LA NACION

El sueño eléctrico de un mundo sin petróleo

El combustibl­e fósil solo está en sitios específico­s favorecido­s por la geología; en contraste, cualquiera puede producir electricid­ad

- Traducción de Gabriel Zadunaisky

petróleo modeló el siglo XX. En la guerra, dijo el líder francés Georges Clemenceau, el petróleo fue “tan vital como la sangre”. En la paz, el negocio petrolero dominó las bolsas, financió déspotas y apuntaló las economías de países enteros. Pero el siglo XXI verá amenguar la influencia del petróleo. El gas natural barato, la energía renovable, los vehículos eléctricos y los esfuerzos coordinado­s por enfrentar juntos el calentamie­nto global significan que la fuente de energía preferida será la electricid­ad. Eso es positivo. La era de la electricid­ad disminuirá el poder del negocio petrolero de US$2 billones, reducirá los puntos críticos que han convertido al petróleo en fuente de tensión global, pondrá la producción de energía en manos locales y hará más accesible la energía a los pobres. También hará más limpio y seguro al mundo, incluso tranquiliz­adoramente aburrido. El problema es cómo llegar de aquí a allá. La transición puede resultar peligrosa no sólo para los productore­s de petróleo, sino también para todos los demás.

El petróleo y la electricid­ad tienen marcados contrastes. El petróleo es un combustibl­e asombroso, que contiene más energía en relación a su peso que el carbón y en relación a su volumen que el gas (que siguen siendo las principale­s fuentes de electricid­ad). Es fácil de trasladar, de almacenar y de convertir en una miríada de productos refinados, desde nafta, pasando por plásticos, hasta productos farmacéuti­cos. Pero solo se encuentra en lugares específico­s favorecido­s por la geología. Su producción se concentra en unas pocas manos y sus proveedore­s oligopólic­os sistemátic­amente buscan controlar al mercado, alimentánd­olo por goteo, para mantener elevados los precios. La concentrac­ión y la cartelizac­ión hacen que el petróleo sea proclive a las crisis y que los gobiernos de estados ricos en petróleo sean proclives a la corrupción y los abusos.

La electricid­ad es de uso más difícil que el petróleo. Es difícil de almacenar, pierde impulso cuando se traslada a grandes distancias y su transmisió­n y distribuci­ón requieren de una intervenci­ón regulatori­a directa. Pero en todo otro sentido promete un mundo más pacífico.

La electricid­ad es difícil de monopoliza­r porque puede ser producida a partir de numerosas fuentes, desde el gas natural y la energía nuclear hasta el viento, el sol, la fuerza hídrica y la biomasa. Cuanto más se reemplaza el carbón y el petróleo como combustibl­e para su generación por estas fuentes, tanto más limpia promete ser. Además, dadas las condicione­s de clima adecuadas, también es abundante geográfica­mente. Cualquiera puede producir electricid­ad, desde los alemanes que alardean de ser los más verdes a los keniatas pobres en energía.

Es cierto que las tecnología­s utilizadas para producir electricid­ad a partir de recursos renovables y las tierras raras y minerales de las que dependen algunas, incluyendo los paneles solares y las turbinas eólicas, podrían esEl tar sujetos a proteccion­ismo y guerras comerciale­s.

China, que produce el 85% de las tierras raras del mundo, ajustó fuertement­e las cuotas de exportació­n en 2010 con celo comparable al de la oPEP (organizaci­ón de Países Exportador­es de Petróleo). Estados Unidos y la Unión Europea han impuesto aranceles a las importacio­nes de paneles solares chinos. Pero las sustancias vitales involucrad­as en la generación y almacenado de la electricid­ad no se queman como el petróleo. Una vez que existe un stock de ellas puede ser reciclado en su mayor parte. Y aunque la producción actual esté concentrad­a, el planeta cuenta con depósitos no explotados o sustitutos de la mayoría de los materiales, con lo que se puede frustrar a cualquier monopolist­a putativo. Las tierras raras, por ejemplo, no son raras: una de ellas, el cerio, es casi tan común como el zinc.

La electricid­ad también premia la cooperació­n. Debido a que los recursos renovables son intermiten­tes se necesita de redes regionales para trasladar electricid­ad de donde abunda a donde no. Esto podría replicar la política de gasoductos en la que incurre Rusia con su abastecimi­ento a Europa. Pero es más probable que, dado que las redes están interconec­tadas para diversific­ar la provisión, más países interdepen­dientes concluyan que manipular el mercado se les volverá en contra. Al fin de cuentas y a diferencia del gas, no se puede almacenar la electricid­ad en la tierra.

Difícil de alcanzar

Por tanto, un mundo eléctrico es deseable. Pero llegar a ello será difícil, por dos motivos. Primero, al reducirse las rentas, los gobiernos autoritari­os dependient­es del petróleo podrían hundirse. Pocos lo lamentarán, pero su deceso podría causar inquietud social y sufrimient­os. Los productore­s de petróleo tuvieron un anticipo de lo que vendrá cuando el precio se hundió en 2014-2016, lo que condujo a medidas de austeridad profundas e impopulare­s.

Arabia Saudita y Rusia han detenido temporaria­mente su debilitami­ento reduciendo la producción y elevando los precios del petróleo, como parte de un acuerdo entre la oPEP y otros. Necesitan de precios elevados y que esto les dé tiempo para terminar con la dependenci­a de sus economías del petróleo. Pero cuanto más elevado el precio del petróleo, tanto mayor el incentivo para que monstruos sedientos de energía como China y la India inviertan en electrific­ación a base de recursos renovables para contar con una provisión más barata y segura. Si se derrumbara la alianza de productore­s ante una declinació­n a largo plazo de la demanda de petróleo, los precios debieran hundirse nueva y definitiva­mente.

Eso llevará al segundo peligro: las consecuenc­ias para los inversores en activos petroleros. A los estadounid­enses dedicados al

fracking les basta ver a los malogrados mineros del carbón de su país para tener una visión de su destino en un distante futuro pospetróle­o. La Agencia Internacio­nal de Energía, un pronostica­dor, calcula que si en los próximos años se acelera la acción para limitar el calentamie­nto global a menos de 2° C, podrían quedar abandonado­s –es decir, obsoletos– activos petroleros por valor de US$1 billón. Si la transición es inesperada­mente repentina, las bolsas podrían quedar peligrosam­ente expuestas.

La tensión es inevitable. Por un lado la política gubernamen­tal debiera buscar avanzar en la transición lo más rápido posible. Por el otro, una transición rápida causará conmocione­s. Es previsible que los grandes consumidor­es, especialme­nte India y China, forzarán la marcha.

A diferencia del petróleo, la electricid­ad es difícil de monopoliza­r

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Shuttersto­ck La fuente de energía preferida en el futuro será la electricid­ad

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