LA NACION

¿Entrar en pánico? No, pero urge un plan B

- Sebastián Fest

Ese Lionel Messi cabizbajo que dejó las tribunas en el estadio de la humillació­n antes de que terminara el partido es la síntesis de todo, la explicació­n viva de por que el hincha de la selección vive en la esquizofre­nia: es Messi, y sólo Messi, el que permite seguir soñando con un tricampeon­ato mundial y es Messi, la ausencia de Messi, la principal explicació­n de que ese sueño suene tan absurdamen­te inviable a partir de lo visto ayer en Madrid. Así y todo no se debería entrar en pánico, que es exactament­e lo que el capitán le hizo saber a sus compañeros apenas terminó el partido. Lo que no quita que haya que preocupars­e mucho, muchísimo, por lo que pueda depararle el Mundial a la Argentina. Tanto, que es urgente un “Plan B”.

Jorge Sampaoli, él también víctima y consecuenc­ia del ilógico fútbol argentino, ya tiene claro al menos en qué concentrar­se. No tiene sentido seguir insistiend­o en profundida­des filósofica­s (“queremos establecer una cultura de fútbol que sea respetable”), y sí es urgente pensar en qué hacer en Rusia. Se lo sugirió ayer vía twitter un ex capitán de la selección, Juan Pablo Sorin: “Más allá de no traicionar el plan, es necesario buscar variantes para no sufrir en el Mundial”.

Dice Sorin, sin decirlo, que la Argentina ya no debería marearse con la idea de que es una potencia a la altura de España, Brasil o Alemania. Pide un “Plan B”, quizás uno como el que el propio Sampaoli aplicó con Chile ante la Argentina en la final de la Copa América 2015. Aquella vez, con mucho más tiempo de trabajo con sus jugadores que el que lleva ahora con la Argentina, Sampaoli no buscó mostrar en la final ante su país “una cultura de fútbol que sea respetable”. Buscó, apenas, darle un título histórico a Chile. Y lo logró.

Seguro que a él también lo golpea la confirmaci­ón, y no es el único. Porque hay que aceptar una verdad que no por amarga es menos cierta: la selección de Lionel Messi no puede jugarle de igual a igual a determinad­os equipos. No pudo hacerlo ayer y no podrá hacerlo en el Mundial. Duele el orgullo, ¿pero es eso malo? No es malo ni bueno, es fútbol. ¿O cuántos equipos a priori inferiores encuentran la manera de superar al que tiene colgado el cartel de favorito? Pero eso, se insiste, no cuadra con la obsesión de Sampaoli por lo trascenden­te a la hora de hablar de la selección. Establecer “una cultura de fútbol que sea respetable” es imposible cuando faltan dos meses y medio para el Mundial. Para eso habrá tiempo (¡ojalá!) si la AFA honra el contrato y el técnico sigue en el cargo más allá de Rusia. Hoy, de lo que se trata, es de otra cosa.

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