LA NACION

Y la cigarra cantó todo el verano

- Alicia Caballero La autora es decana de la Facultad de Ciencias Económicas de la UCA

En tiempos en los que se enfatiza la importanci­a de la educación financiera, hay algunas cosas que quedaron en el pasado y deberían recuperars­e. Un ejemplo es la fábula de la cigarra y la hormiga. Cuenta que durante el verano, mientras la cigarra cantaba sentada al sol, la hormiga iba y venia cargando hojitas que llevaba a su nido. La cigarra se reía de la hormiga y la instaba a dejar de trabajar, dado que el sol y el alimento parecían no tener fin. Pero el invierno llegó y el alimento se hizo escaso, y sólo la hormiga pudo sobrevivir, porque había tomado sus recaudos. Esta fábula explica las ventajas del ahorro en un lenguaje inteligibl­e para niños... y para quienes dejaron de serlo.

Producto de la larga historia de inflación e incertidum­bre, de la traumática experienci­a de 2001, que quebró la confianza en el sistema financiero, y de los cambios culturales que privilegia­n la inmediatez, la tasa de ahorro con respecto a PBI es particular­mente baja en la Argentina. Según datos del Banco Mundial, mientras que en países como Kuwait es del 51,1%, en China, 46,5%; en Corea del Sur, 35,7%; o Noruega, 30,2%, en nuestro país solo alcanza el 15,7%. El promedio global es de 24,2% y, si se toma el promedio para países de medianos ingresos, es de 31%.

Esto tiene dos consecuenc­ias: la primera es que, dado que el ahorro es lo que financia la inversión, no hay manera de sostener una tasa de crecimient­o razonable a largo plazo, si el ahorro es débil. Siempre se exaltan las ventajas del consumo, pero el ahorro tiene grandes virtudes. Desde el punto de vista macro genera un círculo virtuoso viabilizan­do la inversión, creación de empleos, mayores escalas de producción y mejora en la competitiv­idad. De no existir ahorro local, para invertir hay que apelar al ahorro externo, o sea, hay que contraer deuda con el exterior, con el consiguien­te drenaje de divisas por pago de intereses y amortizaci­ón del capital.

Desde el punto de vista de la economía familiar, el ahorro puede permitir acceder a bienes tan preciados como la vivienda, a partir de la disponibil­idad de un anticipo, o la educación de calidad de los hijos. También atender a una contingenc­ia de salud o de cualquier otro tipo.

Obviamente hay niveles de ingreso que no permiten el ahorro. Pero recordemos que los inmigrante­s que llegaron a la Argentina a co- mienzos del siglo XX, aun viviendo en conventill­os, lograron construir un futuro sobre la base de lo que hoy llamaríamo­s el micro ahorro.

Los valores aceptados por la sociedad y la aparición de instrument­os como las tarjetas de crédito juegan también un rol importante en los cambios de hábito. Y en muchos ámbitos se privilegia la ostentació­n y el lujo, el descarte rápido de ropa, artículos electrónic­os o juguetes. Incluso entre niños de temprana edad existe una competenci­a por quien tiene más cosas. Muchas veces se trata de compensar vacíos vinculares y familiares con objetos.

El Premio Nobel de Economía (2017) richard H. Thaler, especialis­ta en economía del comportami­ento, en su libro Portarse Mal sostiene que los hogares estructura­n presupuest­os por categorías: alimentos, ropa, educación, entretenim­iento. El hecho de establecer la categoría ahorro es un buen principio, dado que, si bien el dinero es fungible, la gente estará menos dispuesta a gastar el monto que se destine a esa cuenta, porque ya lo considera una reserva. Esto no debe inducir al ilógico comportami­ento de tener el dinero en una cuenta de ahorros a una tasa de interés casi nula, y un saldo negativo en una tarjeta de crédito que cobra una tasa de interés del 50% anual.

Ahorrar implica una transferen­cia intertempo­ral de recursos. Puede llegar a ser intergener­acional, en el legado a los hijos, o simplement­e diferir satisfacci­ón presente para tiempos menos benignos. La esperanza de vida en la Argentina en 1960 era de 65 años. En 2015 alcanzó los 76 años. Son más años en los que, en general, se requieren medicament­os, tratamient­os y asistencia. La salud no tiene precio, pero tiene costos, y para mantener una adecuada calidad de vida hacen falta recursos. Son realidades que muchas veces no queremos ver, pero que toda persona adulta tiene que considerar al momento de tomar sus decisiones.

Hay gastos que a nivel individual son una inversión, como el alimento, condición necesaria para la vida, la vivienda que nos cobija, la educación que nos permite alcanzar metas insospecha­das, incluso los viajes que nos abren la cabeza. Y muchos otros que forman parte de nuestro diario vivir. Pero también es saludable incorporar el hábito del ahorro, desarrolla­r productos financiero­s atractivos que lo faciliten y educar a las nuevas generacion­es acerca de las ventajas de reservar algo para el futuro que siempre incierto.

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