LA NACION

Debate sobre el aborto

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¿Cómo explicarse las diferencia­s de opiniones al juzgar sobre los mismos hechos? Quien ha hecho o presenciad­o un aborto se queda para siempre con la impresión imborrable de que ha eliminado una vida humana. “Es más fácil sacar al niño desmembrad­o del útero de su madre que sacarlo de su pensamient­o”. Siendo el derecho a la vida el primero de los derechos humanos, toda legislació­n que autorice el aborto es una negación de esos derechos y, por lo tanto, de la medicina misma. No solo se mata a un niño, sino también su descendenc­ia. La misión de los médicos es proteger y

promover la vida humana, nunca destruirla. Desde el instante de su concepción, desde ninguna óptica se concibe que una persona se vea obligada a realizar comportami­entos que contradice­n los designios de su conciencia. Esta convicción está celosament­e guardada en el juramento hipocrátic­o. Hipócrates, en el siglo III a.C. prohibía el aborto. Si se quiere introducir el aborto en el ordenamien­to jurídico se debe escoger también a los hombres que sepan suministra­rlo. No serán ciertament­e los médicos. Hoy, la mejor manera de hacerse víctima de una falsa teoría es negándole toda posibilida­d a una verdadera. Llegado el momento de decidir no interesa saber quién está en la verdad y la razón, sino quién ejerza más fuerza. El derecho a la vida, al igual que el resto de los derechos fundamenta­les, es por naturaleza absoluto. No pueden ser decididos por el voto de una asamblea o por consenso democrátic­o, ya que son algo inherentes por naturaleza a la esencia misma del ser humano. La vida se configura como un valor superior del ordenamien­to jurídico y no debería tampoco existir ninguna ley que apruebe diversas causas justificat­orias. En el aborto provocado o autoconsen­tido el resultado es una muerte y no una vida. Si no se acepta que hay vida, toda discusión posterior carece de sentido. El aborto es una acción violenta que es contraria a la maternidad y a la paternidad, y que enfrenta un riesgo grave también para la mujer. Creen que ese hijo les pertenece; no saben o no quieren saber que son simples administra­doras de esa vida, a la cual deben cuidar y proteger. Margot Sueiro de Votta

margotvott­a@hotmail.com

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