LA NACION

“No les caigo muy bien a los grandes de la moda”

Marcelo Burlón.

- Texto Nathalie Kantt Foto Bratislav Tasic

Marcelo Burlón nos lleva a Excelsior, una galería de lujo innovador de Milán, y casi como un chico nos arrastra hasta las remeras, gorras y jeans de su marca exhibidos en el primer piso. Al igual que las mochilas y los protectore­s para celulares, son los productos más vendidos del lugar. “No lo puedo creer”, dice Burlón. La sonrisa le ocupa toda la cara.

DJ y organizado­r de fiestas nacido en El Bolsón, a los 41 años a Marcelo Burlón se le reconfigur­ó la vida. Después de hacer saltar y bailar durante años a la crème de la noche milanesa, hace cinco años decidió ampliar su universo y crear una marca de ropa inspirada en la Patagonia y en la simbología de los indios tehuelches. En sus desfiles imaginó a gauchos espaciales y a los hippies que llegaron a El Bolsón en los 70, recreó ceremonias chamánicas y trajo a bailarines de malambo. Lanzó County of Milan por las redes sociales y sin locales a la calle. Hoy vende en 380 boutiques y factura 40 millones de euros por año, con un crecimient­o de 20% por temporada. Marcelo emplea a 200 personas que trabajan en un palacete del 1700 con aroma a palo santo en todas las salas. “Palazzo Burlone” responde en broma el equipo cuando pregunto cómo se llama este palacio.

En 1990, los padres de Burlón cerraron el quiosco, la tintorería y la agencia de viajes de El Bolsón y se fueron con sus dos hijos a Porto Potenza Picena, un pueblo en el centro este de Italia. Marcelo estudió hasta séptimo grado. “En mi familia había que trabajar, era una necesidad, todos aportaban. Y cuando volvía a casa tenía que lavar y planchar. Eso te ayuda a darles valor a las cosas”, cuenta, a veces buscando sus palabras en español. Formó parte de una banda de “cool kids” contratado­s por discotecas para agitar la noche y hacer bailar; fue el “hombre de la puerta” en la fiesta más cool de Milán, y organizó fiestas propias que reunían de dragqueens a burgueses. Allí iban Dolce & Gabbana, David Lachapelle, David Byrne, Raf Simons y Tilda Swinton bailando con los ojos cerrados en medio de la pista. Cuando todo eso le quedó

chico, decidió plasmar esa experienci­a callejera en productos fáciles de usar y transmitir el sentido de pertenenci­a a una pandilla en redes sociales.

Camino a la galería, el devenido empresario saluda a conocidos y suelta frases en italiano casi sin detenerse. Los jóvenes lo intercepta­n y le piden selfies. Las acepta todas. “En Nápoles, soy como Maradona o el Papa: hasta me dedicaron un muñeco de pesebre”. Camina rápido por Milán, por las calles laterales y por los alrededore­s del Duomo, como si toda la ciudad fuera su casa. De El Bolsón a conde de Milán.

Su éxito es un caso de estudio y la prestigios­a universida­d Bocconi lo invitó a dar conferenci­as. También tiene detractore­s, entre los cuales hay diseñadore­s y críticos de moda que no lo consideran un verdadero designer. Un documental sobre su vida, Uninvited, producido por él, será proyectado el 31 de marzo en el CCK. –¿Como explicás tu éxito brutal? –Creo que pasa por el hecho de empezar de cero, de abajo. La gente conoce bien mi historia y muchos se identifica­n conmigo. Como si, a través de mi camino, les diera esperanza a las nuevas generacion­es. Y, además, porque el enfoque es diferente: no nace de un diseñador, nace de un DJ que lleva lo cool de un nicho a lo popular. Igual, a mí también me asombra. – Italia es el país que te abrió muchas posibilida­des. ¿Por qué te dieron ganas de conectar con la Argentina a la hora de lanzar esta marca? –Porque mi marca soy yo, y dentro de ella está todo mi universo. Conectar con lo que uno es o con la tierra de provenienc­ia es algo muy fuerte a nivel personal. Es como hacer terapia y entrar en lo profundo de uno mismo. Crear esta marca me dio la posibilida­d de entender mucho más mi tierra y mis raíces. –¿Cómo ves a la Argentina? –La veo desde afuera, no vivo en el país desde 1990 y no la vivo en el día a día, aunque trato de conectar lo más que puedo a través de mis padres y amigos. Amo mucho la Argentina, pero no tengo una opinión definida de lo que pasa a nivel social y político. Sé que la señora K le hizo mucho daño al país, al igual que los de antes y que los de ahora. –Tenés 519.000 seguidores en Instagram. ¿Qué pensás de las redes sociales? –Las redes sociales son una herramient­a muy importante para comunicar directamen­te con mi consumidor final, para lanzar productos, contar mi vida, mis viajes, mis éxitos y mis derrotas. Pero, como todas las cosas, hay que saber usarlas y crear un contenido interesant­e. Hay gente que lo único que hace es poner el look del día o la comida, y eso no me lo banco.

–¿Cómo te cambió la vida tras el éxito comercial?

–Mi vida es la misma de siempre: voy al laburo en skate o en bus. Podría tener un chofer, pero ese no sería yo. Comparto con mis amigos los viajes y las vacaciones, y organizo cenas en casa con algún chef importante. Creo que la fortuna se comparte con la gente que te ama, con los amigos y la familia, que siempre está a tu lado, en las buenas y en las malas.

–¿Cómo te imaginás en el futuro?

–Me imagino trabajando a mil en mi empresa, pero dirigiendo todo desde mi campo en El Bolsón. Me veo padre de dos hijos, viviendo entre Ibiza y la Patagonia. Nada del otro mundo.

–¿Qué relación tenés con los grandes de la moda?

–Muchos eran mis clientes cuando yo les organizaba las fiestas o les hacía la música de los desfiles. Ahora somos competidor­es. Creo que no les caigo muy bien a los grandes de la moda, quizá porque tuve más éxito que algunos. Mi modo de comunicar fue muy distinto y se destacó del resto.

–¿Qué querías ser de chico?

–Quería ser bailarín, amaba Fama. Quería ir a una escuela de arte como esa. La vida me hizo bailar, pero en otro lado. Y hoy, a los 40 años, ¡sigo bailando como nunca!

–¿Dónde te sentís en casa?

–En El Bolsón. Construí mi primera casa en El Hoyo, Chubut, a 8 kilómetros de donde están mis papás. Es mi lugar en el mundo.

–¿Y Milán?

–Milán es la ciudad que me dio la posibilida­d de expresarme y la siento mía. Siento que pertenezco. Yo también le di mucho a esta ciudad. Hice bailar mucho a la gente, regalé felicidad.

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