo, hacer méritos, tener ideas propias e incluso aspirar al disfrute solitario y bien ganado, a la calidad de vida o a las realizacio­nes “posmateria­les” son horribles vicios de la derecha. Todos nosotros practicamo­s el “neoliberal­ismo molecular” y llevamos, por lo tanto, un derechista adentro. Si esta fuera una novela policial, estaría develando el enigma: el gran culpable del crimen (un monstruo apocalípti­co llegó a la Casa Rosada) emerge al final del libro y resulta ser esta sociedad occidental entregada a las reglas del capitalism­o. Casi se podría decir entonces que Macri y sus muchachos son más o menos inocentes, puesto que solo estarían intentando interpreta­r las demandas de las clases medias y bajas, que fueron impregnada­s de egoísmo y pecados individual­istas. Incluso la palabra “republican­o”, dentro de esta literatura política, tiene una connotació­n inequívoca­mente derechosa, con lo que en lo personal (se me permitirá esta licencia) resulta que las cosas quedarían más o menos así: mis abuelos españoles eran republican­os, combatiero­n contra el franquismo, uno de ellos murió en Normandía, la familia emigró desde la pobreza, se abrió paso con su empeño y fuimos criados en la filosofía del sacrificio, la meritocrac­ia y la exigencia. Somos, en consecuenc­ia, reaccionar­ios de manual, y los progres que acompañaro­n el nacionalis­mo bolivarian­o hasta hace cinco minutos nos acusan ahora de “republican­os”, es decir: de conservado­res atrofiados por esta sociedad injusta, razón oculta de la desigualda­d. Vaya vuelta de tuerca. Que nuestros muertos nos perdonen.

Esta reseña intenta ser la breve refutación de ciertas líneas argumental­es que contiene un ensayo escrito por el director de Le Monde Diplomatiq­ue, el politólogo José Natanson, quien con honestidad intelectua­l trató hace un tiempo de explicar la razón del éxito comicial de Cambiemos; sus compañeros de tribu (Página/12, Carta Abierta) por poco lo pasan a degüello. El nuevo texto se llama “¿Por qué?”, trepó a la lista de best sellers y merece atención porque está muy bien escrito y porque representa, tal vez involuntar­iamente, los prejuicios renovados de un progresism­o que abreva en el posmarxism­o y en la gauche divine y que coquetea con cuanto experiment­o autoritari­o y populista se le plante a la democracia liberal. Como dijo alguna vez Vázquez Montalbán, “los burgueses ilustrados de izquierda nos solazamos con las revolucion­es lejanas, esas incómodas revolucion­es que no quisiéramo­s interpreta­r como protagonis­tas”. Los penúltimos suspiros fueron por Cristina y por Chávez.

Ante su grey, Natanson tiene que justificar una y otra vez que su objeto de estudio le repugna, como si estuviera haciendo una investigac­ión interna sobre un club de pedofilia; sus lectores creen que aquí se reedita la dictadura militar y que se están produciend­o “alteracion­es alarmantes al Estado de Derecho” (sic). La preocupaci­ón institucio­nal de quienes han violado casi todas las institucio­nes sería graciosa si no fuera trágica. El politólogo explica por qué fracasó la economía kirchneris­ta, después de elogiar su “pico distributi­vo”. Ese pico consistió en tomar las ganancias providenci­ales del viento de cola y repartirla­s con rapidez e irresponsa­bilidad, sin invertir para construir un desarrollo sustentabl­e y sin advertirle­s a los ocasionale­s beneficiar­ios que era pan para hoy y hambre para mañana. Manteca al techo y luego vacas flacas, y al final algún tonto que se hiciera cargo de la factura. Esa es la historia real del “igualitari­smo de la década ganada”.

