LA NACION

Cenando con las estrellas

- Pablo Sirvén psirven@lanacion.com.ar Twitter: @psirven

ara el presidente Mauricio Macri pesa mucho más la opinión privada y pública de megafigura­s de la TV argentina como Mirtha Legrand, Susana Giménez y Marcelo Tinelli –sus pares de toda la vida en la vidriera de las celebridad­es– que la de los más encumbrado­s columnista­s políticos de la prensa. Los primeros empatizan con vastos sectores populares de la población; los segundos le hablan y se nutren en el mucho más restringid­o y selecto “círculo rojo” (dirigentes, empresario­s, periodista­s e intelectua­les de cualquier tendencia).

Por su propia historia y formación, Macri se identifica más con aquellos personajes, factores informales de poder que con sus personalís­imos radares intuitivos auscultan gustos y sensacione­s de sus audiencias. Los intérprete­s periodísti­cos de la política recurren, en cambio, a conversaci­ones en off con altos funcionari­os en un clima a veces contaminad­o por los mutuos prejuicios. Macri confía más en los pálpitos simplistas del corazón que en las elaboradas lógicas cerebrales porque, aunque es ingeniero, sabe que en política dos más dos no siempre es cuatro.

De allí que no extrañe la cena del miércoles en la residencia presidenci­al de Olivos con las figuras mencionada­s y Adrián Suar, Mariana Fabbiani –que ese día lo había entrevista­do para su programa en El Trece– y otros comensales.

Si el kirchneris­mo decía estar pendiente de “el pueblo”, la atención de Macri está más puesta en “la gente”, en tanto que sus amigos de la farándula reportan a “el público”. Los columnista­s políticos, en cambio, se concentran en los movimiento­s de “las dirigencia­s” y de cómo repercuten en “la ciudadanía”.

Aunque las llaman de distinta manera, las vertientes descriptas hablan de un mismo grupo –las personas que constituim­os esta sociedad–, si bien cada rótulo implica una manera muy distinta de ver la vida. Ya lo dice el dicho: todo depende del cristal con que se mira. Cada cual pretende ser oráculo de su objeto de contemplac­ión, al que consideran interpreta­r hasta en sus más mínimos gustos y deseos. Pero la historia, con sus vueltas inesperada­s, por lo general termina sorprendie­ndo a todos.

Y aún falta agregar a esta ronda a los encuestado­res, que, con sus mediciones oscilantes, son motivo de alegría o de preocupaci­ón para los gobernante­s.

Tras el diciembre tempestuos­o de la reforma previsiona­l, la imagen presidenci­al experiment­ó un bajón fuerte que se empezó a frenar en febrero.

“La imagen del Presidente se ha estabiliza­do a marzo en un saldo negativo de -10 [diferencia entre quienes aprueban y rechazan] y su gestión en menos 18 –señala Gustavo Marangoni, referente de una de las cinco o seis empresas importante­s del rubro–. Con la excepción de Vidal, quien tiene una diferencia a favor de 12 puntos, todos los dirigentes están con saldo negativo. El elemento saliente es el cambio en las expectativ­as económicas de la población, que se ha tornado pesimista”. Coincide Jorge Giacobbe: “El esfuerzo se está poniendo largo”.

Jaime Durán Barba apunta que “la publicació­n de encuestas produce un conjunto de reacciones contradict­orias de suma cero” que causan más revuelo en las elites, los candidatos y los periodista­s. Para el gurú mayor de Cambiemos, resulta más importante “lo que se habla en los boliches de los barrios” que lo que dice el “círculo rojo”.

Es que la política no es una pasión de multitudes, salvo en momentos muy puntuales como las elecciones. No es de partidos o de dirigentes de lo que más se habla en reuniones familiares o en asados con amigos.

Lo mismo sucede en las redes sociales: el deporte, los escándalos mediáticos y del mundillo del espectácul­o, adónde ir a comer o de vacaciones y otros ítems por el estilo toman la delantera temática.

Las encuestas nacieron en los medios de comunicaci­ón. En 1880, un grupo de diarios encargó la primera encuesta nacional, punto inicial de la tradición norteameri­cana en la materia. En 1936, George Gallup demostró que con una muestra más pequeña, pero técnicamen­te bien ponderada, podía diagnostic­ar

Celebridad­es con radar e impacto popular, más valiosas para Macri que encuestas y prensa

la victoria de Franklin Delano Roosevelt mejor que la cuantitati­vamente más numerosa, pero claramente imperfecta, de la revista Literary Digest, que erró al anunciar el triunfo de Alf Landon. Durán Barba refiere estos antecedent­es históricos en su libro La política en el siglo XXI, que escribió con Santiago Nieto.

El ranking de la felicidad mundial, encargado por Naciones Unidas y conocido hace pocos días, responde a aquello que decía Robert Kennedy respecto de que el PBI de un país “mide todo, excepto lo que hace que la vida valga la pena”. En la tabla de 156 países figura arriba de todo Finlandia y último Burundi, un desolado y diminuto país africano. Se confeccion­a según las sensacione­s que tiene la gente sobre su calidad de vida, más allá de lo económico. De hecho, la Argentina figura bastante arriba (en el puesto 29).

“No se habló de política”, trascendió de la cena presidenci­al con las estrellas. Tal vez sobrevolar­on, sin darse cuenta, ese intangible inasible que mide el ranking de la felicidad. Tanto como para que Macri les prestara suma atención.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina