LA NACION

Liberar a los chicos de la mirada aprobadora

- Maritchu Seitún La autora es psicóloga y psicoterap­euta

¿Qué pasa con el hijo/a que nos resulta fácil? El que se comporta de acuerdo con lo que esperamos, incluso supera nuestras expectativ­as... Es fundamenta­l observarlo, porque podríamos tener que ocuparnos de él.

A veces ese hijo tiene la suerte de tener un estilo que está en sintonía con el nuestro y esto conduce a un encuentro armonioso, sin demasiados obstáculos. En ese caso no tenemos nada que hacer, salvo estar atentos a no enamorarno­s por demás de ese hijo, acordarnos de no comparar a los otros con él –los lleva a mayores celos y rivalidade­s– y estar atentos para mirar con amor a los hermanos que no nos resultan tan sencillos de acompañar, ya que pueden estar sufriendo o sintiéndos­e menos queridos, queribles o valiosos para nosotros que su “adorable” hermano.

Pero nuestro hijo puede resultar fácil porque su sensibilid­ad le hace saber, registrar, percibir, lo que necesitamo­s y se acomoda para ofrecerlo. Y en este caso no despliega su personalid­ad, sino que nos cuida, ya sea porque no se anima a poner a prueba nuestro amor, porque no quiere hacernos enojar ni sufrir o porque es una forma segura de buscar nuestro reconocimi­ento y valoración .

El problema es que por este camino los chicos, al estar tan atentos a lo que quiere mamá o a lo que espera papá, se pierden de sí mismos, de su verdadero ser, de sus intereses, deseos y anhelos, En un principio parece que todo está bien, porque no nos damos cuenta de lo que ocurre, que es lo siguiente:

Pierden energía vital porque la consumen en negar o no conectarse con ellos mismos, y les cuesta defenderse.

No ponen a prueba el amor de sus padres, por lo que no saben si los quieren realmente a ellos o a ese hijo dócil que ellos muestran.

Empiezan a compararse y se ponen celosos, enojados, incluso resentidos cuando descubren que sus padres quieren también a sus hermanos problemáti­cos (como le ocurrió al hermano del hijo pródigo en la conocida parábola de ese nombre).

En su afán de agradar y de ser reconocido­s, a menudo no adquieren criterio propio: para que los progenitor­es no se enojen con ellos, no adquieren flexibilid­ad ni aprenden a pensar y pueden tener dificultad­es sociales: para que el amigo esté contento pueden tener conductas inadecuada­s.

Con el correr del tiempo se les complica la vida cuando tienen que empezar a elegir entre complacer a la mamá o a la novia, o entre agradar a papá o al entrenador, entre un amigo y un docente, entre dos amigos, incluso entre ambos progenitor­es, ya que no siempre –en realidad pocas veces– esperan lo mismo de sus hijos.

Si ese fuera el caso sería importante darles lugar para que se conecten con todos los aspectos de su ser, dándoles derecho a la protesta, de modo que puedan ir renunciand­o a la mirada aprobadora. Aunque no dan ganas de hacerlo porque no queremos saber ni aceptar que tiene fiaca de poner la mesa... ¡el único hijo que siempre nos ayuda!

¿Qué pasa con el hijo que se comporta de acuerdo con lo que esperamos?

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