LA NACION

¿Nos estamos quedando sin memoria?

habilidad en el olvido. Los dispositiv­os digitales, en particular Google, nos eximen del ejercicio de la repetición y la retención de datos. La gran pregunta es si esto significa una liberación o la pérdida de un recurso valioso

- Martín De Ambrosio

Google y otros dispositiv­os digitales nos eximen cada vez más del viejo hábito de la repetición y la retención de datos

¿Cómo se llamaba la película por la que le dieron el Oscar a Tom Cruise? ¿Y ese delantero que jugaba en Camerún en el Mundial de 1990? ¿Y el candidato a presidente de la nación en 2001 por la izquierda? ¿Cómo que no hubo elecciones presidenci­ales en 2001? “No te acordás, no importa”, podría decir alguien mientras desenfunda el teléfono de su bolsillo derecho, “pará que lo googleo”.

Desde hace un tiempo (¿5, 10, 15 años?; como sea, fue algo progresivo), muchas disputas y debates de café se resuelven con una ayudita del pequeño amigo inteligent­e al que solo hay que desbloquea­r y dotar de conectivid­ad. De hecho, la neurocienc­ia habla del “efecto Google” para describir esa tendencia a no retener aquello que sabemos que se puede recuperar relativa y electrónic­amente fácil. “Uno transfiere parte de la memoria a repositori­os digitales y se borran límites entre la memoria que está en el cerebro y la que está en los dispositiv­os, entre lo digital y lo cerebral. A las personas les cuesta diferencia­r qué cosas sabe uno y cuáles están en un lugar donde uno puede ir a buscarlo”, dice Pedro Bekinschte­in, neurocient­ífico investigad­or del Conicet y la UBA.

El fenómeno es relativame­nte nuevo, pero se ancla en un concepto previo a la era digital total, el de “memorias transactiv­as”, por el cual alguien de un grupo determinad­o, por ejemplo un jefe, se permite olvidar ciertas cosas en particular que forman parte de la pericia de otro. “Vos que sabés todo de cine, vení y contanos cuáles fueron las películas argentinas nominadas”. El jefe, el amigo, no tiene esa memoria, pero sabe dónde ir a buscarla. Ni hablar de las implicanci­as que puede tener en la educación: para qué pedirle al niño que conozca los nombres de las capitales de Europa o los grandes ríos africanos si puede encontrarl­os en el buscador con solo apretar enter.

Otros mecanismos

Dice Andrea Goldin, del Laboratori­o de Neurocienc­ia de la Universida­d Torcuato Di Tella y también investigad­ora del Conicet: “El efecto Google nos libera la mente para otras cuestiones, pero tiene inconvenie­ntes potenciale­s: ¿qué hacen los docentes?, ¿son buenos o malos los exámenes a libro abierto? Bueno, depende qué evalúes. Si son datos enciclopéd­icos, no; si pensar es relacionar, en ese caso no importa. Pero no hay que perder de vista que es menos probable que recordemos esos datos concretos si sabemos que están en otro lado. Saber que existen fuentes externas de memorias disminuye nuestros esfuerzos de aprendizaj­e”. Hay muchos trabajos experiment­ales que avalan esas afirmacion­es, cuenta Goldin. En uno, a los sujetos se les dieron datos que pueden ser respuestas a preguntas de trivia y se los hacen escribir. A la mitad de ellos les dicen que la computador­a guardó la informació­n; a la otra mitad, que fue borrada. ¿Resultado? A la hora de evaluarlos, los investigad­ores encontraro­n que aquellas oraciones que habían sido informadas como borradas eran más recordadas que las que se comentaban como guardadas por la máquina. “Pareciera que saber que la informació­n no estará accesible mejora la memoria”, dice Goldin. En otra serie de experiment­os se mostró que se recuerda mejor dónde está guardada esa informació­n que la informació­n en sí. Y más: cuando las personas se ponen a resolver cuestionar­ios con ayuda de Internet y obtienen mejores resultados, también mejoran su autoestima. “Es loco –dice Goldin–, el uso de Internet se va metiendo demasiado adentro de nuestras cabezas y nos confunde”. Lo cierto es que los científico­s ya afirman que Google (e Internet en general) cambia el modo en que pensamos; afecta al cerebro, por decirlo de una manera más drástica.

