LA NACION

El inquebrant­able vínculo del gaucho con la religión

- Raúl Oscar Finucci

En los comienzos de la revolución hispanoame­ricana y 1832, el Vaticano, “en actitud poco feliz”, como bien escribió Raúl Puigbó, dejó sin obispos ni conducción alguna a las iglesias de la región, esto de ninguna manera deterioró la fidelidad del gaucho. La pampa sin sacerdotes no privó a los hombres de su religiosid­ad, aún sin doctrina mantuviero­n la tradición.

Sabemos que el gaucho se persignaba constantem­ente ante una tumba, una iglesia o simplement­e una cruz en el camino.

El viajero inglés Samuel Haig, al recorrer nuestro país a comienzos del Siglo XIX escribió: “Los carreteros y gauchos que encontrába­mos siempre se sacaban el sombrero con un “vaya usted con Dios”; efectivame­nte son civiles y pulidos, en grado muy superior al que se encuentra entre la clase baja de la educada sociedad europea”.

Sabía Haig que el gaucho era hombre de temple firme, de fe, él mismo escribió: “Son gente que no suspira”.

El Martín Fierro contiene muchas referencia­s a la religión, y a pesar de ser una ficción, tiene la carga de la verdad que Hernández le imprimió por pensarlo como una denuncia y por su vida de infancia junto a los gauchos, quienes solían saludar con un “Ave María purísima”, a lo que el saludado contestaba inmediatam­ente: “Sin pecado concebida”. Esto demuestra que la labor de los misioneros enviados por España fue efectiva, como ningún otro imperio colonial lo hizo.

Una curiosidad era que cuando el gaucho peleaba, sea por la circunstan­cia que fuere, y mataba a su oponente, era común verlo besar la “cruz” de su facón, que no era otra cosa que el final de la empuñadura, llamado “guardamano”.

En las estancias, ante la escasez de sacerdotes, sobre todo en las festividad­es de Navidad, oficiaba misa el patrón o algún vecino de reconocida reputación. Se solía rezar por las tardes, al fin de las labores, de allí que en el campo cuando se quiere significar que algo se hará a la caída del sol, se dice: “A la oración”.

Pero ya que mencionamo­s la Navidad, digamos que nada tenían que ver con las de hoy. En pueblos o ciudades solo se hacía alguna serenata, o una procesión; no era festivo y por lo general, se asistía a Misa de Gallo y ya entrada la madrugada, se volvía a casa.

Revisando la correspond­encia entre Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas, y teniendo en cuenta que eran cristianos y amigos, en los días anteriores y posteriore­s a la Noche Buena y la Navidad de 1831, no hay ninguna referencia o salutación. Parecía no tenerse en cuenta.

Leyendo también, partes de la Campaña del Desierto, no se encuentran tampoco, en los días 24 y 25 de diciembre de diferentes años, referencia alguna a un brindis o salutación entre oficiales, mención de ningún capellán o anotación especial. Al menos en los que he leído.

Simplement­e y como cada noche, se puede leer: “…se carneó, cenamos, y nos dispusimos a dormir”.

Tampoco existe, o al menos no he visto nunca, pinturas o dibujos alusivos a la Navidad, en la campaña del siglo XIX.

Pero Buenos Aires ya era cosmopolit­a cuando en 1854 Pastor Obligado (abogado y primer gobernador constituci­onal del estado de Buenos Aires) cuenta: “Al anochecer del 24 de diciembre de 1828, en la casa de Miguel Hines (irlandés), había un abedul con candelas y juguetes colgando de sus ramas”. Otros dicen que fue unos años antes. Si esto fue así, no era evidenteme­nte popular, y mucho menos de práctica del gaucho y su familia, si la tenía cerca.

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Maximilian­o amena Tradición y fe

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