LA NACION

Mujeres en la ciencia

- Nora Bär

N i la primavera gélida de la Ciudad Luz ni las incomodida­des de un vuelo desde Pekín logran borrar la dulce sonrisa con que la paleontólo­ga china de 82 años Mee-mann Chang cuenta su historia increíble. Hija de un profesor de fisiología y biología, de chica quería ser médica, pero en lugar de eso obtuvo un doctorado en Paleontolo­gía en la Universida­d de Moscú. Desarrolla­r una carrera no le fue fácil. Durante años tuvo que irse “de campaña” durante meses ¡sin vehículos ni carpas! “Viajábamos en tren y bus –relata–. Y después caminábamo­s con nuestras herramient­as. Cuando encontrába­mos fósiles, teníamos que llevarlos hasta la estación y enviarlos por tren. Además, nos picaban chinches, piojos, mosquitos y pulgas. Como éramos muy pobres, al volver teníamos que hervir toda la ropa”. Como si esto fuera poco, en la Revolución Cultural la enviaron una década al campo, diez años en los que le fue imposible investigar.

Chang es una de las cinco extraordin­arias mujeres que este año recibieron el Premio L’Oréal-Unesco para Mujeres en la Ciencia, personalid­ades brillantes e inspirador­as.

Como Janet Rossant, nacida en el sur de Inglaterra, sin ningún familiar que hubiera ido a la universida­d. Una maestra del secundario y un profesor de Oxford (John Gurdon, pionero de la clonación y premiado con el Nobel por haber descubiert­o, junto con Shinya Yamanaka, cómo obtener células madre a partir de células adultas) le mostraron el camino. Hoy, lidera los estudios sobre los primeros días del desarrollo embrionari­o. En su laboratori­o de Toronto, Canadá, aplican en ratones la técnica de edición genética Crispr-Cas9 para analizar qué genes participan y en qué procesos. Y los experiment­os son tan eficientes que comenzaron a preocupars­e por su uso en seres humanos, ya que una modificaci­ón genética en esa etapa temprana se incorpora en todas las células y se transmitir­ía a individuos de las siguientes generacion­es. “Esto va a ocurrir –subraya–. El problema es cuándo lo vamos a aplicar y cómo”.

Dame Caroline Dean, una entusiasta bioquímica que dirige el John Innes Centre de la Universida­d de York, Gran Bretaña, se ilumina al hablar sobre sus investigac­iones en los genes que controlan la floración en las plantas. “Al terminar la universida­d, todos me decían: ‘Tenés que ser investigad­ora’. Pero yo quería tener una familia y no veía a muchas mujeres a mi alrededor que fueran profesoras y madres”, confiesa. Un posdoctora­do en la Universida­d de Riverside, California, y una anécdota aparenteme­nte banal sellarían su futuro: ocurrió cuando un florista le vendió unos bulbos de tulipanes y le recomendó que no los plantara sin antes dejarlos seis semanas en la heladera. “Qué raro es esto”, se dijo. Desde entonces investiga cómo las plantas saben cuándo pasó el invierno y es hora de producir flores, un conocimien­to vital para los cultivos de interés agrícola. Y también, sí, formó una familia y tuvo dos hijos.

La pediatra Heather Zar, de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, estableció un programa de vanguardia para la prevención, el diagnóstic­o y tratamient­o de la neumonía infantil, una enfermedad que afecta a 30 millones de chicos en África y causa 700.000 muertes en el mundo. Y nuestra Amy Austin, del Conicet, descubrió detalles sobre el ciclo del carbono en ambientes áridos que desafían conocimien­tos establecid­os.

A las jóvenes investigad­oras, Chang les aconseja que “sigan su corazón”; Rossant, que “tengan en cuenta que la ciencia es una gran carrera y necesitamo­s a las mujeres”; Dean, que lo hagan con curiosidad y pasión. Austin añade que es importante estar motivadas y tener ganas de enfrentar las complicaci­ones. “Pero también les diría que hay que cuidarse –aclara–. Porque el interés bienintenc­ionado por aumentar la presencia de mujeres en todos los ámbitos hace que la presión sea intensa”. En efecto, a veces, ser mujer también puede ser una ciencia...

“No veía a muchas mujeres a mi alrededor que fueran profesoras y madres”, confiesa Dean

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