Cenando con las estrellas
ara el presidente Mauricio Macri pesa mucho más la opinión privada y pública de megafiguras de la TV argentina como Mirtha Legrand, Susana Giménez y Marcelo Tinelli –sus pares de toda la vida en la vidriera de las celebridades– que la de los más encumbrados columnistas políticos de la prensa. Los primeros empatizan con vastos sectores populares de la población; los segundos le hablan y se nutren en el mucho más restringido y selecto “círculo rojo” (dirigentes, empresarios, periodistas e intelectuales de cualquier tendencia).
Por su propia historia y formación, Macri se identifica más con aquellos personajes, factores informales de poder que con sus personalísimos radares intuitivos auscultan gustos y sensaciones de sus audiencias. Los intérpretes periodísticos de la política recurren, en cambio, a conversaciones en off con altos funcionarios en un clima a veces contaminado por los mutuos prejuicios. Macri confía más en los pálpitos simplistas del corazón que en las elaboradas lógicas cerebrales porque, aunque es ingeniero, sabe que en política dos más dos no siempre es cuatro.
De allí que no extrañe la cena del miércoles en la residencia presidencial de Olivos con las figuras mencionadas y Adrián Suar, Mariana Fabbiani –que ese día lo había entrevistado para su programa en El Trece– y otros comensales.
Si el kirchnerismo decía estar pendiente de “el pueblo”, la atención de Macri está más puesta en “la gente”, en tanto que sus amigos de la farándula reportan a “el público”. Los columnistas políticos, en cambio, se concentran en los movimientos de “las dirigencias” y de cómo repercuten en “la ciudadanía”.
Aunque las llaman de distinta manera, las vertientes descriptas hablan de un mismo grupo –las personas que constituimos esta sociedad–, si bien cada rótulo implica una manera muy distinta de ver la vida. Ya lo dice el dicho: todo depende del cristal con que se mira. Cada cual pretende ser oráculo de su objeto de contemplación, al que consideran interpretar hasta en sus más mínimos gustos y deseos. Pero la historia, con sus vueltas inesperadas, por lo general termina sorprendiendo a todos.
Y aún falta agregar a esta ronda a los encuestadores, que, con sus mediciones oscilantes, son motivo de alegría o de preocupación para los gobernantes.
Tras el diciembre tempestuoso de la reforma previsional, la imagen presidencial experimentó un bajón fuerte que se empezó a frenar en febrero.
“La imagen del Presidente se ha estabilizado a marzo en un saldo negativo de -10 [diferencia entre quienes aprueban y rechazan] y su gestión en menos 18 –señala Gustavo Marangoni, referente de una de las cinco o seis empresas importantes del rubro–. Con la excepción de Vidal, quien tiene una diferencia a favor de 12 puntos, todos los dirigentes están con saldo negativo. El elemento saliente es el cambio en las expectativas económicas de la población, que se ha tornado pesimista”. Coincide Jorge Giacobbe: “El esfuerzo se está poniendo largo”.
Jaime Durán Barba apunta que “la publicación de encuestas produce un conjunto de reacciones contradictorias de suma cero” que causan más revuelo en las elites, los candidatos y los periodistas. Para el gurú mayor de Cambiemos, resulta más importante “lo que se habla en los boliches de los barrios” que lo que dice el “círculo rojo”.
Es que la política no es una pasión de multitudes, salvo en momentos muy puntuales como las elecciones. No es de partidos o de dirigentes de lo que más se habla en reuniones familiares o en asados con amigos.
Lo mismo sucede en las redes sociales: el deporte, los escándalos mediáticos y del mundillo del espectáculo, adónde ir a comer o de vacaciones y otros ítems por el estilo toman la delantera temática.
Las encuestas nacieron en los medios de comunicación. En 1880, un grupo de diarios encargó la primera encuesta nacional, punto inicial de la tradición norteamericana en la materia. En 1936, George Gallup demostró que con una muestra más pequeña, pero técnicamente bien ponderada, podía diagnosticar
Celebridades con radar e impacto popular, más valiosas para Macri que encuestas y prensa
la victoria de Franklin Delano Roosevelt mejor que la cuantitativamente más numerosa, pero claramente imperfecta, de la revista Literary Digest, que erró al anunciar el triunfo de Alf Landon. Durán Barba refiere estos antecedentes históricos en su libro La política en el siglo XXI, que escribió con Santiago Nieto.
El ranking de la felicidad mundial, encargado por Naciones Unidas y conocido hace pocos días, responde a aquello que decía Robert Kennedy respecto de que el PBI de un país “mide todo, excepto lo que hace que la vida valga la pena”. En la tabla de 156 países figura arriba de todo Finlandia y último Burundi, un desolado y diminuto país africano. Se confecciona según las sensaciones que tiene la gente sobre su calidad de vida, más allá de lo económico. De hecho, la Argentina figura bastante arriba (en el puesto 29).
“No se habló de política”, trascendió de la cena presidencial con las estrellas. Tal vez sobrevolaron, sin darse cuenta, ese intangible inasible que mide el ranking de la felicidad. Tanto como para que Macri les prestara suma atención.