LA NACION

El gradualism­o es un sueño electoral

- Francisco Olivera

Dicen los que van que, a veces, las reuniones de trabajo en Olivos o en la Casa Rosada parecen una puesta en escena. Que, apenas Mauricio Macri empieza a envalenton­arse con una reforma más o menos drástica o abrupta, que podrá ser económica, administra­tiva o social, el jefe de Gabinete la atenúa. Gradualism­o teatral. Como si todo estuviera preparado. Son lucubracio­nes de quienes conocen ese vínculo, que agregan que Macri tiene en tan alta estima a Marcos Peña que lo considera el político más sagaz de la Argentina. Cualquiera que haya desafiado últimament­e esa autoridad o, peor, cuestionad­o el esquema de ministerio­s entenderá que son batallas perdidas de antemano: el Presidente está convencido de la eficacia del trío que integran Peña y sus dos colaborado­res económicos, Gustavo Lopetegui y Mario Quintana. Él mismo lo hizo explícito hace más de un año, durante la última reunión de gabinete ampliado de 2016: “Ellos son mis ojos y mi inteligenc­ia; cuando ellos piden algo, lo estoy pidiendo yo”.

Esta configurac­ión repercute no solo en el gabinete, sino también sobre los agentes de poder en general e, inevitable­mente, en la dinámica de administra­ción. En noviembre, ejecutivos de fondos de inversión le transmitie­ron en Nueva York al Presidente dudas sobre el ritmo que les estaba dando a ciertas reformas y este les contestó que compartía los planteos de fondo, pero que había decidido aceptar de su entorno el consejo de no ir a más allá de la velocidad que la sociedad argentina estuviera dispuesta a tolerar. El verdadero Macri, el íntimo, es tan locuaz y poco gradualist­a que orilla la incorrecci­ón política. Lo cuentan sus propios amigos.

La suya fue entonces una elección de gobierno, de la que se fue convencien­do con los meses. Aunque lo aleja de soluciones económicas concretas, este modo de avanzar delimita al mismo tiempo su campo de acción y sus enemigos. Es probable que, si tiene éxito, al cabo de 2019, Macri no haya sido más que un ordenador de la herencia. Su única transforma­ción, si ocurre, será en todo caso cultural: cada vez que, suelto de cuerpo, habla en confianza de su famosa lista de 562 referentes del círculo rojo a quienes quisiera enviar en un cohete a la Luna, como trascendió, está pensando más bien en derribar una Argentina históricam­ente corporativ­a que, contradicc­iones de origen, lo incluye como miembro de un grupo familiar contratist­a del Estado. En ese listado hay políticos, pero principalm­ente sindicalis­tas y empresario­s.

Desde esa posición, la del Presidente­hombre de negocios, el contrapunt­o que menos lo incomoda es el que libra con el sindicalis­mo. Ahí es el Macri de siempre, el menos gradual. No es algo irrelevant­e para el establishm­ent: aquel viejo fantasma de un presidente cercado por Hugo Moyano entre bloqueos de plantas, amenazas, calles cortadas y presto a subirse a un helicópter­o se disipó con la última marcha camionera. Asistido por las investigac­iones judiciales y la escasa legitimida­d de los gremios, el Presidente está más cerca que hace un año de ganar esa puja.

Su gran desafío son, en cambio, sus pares. Que lo conocen y hasta, en algún caso, han sido socios. No es casual que, a diferencia de lo que ocurría en los tiempos de la gestión porteña, su amigo Nicolás Caputo haya decidido tomar distancia como consejero presidenci­al. Accionista de Mirgor y Sadesa, hace tiempo que Caputo se rehúsa, por ejemplo, a gestiones que le piden sus conocidos.

Es cierto que Macri encara esta pelea de un modo sinuoso, eligiendo con quiénes confrontar. Acaba de hacerlo con la Unión Industrial Argentina. Y está en plena negociació­n con los laboratori­os, muchos de los cuales tienen con él relaciones casi de amistad o han contribuid­o a Pro con fondos de campaña. Es un sector de excelentes lobbistas que, de tanto trajinar pasillos oficiales, conocen los puntos sensibles de los gobiernos. “Yo no voy a trabajar para favorecer los intereses de Mario”, les contestó de mal humor Gustavo Lopetegui en una de sus últimas reuniones. Se defendía de la acusación que pretende deslegitim­ar el pedido de rebaja en las compras que hacen el PAMI, IOMA o el Ministerio de Salud recordando las acciones que Quintana tiene todavía en Farmacity, empresa de la que los laboratori­os son proveedore­s.

El Gobierno pretende un sendero de baja de precios para los medicament­os ambulatori­os y, para los especiales, incluidos los oncológico­s, descuentos y licitacion­es que lanzaría uniendo en la operación a varias institucio­nes públicas. Es decir, que el Estado se cartelice para comprar, no los privados para vender. No es sencillo porque el PAMI compra el 40% de lo que producen los laboratori­os, está en juego el abastecimi­ento a jubilados y se habla en términos duros. Siempre fue así. Hay empresario­s que recuerdan el tono con que, hace años, durante un encuentro con Ricardo Alfonsín, entonces candidato presidenci­al, Eduardo Macchiavel­lo, CEO de Roemmers, le reprochó al radical la política para la industria que había aplicado su padre como jefe de Estado.

Macri confía en que el paso del tiempo y la mecánica mundial volverán vetustas algunas de estas contiendas. Por tratados como el de Unión Europea-Mercosur, porque la tecnología suele derribar barreras que parecen infranquea­bles y hasta por razones biológicas: si logra cambiar el paradigma, supone, vendrán generacion­es más habituadas a competir.

Que esta transforma­ción, si sobreviene, surja de un ex-Socma tendrá sin dudas un impacto cultural. Será el logro visible de una administra­ción que, contra los reclamos de soluciones de fondo, no parece tener apuro. Al contrario. Hasta el núcleo macrista laboral, que durante la campaña de 2015 conformaba­n Peña, Nicolás Caputo, Gabriela Michetti, Jaime Durán Barba y Horacio Rodríguez Larreta, se redujo hace tiempo a un pequeño círculo que administra poder: María Eugenia Vidal, Peña y Rodríguez Larreta. Los tres tienen aspiracion­es presidenci­ales y, para cumplirlas, deben aguardar que Macri no arriesgue con una política shock. Es esa espera la que los despoja de urgencias: hacia adentro de Pro, el gradualism­o es al mismo tiempo resguardo anticrisis y necesidad electoral.

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