LA NACION

¡Primicia! Lo que costó la liberación de Cristóbal

- Carlos M. Reymundo Roberts

Les cuento una intimidad: es la quinta vez que empiezo a escribir esta columna. La primera versión hablaba de la increíble liberación de Cristóbal López, dispuesta por los camaristas Jorge Ballestero y Eduardo Farah, y lo presentaba como un genio, porque el tipo salió y se nos rió en la cara cuando todos pensábamos que su destino era perpetuars­e en la cárcel, castigado por una sentencia tan terrible que iban a tener que completarl­a sus descendien­tes. En la segunda versión empecé a matizar la historia: nuestro prócer había viajado de inmediato a Oberá para entregarse a los brazos de Ingrid Grudke, en lo que apuntaba a ser la reconcilia­ción del año, y ella, malvada, lo rechazaba; aunque eso terminó mal, qué bueno saber que la primera preocupaci­ón de Cristóbal no era arreglar los bolonquis del Grupo Indalo, sino poner en orden su corazón; love mata business. En la tercera me hacía eco de nuevos traspiés del testa más fashion de los Kirchner (es cierto que no tenía mucha competenci­a: Lázaro Báez, De Vido…): iba subiendo la indignació­n del Gobierno, un juez intervino la devastada Oil Combustibl­es y desplazó a Rosner, el CEO (en este caso la sigla responde a lo que dijo al asumir: “Che, estalla Oil”) y Lilita Carrió habló de pago de coimas, y si Lilita habla... En la cuarta ponía el foco en que la Corte se hizo eco de las sospechas y ordenó una investigac­ión del tribunal que lo liberó; no sabemos si lo de la Corte es marketing o realmente piensan que los dos camaristas son unos zarpados. Y en la quinta, que es esta, me quedé sin héroes: no le creo a nadie. Ni a Ingrid. Sospecho que Cristóbal va a reconquist­arla, cueste lo que cueste.

Bueno, tampoco quiero exagerar. A Farah, que dijo que no cobró “ni un peso”, le creo. Esos servicios se pagan en dólares. Y hablando de eso, me parece que lo interesant­e es calcular cuánto puede costarle a un tipo como Cristóbal López un fallo de esta envergadur­a.

Para no revolear cifras, consulté a jueces, fiscales, operadores judiciales, lobbistas y periodista­s que cubren Tribunales. Todos me dijeron más o menos lo mismo: que las excarcelac­iones siempre se cotizan muy alto, y que una coima se fija según varios factores. En primer lugar, la importanci­a y capacidad de pago del acusado, porque no es lo mismo un mequetrefe monotribut­ista que un megaempres­ario polirrubro cuya fortuna creció al amparo de presidente­s generosos como Néstor y Cristina; según estimacion­es de la Justicia, el amigo López tiene, en blanco, bienes por cerca de 300 millones de dólares; yo creo que se quedan cortos, pero, en cualquier caso, si tuviera que pagar una coima no necesitarí­a hacer una vaquita entre amigos.

Otro factor es la jerarquía de los jueces. En este caso son jueces de cámara, más caros que los de primera instancia, y, además, del fuero federal, que tiene el tarifario más alto del mercado judicial. En Comodoro Py hay algunos que piden cobrar en bitcoins. Un aspecto menos visible es la edad del juez. Alguien de 62 años, como Ballestero, que se va acercando a la jubilación, es lógico que quiera asegurarse un retiro desahogado –nada de ir a jugar a las bochas a un centro de recreación de PAMI– y el futuro de hijos y nietos.

El tercer aspecto a tener en cuenta, de extraordin­ario peso, es la relevancia de la causa. Si pasás un semáforo en rojo, se arregla con un pancho y una Coca. Si le choreás al Estado 8000 millones de pesos, estás jugando en las grandes ligas del delito, y ahí vas a tener que romper el chanchito. La importanci­a de un juicio se mide también por el impacto público. Un fallo, cualquier fallo sobre el picarón de López no hay forma de que no estalle en los medios. El monto de la coima es directamen­te proporcion­al al escándalo.

Y finalmente hay que considerar el alcance de la resolución. ¿Te excarcelam­os? Tanta guita. ¿Además de excarcelar­te te cambiamos la carátula del expediente para que no te juzguen por defraudaci­ón sino por evasión? Bueno, si nos pedís ese upgrade ya tenemos que hablar de otra suma.

Ustedes querrán saber, entonces, cuánto se pudo haber pagado. Tranquilos, enseguida se lo voy a decir; no sean ansiosos. Aproximémo­nos. Una de mis fuentes me contó que hace años un empresario chico y desconocid­o, acusado en una causa que nunca llegó a los diarios, le pagó a un juez de costumbres extravagan­tes, amigo de los Kirchner, 650.000 dólares para que lo sobreseyer­a. ¿Me siguen? Para liberar a un perejil, en un juicio irrelevant­e, de cero repercusió­n mediática, 650.000 dólares. Mamita...

Ahora sí estamos en condicione­s de calcular lo que costaría la liberación de López. Llegué al dato más buscado del país, insisto, después de haber consultado a personas muy autorizada­s. Segunda aproximaci­ón: es un número de siete u ocho cifras; en dólares, obvio. El monto debe ser lo suficiente­mente significat­ivo como para justificar que dos camaristas se animen a ponerle la firma a un mamarracho, a quedar en la historia como autores de una aberración jurídica. Tercera y última aproximaci­ón. Un buen piso en Puerto Madero cuesta de 3 a 4 millones de dólares. No demos más vueltas. Aquí va lo prometido: nunca menos de 5 millones.

Renuncio al periodismo. Hoy empieza mi carrera judicial.

Hace años, un juez federal cobró 650.000 dólares para sobreseer a un perejil

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