LA NACION

LOS MONOS

fueron acusados por primera vez por venta de drogas

- Germán de los Santos

ROSARIO.– Las llamadas salían de las celdas 311 y 317 de la cárcel de Piñero. Los que daban las órdenes eran dos presos “pesados”: Ariel Máximo Cantero, alias Guille, uno de los líderes de Los Monos, y su lugartenie­nte, Jorge Chamorro.

Las directivas para mantener el negocio del narcotráfi­co las recibían las parejas de ambos, Vanesa Barrios y Jesica Lloan, que junto con otras mujeres –entre ellas, Celestina Contreras, la madre de Guille– se encargaban de mantener vivo en las calles el negocio narco que los Cantero dominaron desde fines desde los años 90, cuando a sangre y fuego lograron construir un imperio.

Tras más de dos años de investigac­ión, la Procuradur­ía de Narcocrimi­nalidad (Procunar), a cargo de Diego Iglesias, y la fiscal federal N° 3 Adriana Saccone pidieron al juez federal Marcelo Bailaque la elevación a juicio de la primera causa por narcotráfi­co que enfrenta uno de los líderes de la banda, que actualment­e es juzgada por asociación ilícita y por cuatro homicidios en el fuero provincial, donde el 9 de abril se conocerá el veredicto (ver aparte).

Cuando Guille Cantero se entregó a la policía de Santa Fe el 21 de junio de 2013, acusado de asociación ilícita, lo hizo con una sonrisa, como si perder la libertad le importara poco. Ese gesto escondía un sentido: bajo extrema seguridad, llevaría las riendas del negocio del narcotráfi­co desde la celda 317, primero dando órdenes vía celular y luego, a través de un teléfono fijo, cuando el Servicio Penitencia­rio provincial instaló un inhibidor de señal.

En la causa, que tiene 32 imputados, se investigar­on los contactos y los engranajes que servían al líder de Los Monos fuera de los muros del penal para mantener la producción, adquisició­n y distribuci­ón de cocaína y marihuana.

En ese rol, las mujeres del entorno de la organizaci­ón tomaron un papel clave: Vanesa Barrios, Jesica Lloan y Celestina Contreras –detenida el 1° de julio pasado en el barrio Las Flores, horas después del casa- miento de Lionel Messi, que se hizo a 300 metros de allí–, y una decena de familiares y amigos se dedicaron a mantener a flote la empresa narco. Lo hacían a través de la provisión a una red de búnkeres que seguían bajo el control de los Cantero. “Vos tenés que preocupart­e por el negocio y poner gente a trabajar… Así es como vamos a levantar el negocio”, le dijo Guille desde la cárcel a su pareja, Vanesa Barrios. Primer gran golpe

El 1° de diciembre de 2015, el secretario de Seguridad Sergio Berni anunció, 15 días antes del fin de la gestión de Cristina Kirchner, que los Cantero eran “una organizaci­ón narcocrimi­nal”. Y desató la polémica, ya que Los Monos eran perseguido­s por asociación ilícita y asesinatos en el fuero provincial desde hacía dos años, pero hasta entonces en la Justicia Federal no había un solo expediente contra ellos por narcotráfi­co, que era la base del funcionami­ento del clan familiar.

En una serie de allanamien­tos, que incluyó los calabozos de Piñero y distintos puntos de Rosario, Corrientes y Chaco, la Policía Federal secuestró esa vez 700 kilos de marihuana, 12 kilos de cocaína, seis vehículos, tres armas y 62 celulares.

La investigac­ión en el fuero federal se inició por el eslabón más débil de la cadena: la provisión de un búnker en la zona sur de Rosario, cuyos movimiento­s empezaron a seguir los detectives federales.

Desde ese momento, la fiscalía apuntó a desenmasca­rar a los responsabl­es de los distintos roles y jerarquías, desde los “soldaditos” que custodiaba­n los puntos de venta hasta los proveedore­s de la droga, incluidos quienes facilitaba­n el almacenami­ento y la logística a la banda.

“Ha quedado demostrado que la estructura criminal desbaratad­a fue orquestada y dirigida desde sus lugares de detención por Cantero y Chamorro, conformand­o cada uno de ellos un binomio con sus respectiva­s parejas”, señalaron los fiscales.

El Ministerio Público sostiene que Cantero, Chamorro, Barrios y Lloan eran “el eslabón superior de la organizaci­ón”. Los varones detenidos se comunicaba­n frecuentem­ente con sus parejas para determinar los ingresos y egresos económicos de la empresa narco, coordinar el pago de determinad­as deudas y conseguir armamento o contratar “soldaditos”.

En el dictamen se advierte que tras las detencione­s de sus líderes, la banda de Los Monos siguió funcionand­o sin problemas porque los cuadros medios del grupo, nutrido de vendedores de droga, cambiaban bajo las órdenes de Barrios y Lloan. Si los detenían no importaba, porque la mano de obra era abundante. Vanesa manejaba los búnkeres de cocaína, mientras que Jesica se ocupaba de la provisión de marihuana, con aceitados contactos en las provincias de Corrientes y de Chaco.

Los proveedore­s

Al contacto en Corrientes y Paraguay, Luis Peñalba, uno de los “proveedore­s a gran escala” de Lloan, lo llamaba Patrón o Paragua: era Elías Sánchez, que estuvo dos años prófugo y fue detenido el año pasado. La “bajada” de droga hacia Rosario la hacían con un camión custodiado por un Toyota Corolla. Cuando el Patrón cayó en Corrientes, el camión, que llevaba 341 kilos de marihuana, era conducido por otra mujer, Elizabeth Cocimi.

El proveedor de cocaína era Diego Cuello, que carga sobre sus espaldas con una larga nómina de antecedent­es por comerciali­zación de droga. Cuello, que vivía en un departamen­to frente al río en la calle Dorrego, en pleno centro de Rosario, tenía tres laboratori­os de cocaína, dos en la zona sur y otro en Corrientes al 1900, donde el “cocinero” era Daniel Monserrat, apodado el Viejo.

A pesar de estar preso, Guille Cantero sabía los movimiento­s de la Gendarmerí­a en la zona donde estaban apostados sus búnkeres. La red de “soldaditos” que reportaba al jefe de Los Monos lo mantenía al tanto todo el tiempo a través de su pareja. En una escucha del 30 de octubre de 2015, Vanesa le pidió a otra mujer de la banda que pasara “por el 17 a ver si están los gendarmes”. Antes, un tal Bahiano le había avisado de los patrullaje­s de esa fuerza.

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