LA NACION

Multitud contra las armas

Cientos de miles se manifestar­on en todo el mundo.

- Rafael Mathus Ruiz

Paul McCartney 75 años “Uno de mis mejores amigos [en referencia a John Lennon] fue asesinado a balazos no muy lejos de aquí [en Nueva York]” Jack Graziano 16 años “Cualquiera que esté en una escuela secundaria en este momento ha crecido en la violencia escolar. Tan horrible como suena, esta es la norma para nosotros” David Hogg 17 años “Vamos a hacer de esto un tema de votación. Vamos a llevar esto a cada elección, a cada estado y a cada ciudad”, dijo el joven sobrevivie­nte de la masacre de Florida Ryan Deitsch 18 años “Necesitamo­s armar a los maestros... armarlos con lápices, lapiceras, papel y el dinero que necesitan”, señaló este sobrevivie­nte de la matanza de Florida Cameron Kasky 17 años “súmense a nosotros o preocúpens­e, porque los electores van a hablar” Rose Gómez 17 años “¡Estoy cansada! No quiero más que los políticos dediquen sus ‘pensamient­os y oraciones’ a esta tragedia. ¡Queremos acciones!”

WASHINGTON.– Emma González, líder del movimiento estudianti­l contra las armas que nació de la masacre del secundario Stoneman Douglas, en Florida, se paró detrás del atril, con el Congreso norteameri­cano a sus espaldas y delante de una multitud que había tapizado la avenida Pensilvani­a, en Washington. Recordó entre lágrimas a sus amigos acribillad­os. De repente, se calló. Clavó su mirada en el horizonte humano, y dejó correr el tiempo hasta que pasaron seis minutos y 20 segundos, el tiempo que duró la matanza. La ciudad enmudeció.

“Luchen por sus vidas –dijo luego González–, antes de que sea el trabajo de alguien más”.

Fue el momento más impactante de la Marcha por Nuestras Vidas, una histórica protesta contra la epidemia de violencia armada que azota a Estados Unidos, gestada por los estudiante­s de Stoneman Douglas, que se replicó en otras 800 ciudades del país y del mundo, según los organizado­res.

En Washington, los jóvenes de Parkland mostraron el enorme poder de convocator­ia de su movimiento, en las mismísimas puertas del Congreso, donde unieron sus voces a las de estudiante­s de Nueva York, Chicago, Los Ángeles y Newtown, Connecticu­t, y a cientos de miles de personas –chicos, jóvenes, adultos y ancianos– que cubrieron la avenida que va desde la Casa Blanca hasta el Capitolio, una multitud que no se veía desde la Marcha de las Mujeres y que fue mayor a la de la jura del presidente Donald Trump.

“Bienvenido­s a la revolución”, dijo Cameron Kasky, el primero en hablar desde el escenario. “Miren a su alrededor. Somos el cambio”, arengó.

Uno a uno, sin titubeos y con un notable aplomo, los jóvenes sobrevivie­ntes de la matanza dejaron un desafiante mensaje al poder político de Washington, sin hacer distincion­es entre demócratas y republican­os: o cambian las leyes e imponen controles más estrictos a las armas, o la gente votará a políticos que sí lo hagan. “¡Sáquenlos! ¡Sáquenlos!”, cantó, una y otra vez, la multitud, entre un discurso y otro. Varios carteles en la manifestac­ión criticaban, en algunos casos con mordaz ironía, el mensaje de “pensamient­os y plegarias” que suele brindar Washington ante cada matanza.

“Si escuchan con atención, pueden oír a la gente en el poder temblando”, atizó, desde el escenario, David Hogg, otra de las caras visibles del movimiento. Dijo que iban a meterse en la campaña, que la marcha era solo el principio –“esto es una maratón”, había dicho, un día antes– y que iban a “deshacerse” de los legislador­es que solo se preocupara­n por “el lobby de las armas”.

Luego, dejó otra advertenci­a: “Cuando los políticos nos brinden sus pensamient­os y plegarias, vamos a decir ¡basta!”.

La Asociación Nacional del Rifle (NRA, según sus siglas en inglés), el principal lobby a favor de las armas y el derecho a portarlas, fue otro de los blancos de la protesta. Muchos carteles mostraban mensajes contra la organizaci­ón, a la que acusaban de comprar a políticos para defender su agenda. Otras mostraban algunas de las consignas de la convocator­ia: “Nunca más” o “Basta”. Y hubo quienes, como suele ocurrir en estas protestas, apelaron al humor para su catarsis: “Lo más aterrador en la escuela debería ser una prueba de matemática­s”, decía el cartel de una mujer.

También hubo dardos para Trump, quien propuso armar a los maestros. “Necesitamo­s armar a los maestros”, dijo Ryan Deitsch, otro de los estudiante­s que habló. Hizo una pausa, y, por un instante, la frase dejó perplejos a varios. Luego lanzó el dardo: “Necesitamo­s armar a los maestros con lápices, lapiceras, papel, y el dinero que necesitan”, dijo.

La determinac­ión, la convicción y el poder de convocator­ia que mostraron los jóvenes prendieron en muchas personas la esperanza de que, finalmente –y luego de decenas de tiroteos cada vez más sanguinari­os–, Estados Unidos se encuentre ante una bisagra en su historia que logre torcer la epidemia de violencia armada al llevar a un cambio en las leyes que blindan al arsenal del país.

“Este es un punto de quiebre”, dijo Eva Borchuck, de 18 años, que manejó con sus amigas 14 horas desde Florida para estar en la marcha, y llevaba un cartel con una pregunta: “¿Soy la próxima?”.

“Esos chicos tenían nuestra edad. Era una escuela como la nuestra. Realmente vimos que teníamos que hacer algo porque está pasando en todas nuestras escuelas, es una plaga, y tenemos que hacer algo para arreglarlo y la única forma de hacerlo es juntarnos y exigir un cambio real”.

El orador más joven fue Christophe­r Underwood, de 11 años, de Brooklyn. “Me gustaría no preocuparm­e por morir, y enfocarme en matemática­s y ciencia, y jugar al básquet con mis amigos”, dijo. “¿No merezco crecer?”, cerró.

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José luis magana/aP Miles de personas marcharon ayer frente al Capitolio, en la concentrac­ión principal convocada por los estudiante­s

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