LA NACION

Deeney, el delantero que se reinventó en la cárcel

- Miguel Simón

Lo primero que se propuso al cruzar las metálicas puertas que dejaban la libertad a su espalda, fue conseguir papel y lapicera. Apenas pudo, en una hoja que durante largo tiempo recibió lectura diaria, escribió los mandamient­os para transitar hacia una nueva y saludable etapa. El inglés Troy Deeney tenía muy claro aquello que lo había depositado en esa prisión y, también, lo que debía modificar si pretendía ser lo que finalmente es: máximo artillero histórico del Watford (112 tantos), con 342 presencias y la particular­idad de haber festejado goles en sus partidos número 50, 100, 150, 200, 250 y 300.

La lista de las horas más oscuras para el potente atacante comienza en una noche de febrero de 2012. A la salida de la disco Bliss, en Birmingham, tras una riña callejera, en la que Deeney –acompañado por su hermano menor y dos amigos– participó de forma muy activa, un joven terminó con la mandíbula fracturada y otro con veinte puntos de sutura. Al constatar el juez David Tomlinson la condición de inferiorid­ad de los estudiante­s y confirmar que el futbolista, alcoholiza­do, le había asestado varios puntapiés a uno de ellos, le aplicó una condena de diez meses. A la irreversib­le situación penal se le agregaron, en un lapso de dieciocho meses, los fallecimie­ntos de su papá, un abuelo y su bisabuela. Sin embargo, el exjugador del Walsall, tuvo la virtud de convertir un túnel tenebroso en un luminoso pasillo hacia la redención. “Quizá no suena bien –asegura el delantero de raíces jamaicanas y norirlande­sas– pero disfruté de cada minuto en la cárcel… me cambió. La comida, la ropa, el ambiente, resultaron terribles, pero supe sacarle provecho, fue lo mejor que me pudo pasar”.

Le redujeron el castigo a tres meses por buena conducta y, portando una crecida cabellera afro, una fina barba y mayor masa muscular, salió para afrontar, a los 22 anos, el reto de vivir de otra manera, sin recurrir al alcohol para evadirse de la realidad .“El cáncer de mi padre me hizo perder el eje, entrar en cólera – reconoció en la revista francesa So Foot– cualquier cosa me conducía a la confrontac­ión y a la bebida. Antes de los entrenamie­ntos me tomaba cuatro “minis” Jack Daniel’s, y otros cuatro al finalizarl­o.” No son muchos los deportista­s encarcelad­os en plena carrera profesiona­l, y menos los que lograron reinsertar­se y superar la versión anterior. En los últimos tiempos, en Europa, sobresalen dos casos, sin contar el de Robinho, quien todavía aguarda el resultado de la apelación a los nueve años de condena, asignados por haber participad­o, en 2013, en el abuso de una joven albanesa, en Milan.

Breno Rodrígues, zaguero del Vasco da Gama, estuvo 30 meses encarcelad­o porque, en estado de ebriedad, mientras jugaba en Bayern Munich, incendió su propia casa, en la que por suerte no estaban su esposa e hijos. Una vez puesto en libertad, en 2015, se incorporó a San Pablo.

Adam Johnson, exManchest­er City, acusado, en 2016, de mantener relaciones sexuales con una menor, está a la espera de recuperar su esencia futbolísti­ca cuando lo liberen, con 31 anos, en marzo de 2019. Más allá de esta optimista mirada al futuro, las informacio­nes sobre su reclusión han sido preocupant­es. Desde el hostigamie­nto constante mediante gritos de violador, hasta un intento de asesinato con arma blanca.

Para Troy, que hoy posee una Fundación solidaria, la historia fue diferente. Como aquella increíble semifinal de la promoción del Championsh­ip 2013, en la cual Leicester dispuso de un penal en el séptimo minuto de descuento. Almunia le atajó remate y rebote al francés Knockaert. Watford voló en el contraataq­ue y Deeney le dio la clasificac­ión. Otra vez había convertido la oscuridad en luz.

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