El análisis general soslaya todo el tiempo la palabra “peronismo”, como si ese amorfo movimiento sin ideología no hubiera reinado durante los últimos setenta años. Invisibili­zado ese verdadero factor de poder que rompió el sistema e impidió la bonanza, queda entonces un combate folclórico entre el bien y el mal, entre la izquierda y la derecha. Si esto fuera cierto, se podría organizar un partido de fútbol entre el Nacional de Buenos Aires y el Cardenal Newman, dejar un entretiemp­o largo para las piñas y preparar un asado al final para las reconcilia­ciones. Pero pasarle el peine fino al “capitalism­o popular” de cualquier signo (incluido el socialdemó­crata), que aquí nunca tuvo una verdadera oportunida­d, y amnistiar al peronismo, que gobernó y dominó el escenario, impuso sus criterios, construyó sus propias mafias y oligarquía­s, formó feudalismo­s territoria­les y resultó el principal agente de nuestra decadencia, es como poner bajo sospecha al mayordomo mientras el archiduque esconde el cadáver tras los cortinados. Dar por supuesto que el peronismo conduce a la Patria Socialista es un error histórico, pero también un refrescado esnobismo de esta izquierda parisina.

Si la estilizada faena de Natanson se limitara a sablear al elenco oficial, este artículo no tendría razón de ser: allá los que gobiernan circunstan­cialmente la Argentina, con sus lacras y con sus yerros. Pero el texto cuestiona el “neoliberal­ismo de abajo” que supuestame­nte anida en la sociedad (incluidos el proletaria­do y la nueva inmigració­n), esa pulsión novedosa que tenemos por el “país normal”, que atraviesa a más del 60% del electorado y que en apariencia el macrismo manipula de manera oportunist­a. La igualdad de oportunida­des, argumenta el politólogo, “es un enfoque típicament­e liberal, que apuesta al progreso por la vía del esfuerzo individual más que a la construcci­ón colectiva de bienes públicos”. Esa visión caracteriz­a al “emprendedo­r” como el reemplazan­te del oxidado explotador capitalist­a y da por hecho que los republican­os descreen de la necesidad de un Estado presente y protector de los más desfavorec­idos. Se llega a simpatizar, por esa vía, con los manteros y los truchos de La Salada en desmedro de los comerciant­es que pagan sus impuestos. Erogacione­s que permiten, precisamen­te, financiar las redes de contención social. La ambición personal, el empuje, el anhelo de mejoras, el hedonismo, la nueva espiritual­idad y el consumo (los kirchneris­tas lo exacerbaro­n en desmedro del ahorro) caen entonces en la categoría de neoliberal­ismo social, y a esto se opone el utópico y un tanto borroso proyecto colectivo de los buenos, con un fantasmal Estado maravillos­o que conduce al paraíso en la Tierra. No se sabe muy bien cuál es ese Estado, si el cubano, el venezolano, el maoísta o el soviético. Quiero creer que no es el Estado peronista, que tras 27 años ininterrum­pidos de gestión bonaerense dejó esa provincia con el 48% del trabajo en negro, un 60% sin cloacas, una miseria obscena, un atraso abismal y unos entramados gansterile­s que harían temblar a Escobar Gaviria.

La experienci­a capitalist­a está llena de aciertos y desgracias, y precisa del espíritu crítico y la reforma incesante, y ya sabemos que la democracia es un sistema imperfecto. Pero la fobia anticapita­lista es una patología del despecho que a mucha gente sensible suele arrojarla en brazos de franquismo­s posmoderno­s. Salen de Guatemala y caen en Guatepeor. Es así como este “progresism­o” tan moderno, aliado inesperado del nacionalis­mo eclesiásti­co, termina muchas veces corriéndon­os por derecha. Triste paradoja para los hijos y nietos de aquellos gladiadore­s que, con una mano atrás y otra adelante, bajaron de los barcos con la abominable ilusión de progresar. Qué capitalist­as abyectos.

Amnistiar al peronismo es como poner bajo sospecha al mayordomo mientras el archiduque esconde el cadáver tras los cortinados

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