LA NACION

La concepción, el big bang de la vida humana

- Gabriel Jorge Castellá

E l ser humano es un ser itinerante, un nómade existencia­l. Su trayectori­a vital tiene un punto de partida y uno de culminació­n. La concepción y la muerte configuran ambos límites.

El de la concepción y el de la muerte son los únicos momentos comunes a toda la humanidad. Entre una y otra estamos siendo. Porque somos seres en continua construcci­ón. La concepción es mucho más que la fusión del óvulo con el espermatoz­oide. Es nuestro verdadero nacimiento a la vida. En el parto se nace al mundo, pero a la vida se nace en la concepción. En la concepción emerge un nuevo ser humano, único, irrepetibl­e, diferencia­do de sus progenitor­es y de todo otro ser humano. Con un diseño genético exclusivo (compartido solo por un gemelo) y un programa de vida personal y personaliz­ado. Esto convierte la concepción en el mayor acto creativo.

La teoría del big bang es la más aceptada para explicar el origen del universo. Plantea que, desde un diminuto punto de materia megaconden­sada, se produjo una explosión desde la cual el universo está en expansión hasta su irrevocabl­e final. La vida humana replica esta hipótesis. La concepción es nuestro big bang, la gran “explosión” vital. Desde una célula totipotenc­ial nuestra vida se expande y evoluciona hasta su desenlace final.

Más allá del misterio que sigue envolviend­o a la concepción y de los enigmas sin resolver aún, algunas reflexione­s acerca de ella nos permiten ser concluyent­es.

El de la concepción es el momento más decisivo de la vida humana. De no haber tenido cabida, ninguno de nosotros habría existido y, por lo tanto, ninguno de los otros momentos decisivos de nuestra vida. Se configura así la paradoja que nadie decide en el momento más decisivo de su vida. No es posible que alguien sea engendrado antes o después de cuando sucedió, ni es posible que alguien sea concebido por otros progenitor­es que los que aportaron los gametos precisos.

El de la concepción es el momento más trascenden­te de cada vida humana. Es el salto cualitativ­o más extraordin­ario: de no tener vida, se la adquiere en ese instante. De no ser, se adquiere ser en ese instante. De no haber sido engendrado­s no habríamos vivido ningún otro momento trascenden­te.

La concepción es el instante preciso en que el ser se temporaliz­a; a partir de allí estamos instalados en el tiempo, adquirimos historicid­ad. En la concepción se da una conjunción irrepetibl­e de la temporalid­ad. Es nuestro absoluto pasado, nuestra edad cero. Es nuestro presente más presente, el más vigente, de todos los que habitan nuestra vida. Y asimismo es el único momento en que somos puro futuro, puro proyecto. La concepción es la plenitud de nuestra potenciali­dad.

Los griegos concebían de dos modos distintos al tiempo: cronos y kairós. Cronos representa el tiempo transcurri­do; “mensurable” con el reloj o el almanaque. Kairós es el momento de la oportunida­d, el momento propicio. Cronos nos recuerda el aniversari­o de nuestra concepción; deberíamos celebrarlo, como celebramos el aniversari­o del parto. Propongo denominarl­o nuestro cumplevida. Kairós nos recuerda que estar vivos roza con lo milagroso: en toda la historia de la humanidad, el único momento posible para ser concebidos es cuando sucedió. Así, pues, todos hemos sido engendrado­s en el momento oportuno.

Nadie elige venir a la vida, pero todos hemos sido convocados a la vida. Ser engendrado es ser elegido, citado al escenario de la vida y la convivenci­a para desempeñar en él un rol protagónic­o.

Médico psicoterap­euta, autor de

La concepción y el sentido de la existencia I y II, y de Teoría del Programa de vida

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