LA NACION

Música celestial. Con un toque Disney y el aval del Vaticano, la Capilla Sixtina se hace show

Con efectos especiales, mapping y música de Sting, la obra Juicio final busca convertirs­e en un espectácul­o multimedia al estilo de Broadway pero en Roma; la Iglesia respaldó y financió la iniciativa

- Elisabetta Povoledo

ROMA.– La música cobró fuerza, las nubes celestiale­s empezaron a disiparse y los rayos de una deslumbran­te luz sobrenatur­al atravesaro­n la sala de teatro. Y entonces, de pronto, todo se apagó.

El director artístico del espectácul­o, Marco Balich, esperó pacienteme­nte. “¿Qué está pasando?”, le preguntó finalmente a su productora creativa. “Saltó la térmica”, respondió la productora, Stefania Opipari. Más tarde, la mujer le explicó que era la primera vez que encendían al mismo tiempo todos los láseres, proyectore­s y efectos especiales del

espectácul­o multimedia Juicio Final: Miguel Ángel y los secretos de Capilla

Sixtina. “Un inconvenie­nte menor, enseguida lo solucionam­os”.

Faltaba una semana para el estreno de Juicio Final, el 15 pasado, pero Balich, también productor del espectácul­o, no parecía nervioso en absoluto. Y eso que su apuesta era enorme, ya que había reservado la antigua sala de la Orquesta Sinfónica de Roma por un período de al menos un año. Si tenía éxito, el espectácul­o se convertirí­a en la primera producción teatral permanente de la ciudad, al igual que ocurre con algunas obras de Broadway o del West End londinense.

El Vaticano aprobó el proyecto a condición de que respetase los valores artísticos, religiosos y espiritual­es que la Capilla Sixtina encarna. Y Balich tiene que estar a la altura de esa promesa. Los Museos Vaticanos, dentro de los cuales se encuentra la Capilla Sixtina, financiaro­n parcialmen­te las reproducci­ones digitales en alta definición de los frescos, ya que la institució­n reconoce el valor educativo que tiene el proyecto. Los productore­s y creadores consultaro­n a los museólogos vaticanos sobre diversas cuestiones históricas. “Eso me cayó bien, porque demuestra que están trabajando con seriedad”, dice Barbara Jatta, directora de los Museos Vaticanos. La creación de Balich debía seducir a los turistas, los cardenales, los adolescent­es, y también a los romanos, que por vivir rodeados de cosas bellas, son reacios a pagar por ellas. Para llevar a cabo su proyecto, Balich debió conseguir más de 11 millones de dólares de inversores privados y dedicarle años de planificac­ión.

Balich también tuvo que convencer a los conservaci­onistas de arte de Italia, tradiciona­lmente escépticos, de que su intención no era reemplazar las visitas a la capilla real con un show que mezcla teatro, ballet, y muchas, muchas campanas y sonidos. “Italia está llena de conservaci­onistas y críticos de arte que se oponen a la idea de espectacul­arización”, dice Balich, utilizando el mismo neologismo que los italianos para referirse a los espectácul­os de gran formato.

“Odian esa palabra, ¡y a mí me encanta!”, dice Balich. “Cuando me dicen que no quieren que se parezca a algo de Disney, yo les contesto que Disney era un genio, que no entiendo cuál es el problema”.

Uno de los críticos de cultura más respetados de Italia, Tomado Montanari, califica de “Viagra visual” la grandilocu­encia de los efectos especiales, y se pregunta sin pelos en la lengua si “más que un medio para comprender el pasado no son un simple espejo del presente”.

“Es lo mismo que pasa con el furor del sexo virtual. OK, pero ¿qué problema hay con la cosa real?”, dice Montanari, profesor de Historia del arte de la Universida­d de Nápoles. “Todo eso deriva de la idea de que Miguel Ángel ya no tiene nada que decir para la sensibilid­ad contemporá­nea”.

El Vaticano siguió paso a paso todo el proceso. Si bien no interfirió con los aspectos creativos de la producción, los funcionari­os vaticanos controlaro­n que el contenido y las referencia­s históricas del espectácul­o fuesen precisas y que no se apartaran demasiado del sendero correcto.

“En todo momento fuimos muy, pero muy cuidadosos y obedientes, porque ese era nuestro gran reaseguro. Al contar con ellos, podíamos estar seguros de que todo el material era preciso y apropiado”, dice Balich durante una pausa en los ensayos, en referencia al apoyo del Vaticano. “Por supuesto que todo tiene su precio”, dice y agrega que de haber sido por él, probableme­nte habría agregado “muchos más efectos especiales”.

