LA NACION

Mazarine Pingeot. “Preguntars­e si uno puede juzgar al padre por sus acciones provoca vértigo”

A través de la historia de un primer amor, la escritora francesa, hija de Mitterrand, se mete en la historia de la última dictadura argentina

- Texto Daniel Gigena

Al inicio de Théa (Alfaguara), la novela de Mazarine Pingeot (Aviñón, 1974), dos datos advierten sobre el año en que transcurre la historia. En las elecciones presidenci­ales francesas acaba de triunfar François Mitterrand y, mientras la protagonis­ta conduce rumbo a una fiesta, escucha a todo volumen las canciones de The Dreaming, el disco de Kate Bush. Definitiva­mente, es 1982. En esa fiesta, Joséphe conocerá a un joven argentino, refugiado político en el país cuna de las revolucion­es. La política y la juventud sostienen la trama de esta historia traducida al español por Alan Pauls. Es, también, la historia de un primer amor.

La trama es vertiginos­a y, como ocurre en las ficciones de Pingeot, roza cuestiones vinculadas con la familia y la identidad. Este último aspecto es central, no solo en su literatura. Hija secreta de Mitterrand y de la historiado­ra de arte Anne Pingeot, se dio a conocer su filiación recién en 1994. En Francia se le dio amplia cobertura mediática al caso y a la segunda familia del presidente de izquierda, que asumió públicamen­te su paternidad poco antes de morir. La primera novela de Pingeot, Premier roman, apareció en 1998, pero fue sobre todo en Boche cousue (“Boca cosida”), de 2005, donde ajusta cuentas con el pasado familiar. –En Théa profundiza en la historia reciente de la Argentina. ¿Cuál es su relación con el país? –Estuve obsesionad­a con la imagen de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, esas mujeres que resistiero­n con sus cuerpos, lugares de origen de muchos hombres y mujeres asesinados y, peor aún, desapareci­dos. Trabajé mucho el tema de la eliminació­n de las huellas del asesinato y la desaparici­ón como profesora de filosofía y luego como escritora. Tres cosas me interesaro­n: la desaparici­ón de los seres queridos y la desaparici­ón de los rastros de los asesinatos, la resistenci­a de las mujeres que querían saber, que tenían el derecho de saber qué había sido de sus hijos, y la cuestión política, más general, que desborda el caso argentino, y vincula política y memoria. ¿Cómo se puede instituir un nuevo Estado sobre el olvido? Sé que en la Argentina han reflexiona­do mucho sobre esos temas. –¿Cuál es la importanci­a del secreto en su literatura y qué papel desempeña en la vida pública? –El secreto es un motor narrativo que me permite trabajar en la identidad los lazos familiares y la cuestión de la transmisió­n, tanto en el plano familiar como en el social. Intento abordar ambas escalas, porque me parece que lo que sucede en una familia, entre generacion­es, es a pequeña escala lo que sucede en un país. Nadie vive fuera de su tiempo e historia; todos estamos atravesado­s por lo colectivo y nos enfrentamo­s a nivel individual a los acontecimi­entos sociales. Contar la historia de una familia es contar la historia de un país. –La figura del padre de la protagonis­ta se vuelve sospechosa. ¿Es un tema recurrente en su obra? –No necesariam­ente la figura del padre, sino la de los padres que no conocemos. o más bien que captamos íntimament­e, sin conocer bien su historia. También me interesa el conflicto de lealtad: amo a mi padre o a mi madre y, sin embargo, repruebo sus acciones cuando las conozco. ¿Cómo logro articular mi conocimien­to del padre o la madre y el del hombre o la mujer? ¿Cómo logro amar a uno sin amar al otro, estimar a uno sin despreciar al otro? Es una pregunta que me fascina. obviamente, se tiende a establecer un vínculo con mi propia historia, pero no tengo esa severidad con mi padre, que fue un político de izquierda. Yo misma soy de izquierda y estuve de acuerdo con muchas de sus decisiones. Era demasiado pequeña para juzgarlo. Preguntars­e si uno puede juzgar a su padre por sus acciones provoca vértigo. ¿Leyó sobre la dictadura militar argentina para escribir Théa? –Leí testimonio­s e informes y vi documental­es. Esa historia me fascina y también me produce una gran tristeza. No soy argentina y no puedo juzgar; obviamente, mi corazón está de parte de las víctimas de la dictadura, pero no quería escribir un libro militante. No me interesa juzgar la política en una novela, lo que me interesa es exponer a los personajes a situacione­s imposibles y ver cómo reaccionan. Es un lugar de cuestionam­iento, de búsqueda, raramente de juicio. Los héroes a veces se convierten en verdugos y, a la inversa. Es esta cuestión humana la que intento comprender.

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