LA NACION

Huracán homenajeó con un poco de buen juego la memoria de Houseman

- Pablo Vignone

1 HURACÁN 1 BANFIELD

Ya nunca lo verán como lo vieran, gambeteand­o con las medias bajas o –décadas después– sentado en la platea baja o caminando el pasillo de la platea Alcorta. En ese estadio de luna y misterio que es el palacio Tomás A. Ducó, allí desde donde ocho días atrás los restos de René Orlando Houseman iniciaron su tránsito al descanso definitivo, la

grey quemera se reunió utilizando como excusa el partido contra Banfield para rendir un sentido, nada grandilocu­ente, homenaje a la memoria de uno de los futbolista­s más exquisitos que vistieron alguna vez la casaca del Globito.

En la pegajosa tarde del Viernes Santo, que le cantó offside a unos cuantos hinchas que habían emprendido el camino del descanso en la costa, una untuosa veneración planeó sobre el estadio, como segurament­e lo habrá hecho el espíritu libre de aquel Loco de la camiseta número 7. Tuvo su pico precisamen­te en el minuto 7, cuando la defensa de Huracán entretenía la pelota, hasta que le avisaron a Carlos Matheu que era el momento. El zaguero la tiró afuera, el estadio prorrumpió en aplausos y fue como si Houseman agradecier­a en el círculo central, riéndose como era su costumbre, inclinándo­se hacia adelante como en un escenario, precisamen­te en el de sus mejores jugadas. Mientras aturdía el “olé, olé, olé,

olé, Loco, Loco”, los jugadores no necesitaro­n guiñarse el ojo para cometer una picardía como la de René: todos se bajaron por un instante las medias, al estilo del santiagueñ­o, mientras algunos futbolista­s de Banfield, como Darío Cvitanich, aplaudían también con entusiasmo.

A esa barriada de tango y nostal-

gia, orillera y de potente aroma a sur, a ese barrio de la Quema, Houseman lo hizo su segundo hogar. Huracán no lo olvidará jamás, indudablem­ente, y casi sin darse cuenta acabó protagoniz­ando, con el inestimabl­e concurso del visitante, un partido que se jugó in crescendo para cerrar de la forma más futbolera posible el sensible homenaje.

Antes del pitazo inicial, después de que los nostálgico­s repasaran aquel hit de los ‘70 (“eh, chupe, chupe, chupe//no deje de chupar//el Loco es lo más grande del fútbol nacional”), el minuto de silencio despertó un amplio respeto, con Damián Houseman, su nieto, mezclado entre los futbolista­s del Globo, que habían saltado al campo con una camiseta blanca con la leyenda “por siempre René” y con el número 7 en la espalda; luego jugaron, apropiadam­ente, con una casaca negra. En esos arcaicos escalones que sostienen la memoria de grandes ídolos quemeros como Stábile, Masantonio, Onzari o Baldonedo, o del inolvidabl­e Ringo Bonavena, Houseman ya es uno más. Ese pasillo largo de la platea Alcorta, que René recorría en los entretiemp­os, debiera llevar de ahora en más su nombre y apellido.

Pareció atinado que uno de los jugadores más interesant­es del partido fuera el 7 de Huracán, Pus set to, el mejor valor del Globo en esta Superliga; sin brillar, se destacó en el primer tiempo por su pisada y su destreza para pensar la jugada; en el segundo período, con el ingreso de Montenegro y Toranzo (al cabo, dos históricos recientes del equipo de Parque Patricios), Pussetto encontró los socios que le faltaron en el arranque, el cruce se hizo atractivo en serio y Banfield, en ventaja gracias a un gol de penal de Cvitanich (el árbitro Silvio Trucco cobró una falta inexistent­e de Matheu a Bertolo), pudo haberlo ganado también, de la mano del ingenio de Dátolo. la salida de Cvitanich por un golpe supone tensión a dos semanas del clásico contra lanús.

Pero, al cabo, este partido era una excusa para homenajear a Houseman. El veterano Montenegro, que el miércoles cumplió 39 años y piensa retirarse en junio (“lo mejor es poder dejar y no que sea el fútbol el que te deje“), marcó de zurda su primer gol en más de dos años en Primera, con la colaboraci­ón del arquero Arboleda. Con su vergüenza deportiva, acabó destacándo­se. Otro pedacito de ofrenda. no hubiera sido justo que Huracán perdiera, aunque dónde quiera que esté, René ya no tiene motivos para amargarse.

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ramiro gómez / télam El recuerdo de los once titulares de Huracán, con una bandera que lo dice todo; René, la gambeta inolvidabl­e

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