LA NACION

Da vinci y Goya, En BuEnos airEs

El Bellas Artes trae una de las muestras del año

- Celina Chatruc

Milán, año 1499. Leonardo da Vinci aún no ha pintado su famosa Gioconda y trabaja en una escultura escuestre encargada por su mecenas, Ludovico Sforza. Tras haber realizado dibujos y pequeños modelos en arcilla ya está a punto de enviar la pieza a fundirla en bronce. Pero el destino tiene otros planes para ese jinete y ese caballo que se alza con las patas delanteras levantadas: el monumento será destruido por las tropas de Luis XII que avanzan hacia Milán para derrocar a Sforza, y Leonardo y se verá obligado a huir de la ciudad italiana.

No destruyero­n todo, sin embargo. Uno de esos pequeños modelos fue fundido en las primeras décadas del siglo XVI, poco después de la muerte del artista que cambió la historia del arte universal, y que meses atrás volvió a sorprender al mundo cuando su pintura Salvator

Mundi se convirtió en la más cara de la historia al venderse en una subasta por 450 millones de dólares.

Con un valor estimado en veinte millones de euros, este Guerrero a

caballo se exhibirá desde el martes próximo hasta finales de julio en el Museo Nacional de Bellas Artes. La muestra Obras maestras del Renacimien­to al Romanticis­mo incluirá también decenas de piezas provenient­es de Budapest que incluyen firmas como las de Tiziano, Giorgio Vasari, Lucas Cranach, Peter Paul Rubens y Francisco de Goya.

Buenos Aires es la última parada, y la única en el continente americano, de una gira que exhibió este patrimonio en varias ciudades de Europa mientras se construye la nueva sede del Museo de Bellas Artes-Galería Nacional de Hungría. Esta institució­n aloja un acervo de cientos de miles de obras –solo en dibujos y estampas, tiene cerca de 400.000–, que abarcan desde el arte egipcio hasta el contemporá­neo. Una cifra abrumadora en comparació­n con las 14.000 que integran el patrimonio del MNBA, la colección de arte pública más importante de América Latina; su director, Andrés Duprat, y los infatigabl­es amigos del museo lograron reunir los 18 millones de pesos necesarios para que esta selección pudiera cruzar el Atlántico por primera vez.

“En la Argentina tenemos pocas obras de estos períodos, y tampoco se enseña historia del arte en los colegios. Pensé en esa situación cuando diseñamos exposición, con entrada gratis, que puede servir para que la gente vea cierto panorama del arte occidental”, dice el curador Ángel Navarro. Junto con Florencia Galesio crearon un didáctico circuito cronológic­o, dividido por escuelas de Alemania, Italia, Holanda, España y Hungría, que comienza a fines del siglo XV y termina en el XIX. El “efecto Grand Tour”

Si se recorre de izquierda a derecha, es posible contemplar entonces cómo los temas bíblicos dieron paso a los retratos y las naturaleza­s muertas, género muy popular en el siglo XVII, y a las vedutas (vistas urbanas) que según Galesio se volvieron codiciadas cuando se puso de moda recorrer Europa. Formaban parte de los suvenires que se llevaban a su país de origen quienes hacían el Grand Tour, un itinerario de viaje por el Viejo Continente que precedió al turismo moderno; tuvo su auge entre mediados del siglo XVII y la década de 1820, cuando se impusieron los viajes masivos en ferrocarri­l.

Los artistas respondier­on con agilidad a la creciente demanda de los nuevos coleccioni­stas, que generaban ingresos alternativ­os a los encargos de la Iglesia y la monarquía. Además de dedicarse a producir vedutas, como las escenas de Venecia y Roma incluidas en esta muestra, se preocuparo­n por realizar obras más fáciles de transporta­r. Redujeron los tamaños de las pinturas, cambiaron los soportes de madera por tela y aprovechar­on las ventajas del grabado, que permitía reproducir en serie dibujos del tamaño similar a una tarjeta postal.

El oficio llegó a convertirs­e en algunos casos en un negocio familiar. Como en el caso de Giovanni Battista Tiepolo, casado con una hermana del vedutista Francesco Guardi (ambos representa­dos en esta muestra), que trabajó en varios países con sus hijos Domenico y Lorenzo. En España, por ejemplo, decoraron al fresco varios techos del Palacio Real de Madrid.

Entre quienes compraban obras de estos artistas se contaron los príncipes Esterházy, en cuya colección se basa el núcleo más importante de la colección del Museo de Bellas Artes de Budapest. “Tuvieron una galería que abrían al público y hacían catálogos –dijo a Adriana la nacion Lantos, curadora de ese museo–. Muchas de estas obras provienen de esa colección, que fue adquirida por el Estado a un precio ínfimo en 1871. Fue un acto de patriotism­o, porque si la llevaban al extranjero iban a conseguir mejores precios”.

La muestra también incluye piezas imperdible­s como las “parejas desparejas” de Lucas Cranach; la serie de Jacob Grimmer dedicada a las cuatro estaciones; una pintura de Tiziano que permaneció durante más de un siglo juntando polvo en una familia que desconocía su origen y otra de Vasari, considerad­o por Navarro como “el padre de la historia del arte” por haber creado en 1562 en Florencia la Academia de las Artes del Diseño, “el modelo de las academias de arte del mundo”.

“En el siglo XIX, las academias establecid­as persiguen los siguientes temas: primero, la pintura histórica; segundo, el retrato, y después, el paisaje –agrega Navarro–. Y va a haber gente que quiebra esos sistemas y empieza a pintar temas cotidianos, como ese chico pintado por el húngaro Mihály Kovács que está durmiendo la siesta y que ya marca los cambios de lo que iba a venir”.

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 ??  ?? Serie Las cuatro estaciones, de Jacob Grimmer
Serie Las cuatro estaciones, de Jacob Grimmer
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Fotos de ricardo pristupluk Guerrero a caballo, escultura atribuida a Leonardo da Vinci
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En pleno montaje, una obra del artista húngaro Karoly Brocky

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