LA NACION

La renuncia de Kuczynski a la presidenci­a de Perú

Es esperable que nuestra región aprenda de estas experienci­as y haga su autocrític­a, y que la política vuelva a estar al servicio de los ciudadanos

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T ras una gestión presidenci­al de apenas 20 meses que estuvo marcada por un clima de tensión permanente con la mayoría opositora en el Congreso, Pedro Pablo Kuczynski renunció finalmente a la presidenci­a de Perú.

Pero no ha sido un enfrentami­ento exclusivam­ente político el que derivó en el alejamient­o de su cargo del primer mandatario. La sociedad peruana ha venido demostrand­o de manera creciente su hartazgo frente a los escándalos de corrupción de dirigentes políticos y de miembros del empresaria­do. Kuczynski es apenas la cabeza más visible de esa pérdida de legitimida­d que no será sencillo remontar, aunque resulta absolutame­nte necesario que ello ocurra. En situación similar se encuentran otros tantos países de nuestra región.

Kuczynski se alejará segurament­e de la vida política con un sabor amargo, después de meses de haber estado permanente­mente jaqueado por la oposición, una avanzada que en los últimos días comenzaba a sumar apoyos destituyen­tes de parte de dirigentes políticos de su entorno más cercano.

La renuncia es consecuenc­ia de los vínculos aparenteme­nte mantenidos por Kuczynski con la empresa brasileña Odebrecht –causa que se encuentra en proceso de investigac­ión–, una sospecha que ya en diciembre pasado lo llevó a protagoniz­ar una situación política similar en el Congreso de su país. Para entonces, Kuczynski logró evitar un primer intento de destitució­n, acusado de haberse favorecido de contratos con la empresa Odebrecht cuando era ministro de Economía durante la gestión presidenci­al de Alejandro Toledo. De aquel destierro político lo salvaron los votos de uno de los hijos de Alberto Fujimori, Kenji, de quien luego se supo que habría negociado esos votos favorables a Kuczynski a cambio del indulto para su padre, preso por delitos de lesa humanidad, cosa que finalmente se concretó.

A los problemas judiciales del ahora expresiden­te se sumaban así cuestiones políticas de grueso tenor. La presión para que renunciara se incrementó luego de que varios de sus aliados fueron grabados en videos en los que presuntame­nte intentaban comprar votos de miembros del Congreso para tratar de evitar la destitució­n a la que segurament­e el mandatario hubiera sido sometido ayer de haberse realizado una nueva sesión del Congreso para tratar su salida. La evitó dimitiendo.

Kuczynski ha dado además sobradas pruebas de inoperanci­a en la administra­ción de los asuntos del Estado. Su error más grueso se relaciona, sin dudas, con la falta de transparen­cia de su gestión, con la forma en que exterioriz­ó sus vínculos con Odebrecht. Concretame­nte, con la asesoría que le prestó entre 2004 y 2007 respecto de diversos proyectos de obra pública, entre ellos, algunos tramos de la llamada “carretera interoceán­ica”. Desde octubre de 2017, se encuentra incluido en las investigac­iones vinculadas con ese tema.

El expresiden­te peruano fue objeto de enfrentami­entos continuos con la oposición, que atacó con dureza su procedenci­a empresaria­l más que política. Pero también es muy cierto que Kuczynski nunca supo cómo conquistar a los peruanos.

La inocencia o la culpabilid­ad del exmandatar­io no han sido aún judicialme­nte determinad­as. Hubiera sido deseable que Kuczynski presentara desde el primer momento de las imputacion­es todas las pruebas y descargos que dice que tiene, pero su forma de actuar fue la contraria. La transparen­cia y la verdad sufren cuando se las rodea de ambigüedad­es. Debió haber puesto su historia sobre la mesa, con el coraje que ello requiere. Pero, por algún motivo, esto no sucedió. Las sospechas crecieron, su gestión se deterioró y el resultado es ya conocido.

Para Perú y para toda la región, esta experienci­a deja un mensaje inequívoco: evadirse y disimular ante denuncias de hechos tan graves es un riesgo enorme para cualquier funcionari­o, aunque pueda asistirlo la verdad.

Kuczynski no tenía ninguna posibilida­d de superar con éxito la segunda moción de destitució­n que lo esperaba. Su renuncia, que no incluyó un pedido de disculpas, no termina de calmar los ánimos, especialme­nte en el resto de la región, sacudida por un ambiente de tensión a partir de los numerosos casos de corrupción que agitan el mapa político latinoamer­icano.

Perú será sede de la Cumbre de las Américas, por desarrolla­rse en Lima, el 13 y el 14 del mes próximo. Será un momento muy interesant­e para que las fuerzas políticas de esa parte del continente demuestren hasta qué punto están decididas a avanzar en favor de la transparen­cia.

Perú, cuya economía sigue creciendo a buen ritmo pese a todo, superará segurament­e esta crisis. De todas las lecciones se aprende. En nuestra región es esperable, además de aprender, que se hagan las correspond­ientes autocrític­as y que la política vuelva a estar al servicio de los ciudadanos.

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