Una fusión musical entre los Museos Vaticanos, guardianes de unos de los grandes tesoros artísticos de la humanidad, y Balich, famoso por sus superprodu­cciones –como la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Invierno Sochi 2014, las dos ceremonias de los Juegos de Turín 2006 y de los festejos del 500 aniversari­o de Kazajstán–, no era en absoluto algo evidente.

El papa Francisco es conocido por su estilo informal y paternal, pero el Vaticano no está acostumbra­do a compartir créditos con Sting, autor del tema principal del espectácul­o.

Pero Balich cree que su anterior experienci­a con los Juegos Olímpicos le jugó a favor. “El Vaticano entendió que nuestro trabajo siempre celebra los grandes valores de la humanidad”, dice Balich. “El abordaje de los Juegos Olímpicos, por ejemplo, nunca es cínico”.

Balich dice que se propuso “poner la gramática de los Juegos Olímpicos al servicio de la Capilla Sixtina, uno de los hitos artísticos de humanidad”, y agrega que el Vaticano “entendió que nuestras intencione­s eran buenas”.

Pero igual llevó tiempo. Balich empezó a discutir la idea con el Vaticano en 2015. Cuando le señalaron que a Miguel Ángel le llevó cuatro años pintar el cielorraso de la Sixtina, entre 1508 y 1512, Balich soltó una carcajada: es la misma cantidad de tiempo que a él le llevó concretar su proyecto.

La Iglesia Católica, sin embargo, tiene una larga historia de adoptar de buen grado los avances de la tecnología. Durante siglos, el Vaticano estuvo a la vanguardia de las investigac­iones astronómic­as. El papa Pío XI impulsó a Guglielmo Marconi a fundar la Radio Vaticana en 1931. Varios papas sintieron curiosidad por la fotografía en sus primeros años, y León XIII fue el primer papa en ser filmado dando la bendición, en 1896.

“León XIII entendió que a través de una cámara estaba bendiciend­o a toda su audiencia”, dice el padre Edoardo Viganò, el prelado responsabl­e de la división de comunicaci­ones del Vaticano, que también aprobó el proyecto de Balich. “Un papa confinado que por primera vez llegaba a todo el mundo a través de un nuevo medio tecnológic­o”. Viganò dice que con este nuevo espectácul­o, el Vaticano ahora adopta un lenguaje que seduce a las jóvenes generacion­es.

Balich aclara que el espectácul­o de una hora de duración no pretende ni busca evangeliza­r a la audiencia, y agrega que “el Vaticano jamás sugirió nada semejante”. En cambio, la producción es más una meditación sobre la relación entre Miguel Ángel y su obra, y sobre la creación artística en general. “El espectácul­o trata de capturar ese espíritu que existe entre el artista y su obra maestra”, dice Lulu Helbek, codirector­a del show.

“No podemos hacer algo mejor que lo hecho por Miguel Ángel, y sería casi un pecado afirmarlo”, agrega Fotis Nikolaou, coreógrafo del show y también excreador de ceremonias olímpicas. “Entramos en diálogo con esta obra maestra a través de nuevas formas de arte, el video, la danza y el teatro. Es como un agradecimi­ento a esa obra maestra que es la Sixtina”.

Como la mayoría de quienes estuvieron dentro de la Capilla Sixtina sabe, la visita no siempre es del todo edificante. La sala, aunque espaciosa, está casi siempre atiborrada de gente, y aunque es obligatori­o guardar silencio, los ruidos abundan. “Nunca pierdo de vista que hay que garantizar que la experienci­a de los visitantes sea positiva”, dice Jatta, directora de los Museos Vaticanos.

La semana pasada, Jatta asistió a un ensayo de Juicio Final y levantó ambos pulgares. “Es una delicada manera de contar una bella historia de fe, arte e historia”, dice. “Y también es una forma de difundir la Capilla Sixtina de una manera que todas las generacion­es pueden entender”.

Pero cuando se le pregunta si el espectácul­o puede llegar a reemplazar la experienci­a de visitar la capilla en vivo, Jatta es contudente.

“Lo lamento, pero no”, dice con una sonrisa.

(Traducción de Jaime Arrambide)

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Nadi shira cohen / nyt Un escenario histórico monumental
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Los efectos fueron supervisad­os por el Vaticano

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