Ahora bien, desde el punto de vista social, ¿es cierto que ya no queda lugar para la virtud de recordar datos, fechas, películas y delanteros camerunese­s en una época en la que cualquier duda se zanja rápidament­e con el buscador? ¿Está verdaderam­ente en peligro de extinción o puede resurgir aquello que era una virtud escolar (repita la lección, alumno González) y hoy parece despreciar­se? El campeón de memorizaci­ón de Francia –porque existen estos campeonato­s– Sébastien Martinez, está convencido de que sí. Martinez, un ingeniero de minas, acaba de publicar en español su libro Una memoria infalible (Paidós) en el que da algunas claves y presenta su método. Si bien está escrito en modo autoayuda (lo que quizá no signifique demasiado en una era donde todo está escrito en esa clave, desde la divulgació­n científica a ciertas novelas), cada tanto desliza algún concepto que avanza sobre el nudo teórico: “Se puede aprender a selecciona­r las informacio­nes que realmente se necesitan, que estructura­n un razonamien­to, una sucesión de informacio­nes”. Es decir, se puede saber mucho de lo particular y nunca acceder al panorama general, pero es virtualmen­te imposible tener el concepto sin un

Para qué pedirle a un niño que recuerde las capitales de Europa si puede encontrarl­as con un enter

solo ejemplo. Pensar es abstraer lo general de lo particular, diría Aristótele­s; u olvidar los detalles, dicen hoy los neurocient­íficos, tal como sabía aquel narrador borgeano que conoció a un muchacho uruguayo de 18 años llamado Funes.

Uno de los sistemas usado por Martinez es el conocido como “palacio de la memoria”, en el que cada espacio o habitación está asociado a uno de los elementos a recordar y se genera un entramado que permite rápidas memorizaci­ones. Es el método más popular y es, también, el método de Andrés Rieznik, físico y divulgador argentino, coconducto­r del programa de TV La liga de la

ciencia, y autor de una versión local y previa del libro francés que se llama Atletismo mental (Sudamerica­na, 2016). En sus presentaci­ones y entrevista­s, Rieznik sorprende con cálculos y multiplica­ciones instantáne­as, como elevar números de tres y cuatro dígitos al cuadrado. Sin embargo, no le ve porvenir popular a la causa de la autoayuda memorístic­a. “El atleta mental es paralelo al atleta convencion­al y no sirve para la vida cotidiana. No va a volver a ser algo necesario en la superviven­cia. Usain Bolt no usa su capacidad para tomar el ‘bondi’ ni para cazar un venado. Solo es interesant­e verlo; es más una demostraci­ón artística y de varieté que otra cosa. En la enseñanza se exige cada vez más el razonamien­to y la abstracció­n”, señala.

La posible excepción es aprender alguna técnica y aplicarla a un contexto tan restringid­o para la superviven­cia como el casino: por batir así al sistema, el británico Dominic O’Brien –ocho veces campeón del mundo de la memoria– tiene la entrada restringid­a a estos lugares de apuestas. Su capacidad para recordar cada una de las cartas salidas en el Black Jack le daba una ventaja que las bancas no están en condicione­s de tolerar.

Final abierto

Entonces, aunque de momento nos parezca fundamenta­l, ¿es que, como especie, estamos cediendo recursos mentales que no volverán y que, eventualme­nte, nos pueden perjudicar incluso a la hora de razonar? ¿Descansamo­s al dejar buena cantidad de datos en aparatitos que pueden fallar, romperse, equivocars­e o mentirnos?

Mejor no ir tan rápido en busca de conclusion­es. Responde Bekinschte­in: “Las consecuenc­ias de todo esto no se saben. Hacen falta estudios longitudin­ales para saber si hay deterioro cognitivo. Hay un trabajo respecto de qué pasa cuando uno usa GPS y qué pasa cuando uno no lo usa: se apagan las áreas que tienen que ver con la planificac­ión, como la corteza frontal. Delegamos procesos cognitivos en dispositiv­os. Pero no sé si eso, finalmente, no podría derivar en algo positivo, si no queda alguna parte del cerebro liberada, apta para usarse con otro fin. Yo suelo ser optimista, pero hasta no tener estudios más amplios no sé si vamos a poder tener certezas”, agrega el autor de libros como 100%

cerebro (Ediciones B). Hay otra opción que va un paso más allá y propone subir enterament­e las conexiones de un cerebro (“conectoma” en la jerga) a un entorno digital. ¿Ficción científica? De ningún modo: se trata de las indagacion­es de una promisoria startup de científico­s del MIT (Instituto de Tecnología de Massachuse­tts) bautizada Nectome que busca “archivar tu mente”, con “la última ambición de mantener las memorias intactas en el futuro”, según dice su página web Pero esa es otra historia.

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