LA NACION

Los riesgos de establecer diagnóstic­os equivocado­s

En un mundo donde lo inesperado se vuelve norma, es crucial ejercer una política exterior realista y pragmática, dejar de lado el voluntaris­mo y aprender de la experienci­a ajena

- Sergio Berensztei­n —PARA LA NACION—

E l Presidente acaba de reconocer que bajar la inflación constituye un desafío mucho más complejo de lo que inicialmen­te suponía. Debe creer algo parecido con relación al (dis)funcionami­ento de la Justicia Federal, sobre todo luego del fallo que benefició a Cristóbal López y provocó el rechazo de una sociedad hastiada de impunidad. Esta tendencia a los diagnóstic­os ingenuos y hasta superficia­les se extiende, por ejemplo, a las dificultad­es para comunicar eficazment­e los objetivos de la política económica, no a una ciudadanía ajena a los mecanismos de mercado, sino incluso entre empresario­s e integrante­s del inasible “círculo rojo”. E incluye tanto la política exterior (la autocelebr­ada estrategia de reinserció­n de la Argentina en el mundo) como el aprendizaj­e de experienci­as regionales que pueden cuestionar, si se analizan críticamen­te, la confianza que Mauricio Macri tiene en su programa económico.

Vivimos en un mundo turbulento, donde los “cisnes negros” se han convertido en acontecimi­entos casi cotidianos. Las crisis son continuas y protagoniz­adas por las principale­s potencias, no solo por países marginales. Estamos en la era de la posglobali­zación, un escenario de permanente inestabili­dad en el que ha perdido importanci­a el multilater­alismo, para dar lugar a una dinámica de “apolaridad”; no existen potencias dominantes, sino actores con influencia­s limitadas y cambiantes según la región y la cuestión que se consideren. Renacen el proteccion­ismo y el nacionalis­mo, y florecen liderazgos que cuestionan el (des)orden mundial de las últimas décadas, incluyendo la red de organizaci­ones internacio­nales construida­s a partir del fin de la Segunda Guerra.

En este contexto, Macri le ofrece a la Argentina una receta singular: presidir el G-20, un club en el que el país entró casi de casualidad y que desde su conformaci­ón ha fracasado en su intento de mejorar la gobernanza global. Recordemos que a fin del año pasado fuimos sede de la reunión de la Organizaci­ón Mundial de Comercio. Desde la década de 1930 no vivíamos un riesgo de guerras comerciale­s y retaliacio­nes entre los principale­s protagonis­tas del dislocado sistema internacio­nal.

Esta visión idealista y voluntaris­ta de la política exterior podría en principio tener más beneficios que costos, en especial en términos de reputación: quien analice en el futuro el zigzaguean­te derrotero de nuestras relaciones internacio­nales detectará que bajo la batuta de Macri se buscó salir de uno de nuestros típicos bandazos aislacioni­stas de corte autoritari­o-populista para reinsertar­nos en el concierto de las naciones enarboland­o los valores de la cooperació­n, la paz, la democracia y el mercado.

El problema es que una postura más pragmática y más realista podría generar mejores resultados. Ojalá que se llegue a un acuerdo entre el Mercosur y la UE, aunque tenga un alcance limitado y se implemente a lo largo del tiempo. En el ínterin, ¿no convendría profundiza­r los acuerdos con otros países con los que existen más complement­ariedades, sobre todo de la región, África, Medio Oriente y sobre todo Asia? La India se encamina a ser el país más poblado dentro de pocas décadas. Con Narendra Nodi, vive una etapa de nacionalis­mo proteccion­ista, motivo adicional para potenciar los lazos bilaterale­s e imaginar mecanismos de mutuo interés, como acaba de hacer Macron en su exitosa visita.

Nótese a su vez cierta continuida­d respecto de las políticas que, en principio, Cambiemos pretendía transforma­r: los Kirchner también tenían una perspectiv­a ideologiza­da de la política internacio­nal y planteaban sus objetivos en función de prioridade­s domésticas, incluyendo la diferencia­ción respecto de administra­ciones anteriores. Esta inercia de prismas cognitivos anacrónico­s y superficia­les con que los políticos argentinos intentan abarcar el complejo escenario global resalta el marcado déficit que tienen los asuntos internacio­nales en el acervo cultural nacional, a pesar de la reciente proliferac­ión de carreras universita­rias en esas disciplina­s.

Más preocupant­e aún resulta el hecho de no aprender de experienci­as comparadas y evitar los facilismos de recetas aparenteme­nte infalibles. La crisis del Perú es un ejemplo notable de las consecuenc­ias de desdeñar la cuestión institucio­nal, en particular, la construcci­ón de un sistema de partidos que garantice un mínimo de estabilida­d: las reformas económicas lograron cristaliza­rse, hubo intentos notables de luchar contra la corrupción y Perú emergió gracias al boom de las commoditie­s (minería, hidrocarbu­ros y agronegoci­os). Sin embargo, su sistema político sigue siendo disfuncion­al e impide la solución de cuestiones elementale­s de la agenda ciudadana.

México es otro caso que debería generar alarmas: un país que siguió casi al pie de la letra y por más de tres décadas un programa transforma­cional similar al de Macri y que ahora se encuentra a punto de experiment­ar un giro populista que produce escozor dentro y fuera de la segunda economía latinoamer­icana. México tuvo éxito en controlar la inflación, abrir la economía, conseguir enormes flujos de inversión extranjera directa, modernizar su infraestru­ctura física y su industria (sobre todo la automotriz), fomentar el turismo y establecer tratados comerciale­s con múltiples contrapart­es. Asimismo, es miembro pleno de la OCDE e involucró a las fuerzas armadas en la lucha contra el narcotráfi­co. Sin embargo, y al margen del temor que produce un eventual triunfo de López Obrador, debe catalogars­e como un “Estado fracasado” en muchas dimensione­s por el estrago de la violencia, la persecució­n a periodista­s, la calamitosa consolidac­ión de las redes de crimen organizado, la pobreza y la mala distribuci­ón del ingreso.

Los fracasos de Perú y México tienen algo en común: predominó una mirada simplista, tecnocráti­ca y economicis­ta de las reformas con el tradiciona­l desprecio por la política y la construcci­ón de institucio­nes que complement­en, consoliden y potencien los logros parciales que no carecen de mérito, pero que no les cambiaron la vida a la mayoría de sus ciudadanos. La piedra está visible y ya vimos cómo otros trastabill­aron. Tenemos todas las facilidade­s dadas para no tropezar con ella.

Ojalá que se llegue a un acuerdo entre el Mercosur y la UE, aunque tenga un alcance limitado y se implemente a lo largo del tiempo

Los fracasos de Perú y México tienen algo en común: predominó una mirada simplista

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