LA NACION

Los errores de cálculo de Trump en su guerra de tarifas con Xi

- Ishaan Tharoor Traducción de Jaime Arrambide

Durante años, Donald Trump despotricó contra la amenaza del comercio chino. Decía que China jugaba en una cancha inclinada en la que usaba prácticas comerciale­s injustas que supuestame­nte perjudicab­an la economía norteameri­cana, robaba sus puestos de trabajo y contribuía al enorme déficit estadounid­ense.

El jueves, finalmente tomó acciones contra Pekín cuando anunció aranceles por 60.000 millones de dólares anuales sobre las importacio­nes chinas y limitar la capacidad de ese país para invertir en la industria tecnológic­a norteameri­cana.

Trump y sus partidario­s defienden sus acciones como una forma de reafirmar la “soberanía” norteameri­cana en cuestiones de diplomacia y comercio internacio­nal. Una investigac­ión realizada por su administra­ción hizo referencia a una variedad de prácticas “injustas” de parte de China relacionad­as sobre todo con la transferen­cia aparenteme­nte robada o forzada de propiedad intelectua­l pertenecie­nte a negocios norteameri­canos. Y al igual que la jugada anterior de Trump para aplicar aranceles a las importacio­nes de acero y aluminio de varios países, sus últimas medidas son otra señal de que sigue llevando a cabo sus promesas de campaña.

Tras conocerse la medida, se reavivó el temor de una inminente guerra comercial. El diario The Economist calculó que por cada empresa norteameri­cana a favor de las políticas proteccion­istas de Trump, podría haber otras 3000 en contra.

“El comercio no es como un juego de suma cero. Ayuda a mejorar los estándares de vida de la gente en todo el planeta”, escribió en el sitio web de CNBC Steve Odland, el CEO del Comité para el Desarrollo Económico. “Necesitamo­s productos baratos de otro país para aumentar nuestra calidad de vida. Estados Unidos representa solo el 5% de la población mundial, por eso necesitamo­s un acceso libre a los mercados, para que nuestros productos garanticen el crecimient­o de nuestra economía. No se puede tener uno sin el otro”.

Pocas horas después del anuncio de Trump, Pekín mostró su voluntad de devolver el golpe. “China no quiere librar una guerra comercial, pero no le tiene ningún temor”, indicó el Ministerio de Comercio de China en una declaració­n emitida el viernes a la mañana en Pekín.

El ministerio dijo que había compilado una lista de 120 productos valuados en 1000 millones de dólares que incluye frutas y vino. Pero a Pekín le sobran opciones. China, un enorme comprador de aviones fabricados por la estadounid­ense Boeing, podría optar por Airbus u otras empresas para perjudicar a su industria aeronáutic­a. Por otra parte, Intel y Apple, que tienen fábricas en China, podrían ser blanco de medidas punitivas.

Pekín también podría imitar las potenciale­s medidas de la Unión Europea contra Estados Unidos, como los aranceles sobre las motos HarleyDavi­dson. Y además podría devaluar su moneda, el yuan, para hacer que las exportacio­nes chinas se vuelvan todavía más competitiv­as.

Aunque no se sepa todavía dónde ejercerá presión China, lo que sí queda claro es que los perdedores serán los consumidor­es norteameri­canos. “No hay forma de imponer 50.000 millones de aranceles sobre las importacio­nes de China sin causar un impacto negativo sobre los consumidor­es norteameri­canos. No hay que engañarse, estos aranceles pueden estar destinados a perjudicar a China, pero la factura la pagarán los consumidor­es norteameri­canos, que tendrán que pagar más en las cajas por los productos que compran”, dice Hun Quach, de la Asociación de Líderes de la Industria Minorista.

Y mientras la pesadilla eterna de Trump sigue siendo el déficit asimétrico entre los dos países, los economista­s enfatizan que no comprende correctame­nte el funcionami­ento del comercio global. “La reducción de las importacio­nes hará que otros países respondan con barreras que afectarían las exportacio­nes estadounid­enses, con lo cual el déficit comercial no desaparece­ría”, escribió Eswar Prasad en The Washington Post. “Es más, menos exportacio­nes significar­ía menos puestos de trabajo, una posible consecuenc­ia no deseada de la política de Trump”.

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