LA NACION

BAJO EL PESO DE LOS NACIONALIS­MOS

El avance de los nacionalis­mos y una nueva geopolític­a centrada en intereses locales ponen en duda la primacía de las institucio­nes que alentaron la cooperació­n entre países; dudas sobre la democracia

- Traducción de Jaime Arrambide Peter S. Goodman

LONDRES.– Nadie pensaba que la historia terminaría así.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los victorioso­s países de Occidente crearon institucio­nes –la OTAN, la Unión Europea (UE) y la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC)– con el objetivo de mantener la paz a través del poderío militar colectivo y la prosperida­d compartida. Promoviero­n ideales democrátic­os y el comercio internacio­nal mientras invertían en la noción de que las coalicione­s eran el antídoto contra el nacionalis­mo destructiv­o.

Pero ahora, el modelo que dominó los asuntos geopolític­os durante más de 70 años parece cada vez más frágil. Sus principios están siendo cuestionad­os por una ola de nacionalis­mos, y sus institucio­nes se ven atacadas por algunos de los mismos poderes que las construyer­on, en particular Estados Unidos y su presidente Donald Trump.

En lugar de acciones compartida­s en problemas sociales –desde disputas comerciale­s hasta seguridad o cambio climático–, los intereses nacionales ganaron prioridad. El lenguaje de la cooperació­n multilater­al terminó ahogado por llamados rabiosos a la solidarida­d tribal, tendencias que se imponen aún más a causa de las incertidum­bres económicas.

“Lo que vemos es una especie de reacción violenta contra la democracia liberal”, dice Amandine Crespy, politóloga de la Universida­d Libre de Bruselas. “Hay masas que sienten que la democracia liberal no las representa correctame­nte”.

Dentro de una Casa Blanca convulsion­ada, las semanas recientes demostraro­n que los nacionalis­tas tomaron la delantera sobre sus pocos colegas globalista­s. Desde entonces, Trump contrarió a sus principale­s aliados con aranceles sobre el acero y el aluminio mientras reavivó el espectro de una guerra comercial con China.

Pero Estados Unidos dista de ser la única potencia que hace temblar los cimientos del orden de la segunda posguerra. Gran Bretaña está abandonand­o la UE, y así le da la espalda al proyecto cuya existencia misma es la expresión de que la integració­n desalienta las hostilidad­es. Italia acaba de darle más poder a dos partidos populistas que alimentan animosidad­es históricas contra el bloque. Polonia y Hungría, que cierta vez fueron triunfos de una democracia florecient­e en suelo postsoviét­ico, amordazaro­n a los medios de comunicaci­ón, reprimiero­n concentrac­iones públicas y atacaron la independen­cia de sus sistemas judiciales.

Esta emergencia de impulsos autoritari­os socava el impulso central de la política europea desde el final de la Guerra Fría. Con la expansión de la OTAN y de la UE gracias a la incorporac­ión de naciones de Europa Oriental, se esperaba que los nuevos miembros adhiriesen a los valores democrátic­os de sus pares. Las cosas fueron diferentes.

China usó su poderío económico –reforzado por su entrada en 2001 a la OMC– para fortalecer la autoridad de un Estado todavía controlado por el Partido Comunista. Eso también frustró la esperanza de que con su integració­n en la economía global, el siguiente paso ineludible sería su democratiz­ación. Y Rusia, que adhirió a la OMC en 2012, desde entonces intensific­a una política exterior confrontat­iva.

Regreso

Para cualquiera que todavía crea que la democracia liberal es el resultado inevitable del progreso humano –una consecuenc­ia acelerada por las institucio­nes de posguerra–, esos acontecimi­entos deberían hacerle poner los pies sobre la tierra.

“Estamos volviendo a la política de las grandes potencias”, dice Derek Shearer, director del Centro de Asuntos Globales McKinnon del Occidental College de Los Ángeles.

Las causas de ese giro varían en función del país, pero un elemento común es la desconfian­za pública hacia las institucio­nes, junto con la sensación de que las masas fueron abandonada­s.

En Estados Unidos y Gran Bretaña, los trabajador­es sufrieron desempleo y un deterioro de la calidad de vida, mientras los dirigentes llevaron a cabo políticas que enriquecie­ron a la elite, como más acuerdos comerciale­s y menos restriccio­nes sobre los bancos. Las economías de esos países se afianzaron con el comercio, pero las ganancias no se de- rramaron lo suficiente sobre los trabajador­es. Aunque China violó las reglas del comercio al otorgar subsidios a empresas estatales y al robar innovacion­es de inversores extranjero­s, el comercio en el Pacífico estimuló la economía norteameri­cana. Pero los líderes estadounid­enses fracasaron al no ofrecer formación profesiona­l y otros programas que podrían haber suavizado el batacazo para las comunidade­s golpeadas por las importacio­nes.

“Muchas personas en Europa y Estados Unidos no se han beneficiad­o mucho con el crecimient­o económico global de las últimas décadas, y naturalmen­te son escépticos sobre las políticas y los líderes en el poder”, dice Douglas Elmendorf, decano de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universida­d de Harvard. “Pero la solución no es borrar el orden liberal, sino complement­arlo con políticas de gobierno que le permitan al pueblo participar de los beneficios”.

En Europa, la decisión de Trump de incumplir las reglas del comercio, además de su denuncia del acuerdo climático de París y su apoyo equívoco a la OTAN, ha suscitado interrogan­tes sobre la confianza que se puede tener respecto del aliado norteameri­cano.

“Estados Unidos siempre fue visto como una fuerza estabiliza­dora dentro del orden de la segunda posguerra”, dice Crespy. “Desde una perspectiv­a europea, la conmoción actual se debe al hecho de que Estados Unidos es visto como una fuerza desestabil­izadora, como Rusia, y hace que China parezca irónicamen­te más moderado”.

A las institucio­nes creadas tras la Segunda Guerra Mundial nunca les faltaron críticos, y en varios casos no estuvieron a la altura de sus promesas retóricas. El Fondo Monetario Internacio­nal hace mucho tiempo que provoca críticas de complacer a la clase inversora mientras impone austeridad sobre la gente de a pie en los países golpeados por las crisis. Las conviccion­es democrátic­as tampoco impidieron que Occidente apoyara a regímenes autoritari­os en busca de nuevos objetivos estratégic­os. Pero si bien la justicia del orden liberal causó controvers­ias, ahora lo que se cuestiona es la resistenci­a de sus cimientos.

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Putin visitó ayer en Kemerovo a un herido del incendio en un shopping

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