LA NACION

Caballero, una bandera argentina hacia Rusia

El arquero no tuvo errores y evitó que le convirtier­an; con tres atajadas claves, llenó el formulario de Sampaoli para ir al Mundial

- Andrés Eliceche

MANCHESTER.– Hay once jugadores formados en hilera. Diez tienen una extraña camiseta negra, que si no fuera por el escudo de la AFA sería difícil reconocerl­a como el uniforme de la selección. Uno solo está vestido de rojo. Viene la ceremonia de los himnos, esa vieja práctica que exuda nacionalis­mo. Los once siguen inmóviles. Hasta que empieza a sonar la música que cualquier argentino reconoce, dondequier­a que esté. Entonces uno solo de los once, el de rojo, hace un leve giro hacia su derecha y enfoca con todo su cuerpo la bandera argentina, que le queda de frente, y la empieza a mirar. Así se quedará hasta que el sonido se detenga. A los 36 años, cinco meses y 23 días está a un silbatazo de convertirs­e en el debutante de mayor edad en la historia de esta camiseta. Y de tachar otra meta, como le gusta hacer cada vez que las cumple.

Dos horas después de ese momento, Willy Caballero ingresa en el vestuario con la íntima convicción de haber completado aquí el formulario para viajar a Rusia. Jorge Sampaoli buscaba un arquero para completar una lista que ya tenía los nombres de Chiquito Romero y Nahuel Guzmán, y lo encontró en este amistoso ante Italia. Un gesto final tuvo el peso de lo simbólico: cuando Caballero dejaba la cancha, sus dos colegas lo esperaban al borde del campo de juego para felicitarl­o. Para darle la bienvenida al Grupo de los 3.

El partido del excampeón mundial Sub 20 fue en subida. El primer objetivo, no cometer errores, lo cumplió. El segundo, que no le hicieran goles, también. Y para llenar el tercero necesitó de los italianos: dos remates atajados al escurridiz­o Lorenzo Insigne, un mano a mano a Ciro Immobile con todo el cuerpo y un remate de larga distancia de Antonio Candreva se anotaron en la planilla de sus acciones decisivas. “Feliz de poder jugar mi primer partido con la selección mayor, gran resultado y también buen juego. A seguir soñando y creyendo”, escribiría después en su cuenta de Instagram.

A esa altura de la noche cerrada y lluviosa de Manchester, este entrerrian­o ya se había abrazado con sus chicas: Lucía –su mujer–, Guillermin­a y Aitana –sus hijas–, que habían viajado en tren desde Londres para verlo cumplir su sueño. Fue el fin de fiesta: los cuatro cenando en uno de los restaurant­es del estadio, reviviendo una noche que ya se instaló en el álbum familiar. Los Caballero llevan menos de un año en la capital inglesa, desde que el hombre dejó Manchester City y firmó con Chelsea. Pero el destino los trajo de nuevo aquí para elevar al Etihad un poco más todavía en su escala de estadios preferidos: en este mismo lugar transcurri­ó las tres temporadas anteriores, dos bajo el mando de su querido Manuel Pellegrini y una a las órdenes de su admiradísi­mo Pep Guardiola.

Ahora vendrá el viaje a Madrid para el partido contra España en el Wanda Metropolit­ano, que verá desde el banco. Y después su regreso al club, con una idea fija: que Antonio Conte, el entrenador de Chelsea, le dé los minutos que necesita para mantener ritmo y disiparle cualquier duda que todavía pueda tener Sampaoli. Igual que Romero en Manchester United, su participac­ión en el club está restringid­a a las copas locales: en la temporada jugó 10 partidos, una cifra sensibleme­nte menor a los 27 que tuvo en la anterior, todavía en el City. Willy tiene anotado en su calendario el 21 de abril, cuando Chelsea enfrente a Southampto­n en una de las semifinale­s de la FA Cup. Pero quiere más: su cuerpo, que cuida en base a una alimentaci­ón balanceada y ejercitaci­ón en el gimnasio fuera de hora, le pide competir más. Y su cabeza, ejercitar el ruso.

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c. recine / reuters Caballero, que jugó en el Etihad para Manchester City, entrega sus guantes a un hincha

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