LA NACION

En busca de la tía Isabel, en una pequeña aldea de Andalucía

- María del Carmen Ibarra

Como hija y nieta de inmigrante­s españoles, viví una infancia plagada de su cultura, costumbres, sonidos, cantares y hablares de aquellos lares, sintiendo en todo lo que escuchaba una mezcla de nostalgia, orgullo, resignació­n, dolor, interrogan­tes y política.

Poresodesp­uésdeescuc­harsiempre a mi padre hablar sobre la hermana que tenía en España, decidí ir a buscarla. La separación se produjo porque a los 13 años de mi padre y 3 años de Isabel, su hermana, quedaron huérfanos por los avatares de la Guerra Civil Española. Mi padre se enlistó y fue a la guerra con las brigadas internacio­nales que luchaban contra Franco y su hermana fue asilada con una familia amiga de ellos. Al perder la guerra, mi padre con 17 años fue a buscar a su hermana pero le hicieron entender que él era menor y no tenía medios ni sabría dónde iría. Por eso, luego de pasar por tres campos de concentrac­ión fue subido a un barco con lo puesto y su certificad­o de nacimiento argentino, ya que había nacido en nuestro país en un viaje de sus padres.

Todo lo dicho quedó en mí, y hace ya varios años fui a buscar a mi tía con la única seña que su pueblo natal era la hermosa Berja, en la provincia de Almería en la región de Andalucía, al sur de España. Comencé el viaje en julio. Llegué a Madrid, había alquilado un coche, y me dirigí a Berja, un maravillos­o recorrido. Estaba muy emocionada, me preguntaba si cerraría el círculo, si estaría allí, qué pasaría cuando la viera, ¿la vería?... no veía la hora.

Después de una noche en Santa María del Águila, emprendí o como dicen por allí, tiré pa’rriba, hacia la montaña, a Berja. Fui a la Iglesia de la Concepción, frente a la plaza principal para ver los registros, pero no estaba registrada mi tía Isabel, y me empecé a contactar por los registros con algunos de mis antepasado­s. Luego fui al Ayuntamien­to, donde como era la hora del cafecito, me dejaron sola con los libros de registro. Solo encontré más tíos abuelos y políticos, pero no a mi tía.

Dije: “Ahora, voy a preguntar a los habitantes”, y así fue como visité por lo menos 15 casas y una persona me llevaba a otra y otra hasta que una señora me dice: “Tú la tienes que encontrar hoy. Vamos a la iglesia”.

Allí fuimos a pesar de haberle dicho que yo ya había estado y que no había constancia­s, pero no importó allí estábamos. Pero al llegar, la iglesia estaba cerrada, pues ya eran las siete y media de la tarde.

Ella fue a la casa del cura, y en ese momento ví dos señoras que caminaban por la calle del costado de la iglesia, y decidí consultarl­as. ¿Y tú quién eres?

Llegué a su lado y les dije: “Perdona, busco a mi tía Isabel Ibarra”. En ese momento empieza a hablar la señora Gador Enciso, y me dice: “Isabel Ibarra Sánchez, la hija de Franquito Ibarra y de Angustias Sánchez, la hermana de Tesifoncic­o Ibarra”. Sí, había nombrado a mi familia, había nombrado a mi papá, a mi tía.

Entonces me preguntó Gador: “Y tú quién eres?”, y le dije: “Yo soy la hija de Tesifon”. Para mi sorpresa me contestó: “¡La hija de mi pequeño!”.

Gador me invitó a su casa porque no podía estar parada, estaba tan emocionada como yo, y me contó su historia, la de mi familia, la de mi padre, pues ella era la que lo cuidaba, lo peinaba y vestía.

Luego cuando le conté a mi madre me enteré que a él le molestaba porque ya se sentía muy grande. Luego, con la guerra todo se perdió, los amigos y las familias se separaron, buscaron refugio en las montañas, y la señora que acompañaba a Gador que tenía 20 años menos que ella (Gador, 90 años, y Francisca 70), era la que salía por las montañas con los bombardeos a cambiar cebollas por papas a otro refugio, y todavía la estaba cuidando.

¿Pero dónde vivía mi tía? En Berja, como en todo pueblo profundo español, las direccione­s exactas no existen para ellos, entonces me dijo que al final de la calle vivía una prima hermana de mi abuela que ella sí sabría. Allí fuimos con la señora que me acompañaba. Abrió la puerta una mujer grande como un ropero, muy blanca y con un vestido negro, y su bastón con cabeza dorada. Yo llevaba fotos muy antiguas y escritos de mi padre, cartas que como antes se hacía se escribían en borrador y luego se pasaban en limpio.

Ella tampoco sabía bien dónde vivía mi tía, pero fuimos a otra casa y allí nos dijeron, que era en un pueblo muy nuevo llamado El Ejido, frente al conservato­rio. Allí fuimos.

Llegamos a la puerta. Es un edificio de tres pisos, tocamos el portero eléctrico y la señora que iba conmigo me dijo, dejame a mí.

Entonces al contestar mi tía, yo no creía lo que sucedía, la señora le pregunta: “¿Tu eres Isabel Ibarra?” Contesta que sí. “¿Tu tenías un hermano en la Argentina?” También dice que sí. “Pues entonces, baja”

Y mi tía bajó. Estaba frente a mí, mi tía, la hermana de mi padre. Entonces la señora le dice, pues aquí tienes esta es tu sobrina.

“en Berja, como en todo pueblo profundo español, las direccione­s exactas no existen”

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