Huracán homenajeó con un poco de buen juego la memoria de Houseman
1 HURACÁN 1 BANFIELD
Ya nunca lo verán como lo vieran, gambeteando con las medias bajas o –décadas después– sentado en la platea baja o caminando el pasillo de la platea Alcorta. En ese estadio de luna y misterio que es el palacio Tomás A. Ducó, allí desde donde ocho días atrás los restos de René Orlando Houseman iniciaron su tránsito al descanso definitivo, la
grey quemera se reunió utilizando como excusa el partido contra Banfield para rendir un sentido, nada grandilocuente, homenaje a la memoria de uno de los futbolistas más exquisitos que vistieron alguna vez la casaca del Globito.
En la pegajosa tarde del Viernes Santo, que le cantó offside a unos cuantos hinchas que habían emprendido el camino del descanso en la costa, una untuosa veneración planeó sobre el estadio, como seguramente lo habrá hecho el espíritu libre de aquel Loco de la camiseta número 7. Tuvo su pico precisamente en el minuto 7, cuando la defensa de Huracán entretenía la pelota, hasta que le avisaron a Carlos Matheu que era el momento. El zaguero la tiró afuera, el estadio prorrumpió en aplausos y fue como si Houseman agradeciera en el círculo central, riéndose como era su costumbre, inclinándose hacia adelante como en un escenario, precisamente en el de sus mejores jugadas. Mientras aturdía el “olé, olé, olé,
olé, Loco, Loco”, los jugadores no necesitaron guiñarse el ojo para cometer una picardía como la de René: todos se bajaron por un instante las medias, al estilo del santiagueño, mientras algunos futbolistas de Banfield, como Darío Cvitanich, aplaudían también con entusiasmo.
A esa barriada de tango y nostal-
gia, orillera y de potente aroma a sur, a ese barrio de la Quema, Houseman lo hizo su segundo hogar. Huracán no lo olvidará jamás, indudablemente, y casi sin darse cuenta acabó protagonizando, con el inestimable concurso del visitante, un partido que se jugó in crescendo para cerrar de la forma más futbolera posible el sensible homenaje.
Antes del pitazo inicial, después de que los nostálgicos repasaran aquel hit de los ‘70 (“eh, chupe, chupe, chupe//no deje de chupar//el Loco es lo más grande del fútbol nacional”), el minuto de silencio despertó un amplio respeto, con Damián Houseman, su nieto, mezclado entre los futbolistas del Globo, que habían saltado al campo con una camiseta blanca con la leyenda “por siempre René” y con el número 7 en la espalda; luego jugaron, apropiadamente, con una casaca negra. En esos arcaicos escalones que sostienen la memoria de grandes ídolos quemeros como Stábile, Masantonio, Onzari o Baldonedo, o del inolvidable Ringo Bonavena, Houseman ya es uno más. Ese pasillo largo de la platea Alcorta, que René recorría en los entretiempos, debiera llevar de ahora en más su nombre y apellido.
Pareció atinado que uno de los jugadores más interesantes del partido fuera el 7 de Huracán, Pus set to, el mejor valor del Globo en esta Superliga; sin brillar, se destacó en el primer tiempo por su pisada y su destreza para pensar la jugada; en el segundo período, con el ingreso de Montenegro y Toranzo (al cabo, dos históricos recientes del equipo de Parque Patricios), Pussetto encontró los socios que le faltaron en el arranque, el cruce se hizo atractivo en serio y Banfield, en ventaja gracias a un gol de penal de Cvitanich (el árbitro Silvio Trucco cobró una falta inexistente de Matheu a Bertolo), pudo haberlo ganado también, de la mano del ingenio de Dátolo. la salida de Cvitanich por un golpe supone tensión a dos semanas del clásico contra lanús.
Pero, al cabo, este partido era una excusa para homenajear a Houseman. El veterano Montenegro, que el miércoles cumplió 39 años y piensa retirarse en junio (“lo mejor es poder dejar y no que sea el fútbol el que te deje“), marcó de zurda su primer gol en más de dos años en Primera, con la colaboración del arquero Arboleda. Con su vergüenza deportiva, acabó destacándose. Otro pedacito de ofrenda. no hubiera sido justo que Huracán perdiera, aunque dónde quiera que esté, René ya no tiene motivos para amargarse.