El reloj ya corre
En los últimos meses, el independentismo catalán ha sostenido que, al haber ganado las elecciones del 21-D, le correspondía el derecho a formar gobierno. Los partidos constitucionalistas, en particular Ciudadanos, la fuerza más votada en aquellas elecciones, aceptaron que la aritmética ordenara la política y renunciaron a presentar ante la ciudadanía su propio proyecto de gobierno. En el caso de Mariano Rajoy, renunció hace tiempo a diseñar una hoja de ruta que posibilitara conducir la situación no por los ritmos judiciales, sino por los de la política. Pero lo que hemos constatado desde entonces es que, lejos de buscar el apoyo del Parlamento para conformar un gobierno estatutario al servicio de la ciudadanía, el independentismo ha vuelto a la senda que tanto daño y frustración ha causado: la de servirse de las instituciones para alimentar el victimismo, aplazar la asunción de su derrota, negarse a asumir responsabilidades personales y, sobre todo, enmascarar como conflicto con el Estado la más descarnada lucha por el poder dentro del bloque. Las idas y venidas del independentismo y sus candidatos han añadido aún más hastío y bochorno a lo que sin duda son ya las páginas más sombrías de la historia política de la Cataluña democrática. La sesión de investidura no se desmarcó del desdichado guion al que estamos acostumbrados. Fue, una vez más, la escenificación de una farsa. Con el reloj corriendo, o se forma un gobierno efectivo antes de 60 días o la ciudadanía tomará la palabra.