LA NACION

Management.

Los peligros del ego en los líderes carismátic­os

- Eugenio Marchiori El autor es profesor de la Escuela de Negocios de la UTDT.

“La única manera de hacer un gran trabajo es amar lo que haces. Si aún no lo has encontrado, sigue buscando. No te detengas”, decía Steve Jobs, tal vez el emprendedo­r más exitoso de los últimos cuarenta años. Y Jobs cumplió con su propio consejo. No se rindió ni siquiera cuando lo expulsaron de Apple, la empresa que había fundado. Según relataba, ese había sido su mayor aprendizaj­e, porque le había hecho bajar los pies a la tierra.

Toda organizaci­ón tiene un padre fundador. Eso fueron los grandes líderes religiosos y políticos, y también Bill Gates, Henry Ford y Elon Musk, por nombrar algunos de los más célebres.

Los fundadores son personas extraordin­arias que luchan por defender una idea y por seguir una visión y que tienen el entusiasmo, la energía y la determinac­ión como para superar todas las barreras. Convierten su propósito en una misión de vida, son creadores por naturaleza y no se conforman con sumarse al

statu quo. Son emprendedo­res empecinado­s con el objetivo de lograr el éxito de la empresa con la que se han comprometi­do.

Su carisma y su valentía atraen a un pequeño grupo de fieles apóstoles que confían en ellos y que están dispuestos a dar todo su esfuerzo para realizar –porque la parte difícil de una gran idea es bajarla a la realidad– un proyecto que asumen como propio. Ellos comparten los valores del creador. En los días en que se dan los primeros pasos, la comunicaci­ón es abierta, fluida y honesta, y en el grupo reina la sensación de pertenecer a “una gran familia”, de ser miembros de una hermandad.

La primera etapa marcará para siempre la cultura de la compañía. Los principios fundaciona­les resisten

el paso del tiempo y de las generacion­es. También serán determinan­tes del crecimient­o y de la inversión. Una empresa que nace es como un avión que despega: lo más difícil y riesgoso es el carreteo y levantar vuelo; una vez que alcanza altura y se estabiliza, disminuyen los peligros de los primeros momentos…, pero aparecen otros.

Ante todo, se va extinguien­do la “fiebre del pionero”. Comienza a caer la motivación y algunos de los cofundador­es dejan la empresa. Es el momento cuando debe salir a relucir la capacidad de liderazgo del padre de la idea. Él solo debe ser capaz de darse cuenta de que nece- sita cambiar y emplear un enfoque de conducción diferente del inicial. Debe comprender que aunque todo parece indicar que el negocio florece, también está atravesand­o la primera crisis de crecimient­o. Debe realizar, además, un difícil ejercicio de autoconoci­miento que lo oriente hacia el primer cambio de etapa vital de la empresa. para conseguir atravesarl­a necesitará superar el síndrome de Ícaro.

Síndrome de Ícaro

Como otros pueblos, los griegos empleaban parábolas y mitos para advertir acerca de los peligros que esconde la naturaleza humana. El mito de Ícaro es uno de los más antiguos.

La leyenda cuenta que Dédalo era el arquitecto e inventor más célebre de Grecia. Luego de haber asesinado a su sobrino Talos –por sentir celos de su asombroso ingenio–, tuvo que huir con su hijo Ícaro a Creta. Allí, el rey Minos le encargó diseñar un laberinto para encerrar al Minotauro, una monstruosa criatura mitad hombre mitad toro. para evitar que revelaran el secreto de sus intrincado­s pasadizos, Minos encerró al padre y al hijo en el laberinto. Ellos deambularo­n durante mucho tiempo sin poder encontrar la salida hasta que Dédalo tuvo una idea: construir alas con plumas de aves y cera. Así lo hizo, y ambos pudieron escapar por el aire. Antes, el arquitecto le había advertido a su hijo que no debía volar ni demasiado alto, porque sus alas se derretiría­n, ni demasiado bajo, porque se mojarían. pero Ícaro, desoyendo los consejos de su padre, se acercó mucho al sol, sus alas se derritiero­n, cayó al mar y murió ahogado en el Egeo. La isla de icaria es el vivo testimonio de su destino.

Legado empresario

Hoy diríamos que Ícaro “se la creyó”. pensó que volaba solo gracias a su habilidad innata y se olvidó de la ayuda que había tenido de su padre y de la diosa Fortuna. Algo similar le puede ocurrir a un fundador. Si piensa que el éxito se debe solo a su capacidad y carece de suficiente humildad como para reconocer la ayuda de sus compañeros originales y de la suerte, arriesga a su “hijo” tan amado.

Si se consigue superar la etapa fundaciona­l, es probable que la organizaci­ón prospere. Aun cuando el fundador ya no esté, su presencia y su prestigio permanecer­án para siempre a través de sus valores, de su pasión y de su misión. El síndrome de Ícaro –su propio ego– es el mayor peligro que enfrenta un creador. olvidados al poco tiempo, son decenas de miles los emprendedo­res que mueren ahogados en su Egeo personal.

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Shuttersto­ck Saber delegar es uno de los desafíos para los líderes

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