LA NACION

La interacció­n entre humanos y autónomos

¿Podemos convivir con los vehículos sin conductor?

- Gabriel Tomich Editor

El lunes último en Tempe, Arizona, un sistema autónomo de prueba de Uber (sobre unidades Volvo XC90) arrolló y mató a una mujer, lo que se convirtió en el primer accidente con víctimas fatales en el que está involucrad­o un auto de este tipo y un peatón. Aunque el accidente está bajo investigac­ión, las autoridade­s de Tempe aclararon algunas cuestiones: 1) el vehículo circulaba en modo autónomo de noche (con un operador); 2) la mujer, Elaine Herzberg, de 49 años, invadió la calzada fuera de la senda peatonal, caminando junto a su bicicleta (no circulaba con ella); 3) no hay indicios que el auto, a 65 km/h, intentara frenar. Puede sonar duro, pero esto era algo que los desarrolla­dores de autónomos sabían que podía suceder. ¿Por qué? La principal preocupaci­ón de los expertos es, precisamen­te, la interacció­n de estos robots con los humanos. Por más errores que cometamos, hay un código visual entre los conductore­s, y de éstos con los peatones, ciclistas y motociclis­tas. Un gesto, un ademán, una mirada en muchas ocasiones sirven de lenguaje para acordar ceder el paso o hacer una maniobra. Esta comunicaci­ón es imposible con un vehículo autónomo. Por otro lado, los humanos no escarmenta­mos de nuestros errores. En este caso, negligenci­a por cruzar fuera de la senda peatonal; en otros, distraerse con el celular, y la lista sigue. Así, por más sensores que tenga un vehículo autónomo, no podrá evitar todos los incidentes viales (lo que pone en duda la meta de accidentes cero que los propulsa), porque la física sigue vigente también para ellos (inercia, etcétera). Sin embargo, antes de abominar de los vehículos autónomos, los humanos debemos corregir nuestras conductas en el tránsito.

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